viernes, 1 de diciembre de 2017

"Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento"


(Domingo I - TA - Ciclo B - 2017 – 2018)

¿Qué es el Adviento? ¿Qué celebra la Iglesia Católica en Adviento? La palabra “Adviento” significa “venida” o “llegada”. Era utilizada entre los antiguos paganos para significar la venida o llegada de la divinidad. En el caso de la Iglesia Católica, el Adviento –el verdadero y único Adviento, que supera las sombras del paganismo- es esperar la “llegada” o “venida” de Jesús y aunque se coloca en el tiempo previo a la Navidad, implica no solo la preparación del alma y de la Iglesia para la conmemoración de la Primera Llegada del Redentor en Belén, sino que implica también la preparación del alma y de la Iglesia para la Segunda Venida en la gloria del Redentor.
         Es decir, el tiempo de Adviento es un doble tiempo de espera: de la Primera llegada o venida de Jesús, en el recuerdo y en la memoria litúrgica de la Iglesia, y de espera de la Segunda Venida en la gloria.
         Esto explica el tenor de las lecturas que se utilizan en este tiempo y explica también el sentido penitencial del tiempo de Adviento. En cuanto a las lecturas, la Iglesia se coloca en la posición de los justos del Antiguo Testamento, es decir, el ambiente espiritual es “como si” Jesús no hubiera venido todavía, porque se habla de las profecías mesiánicas, que anunciaban que el Redentor habría de nacer de una Virgen, como por ejemplo, en Isaías. Pero las lecturas también hablan de las profecías de Jesús acerca del final de los tiempos y por lo tanto de su Segunda Venida en la gloria (cfr. Mc 13, 33-37), porque el otro objetivo del Adviento es, precisamente, este, el de prepararnos para la Parusía, para la Segunda Venida de Jesús. A diferencia de la Primera Venida, que fue en lo oculto y sin que casi nadie se enterase –con excepción de su Madre, la Virgen, su Padre adoptivo y los pastores a los que los ángeles se lo comunicaron-, en la Segunda Venida, Jesús vendrá en el esplendor de su gloria y será visto por toda la humanidad de todos los tiempos.
Ahora bien, podemos decir que hay un tercer significado de Adviento y es el “Adviento” particular que se produce en cada Santa Misa, puesto que en ella, el Señor viene –en la realidad de su Ser divino trinitario y en la Segunda Persona de la Trinidad- oculto en cada Eucaristía, para habitar en nuestros corazones.
         Por este motivo, podemos decir que el Adviento tiene un triple significado[1]: recordar, litúrgicamente, el pasado, es decir, la Primera Venida, y esto implica celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor ya vino y nació en Belén. Esta fue su venida en la carne, lleno de humildad y pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su Primera Venida. Aunque debemos decir que, por la liturgia eucarística, el “recuerdo” no es un mero recuerdo psicológico, sino que es un recuerdo que actualiza el misterio que se recuerda.
Un ejemplo nos ayudará a entender: cuando recordamos con la memoria a un ser querido ausente, este recuerdo no lo trae “en persona” a este ser querido, por grande que sea el amor que le tengamos. En cambio la Iglesia, por el memorial de la Santa Misa, hace recuerdo de la Primera Venida –eso es “memorial”- y, de un modo misterioso pero no menos real, “trae” a nuestro hoy –o también, nos lleva a nosotros al “hoy” de hace veinte siglos- al misterio de la Primera Venida del Señor en el Pesebre de Belén. Por eso podemos decir que, por la Santa Misa, en Navidad, nos encontramos misteriosa pero realmente, de frente al Señor nacido milagrosamente de la Virgen hace veintiún siglos.
El segundo significado del Adviento es el de prepararnos, como Iglesia y como miembros del Cuerpo Místico de Cristo, para el futuro, es decir, prepararnos para la Parusía o Segunda Venida de Jesucristo en la “majestad de su gloria”. Como nos enseña el Catecismo, en ese entonces no vendrá como Dios misericordioso, sino como Rey de reyes y Señor de señores y como Juez de todas las naciones; toda la humanidad comparecerá ante su Presencia majestuosa, para recibir, los buenos –los que lucharon contra el pecado, procuraron vivir en gracia, obraron la misericordia, creyeron en su Nombre y trataron de vivir en la caridad de Cristo y todo a pesar de sus miserias personales-, el premio del Cielo, mientras que a los malos –los que no vivieron según los Mandamientos de la Ley de Dios, los que no fueron misericordiosos para con sus hermanos, los que no quisieron vivir con Dios en el cielo, los que no creyeron en la existencia del Infierno y dedicaron sus vidas a obrar el mal-, a esos, puesto que murieron impenitentes, les dará lo que quisieron, libre y voluntariamente, con su impenitencia, que es el Infierno. En este sentido, Adviento es la oportunidad para la preparación espiritual de quienes vivimos en este mundo, pero deseamos vivir en la eternidad, ante la Presencia del Cordero, y es en esa fe gozosa en la que esperamos su Segunda Venida gloriosa, Segunda Venida que nos traerá la salvación y la vida eterna sin sufrimientos.
El tercer significado es vivir el “Adviento presente” que significa la Venida o Llegada de Jesús en cada Eucaristía. En cada Eucaristía y traído por el Espíritu Santo, Jesús viene desde el cielo para llegar a nuestros corazones por la Comunión Sacramental, por eso podemos decir que cada Santa Misa o cada comunión, es un “adviento” personal, en el que el Señor Jesús viene al alma en gracia y que lo recibe con amor, para vivir en ella. Por la Eucaristía, el alma recibe a Jesús, el Niño Dios, que vino por Primera Vez, que es el mismo Jesús que vendrá por Segunda Vez. En este Adviento –el tercero, la Venida intermedia-, la Iglesia celebra el triunfo de la Cruz de Cristo, por la liturgia eucarística, en el tiempo de la humanidad, lo cual hace que el alma mire con amor y agradecimiento hacia el Primer Adviento, por el cual vino por primera vez para morir y triunfar en la Cruz, y que mire con esperanza y confianza al Segundo y definitivo Adviento, la Parusía, porque quien se abraza a la Cruz, nada ha de temer en el Día del Juicio Final.
Por último, el Adviento explica el color morado, que significa penitencia: así como los justos del Antiguo Testamento hacían penitencia para preparar sus almas para la Venida del Redentor, de la misma manera la Iglesia, que en cuanto preparación para la Navidad, vive “como si” el Señor no hubiera venido –aunque, obviamente, ya vino- y para ello, se purifica de las cosas mundanas y procura estar en gracia, de modo de recibir al Salvador con un espíritu humilde y contrito. La penitencia también es para la Segunda Venida, porque el cristiano que espera a Jesús, lo hace no como el siervo indolente, perezoso, que no espera la llegada de su señor y que por eso se emborracha y comienza a golpear a los demás, como en la parábola, sino que, como ama a su Señor que viene en la gloria, está “vigilante y atento, con la faja ceñida, con la lámpara encendida”, porque “no sabe ni el día ni la hora” en la que llegará su Señor, aunque sabe con toda seguridad que sí llegará, y es para recibirlo de la mejor manera, que lo espera así, haciendo penitencia, es decir, alejado del mundo y sus falsos espejismos y viviendo en la caridad cristiana. La penitencia, que es lo que simboliza el color morado del Adviento, es también para esa “Venida intermedia” que es la llegada de Jesús, desde el cielo, hasta la Eucaristía, para luego entrar en el alma: un alma impenitente, que no se arrepiente del mal hecho, que no pide perdón de sus faltas, que no manifiesta su deseo de vivir en gracia, cumpliendo los Mandamientos de Dios y frecuentando sus sacramentos, es un alma indigna de recibirlo en la Eucaristía.
El Adviento, entonces, es tiempo de preparación para la triple llegada del Señor; es tiempo además de esperanza, porque quien llega es el Salvador y el Redentor de la humanidad –viene para salvarnos del pecado, de la muerte y del demonio-; es tiempo de arrepentimiento de nuestros pecados –estamos bajo la ley de las consecuencias del pecado, la concupiscencia, la inclinación al mal, y lo único que nos libera de eso es la gracia santificante- y de deseo de vivir verdaderamente como hijos adoptivos de Dios. Como hemos dicho, el Adviento es tiempo de espera para la llegada del Señor, que es en realidad una triple llegada: el memorial que hace Presente su Primera llegada; el sacrificio de la Misa, que hace Presente, en Persona, al Dios que “ha de venir, que viene y que vendrá”; y la Segunda Venida en la gloria, para juzgar al mundo. En el Adviento, como Iglesia, nos preparamos para la Navidad y la Segunda Venida de Cristo al mundo, cuando volverá como Rey de todo el Universo, al tiempo que revisamos cómo es la preparación espiritual, interior, porque el cual recibimos a Cristo en su “Venida intermedia” en la Eucaristía. Es un tiempo de penitencia, oración y caridad, en el cual debemos revisar cómo es nuestra vida espiritual en relación a este triple Adviento del Señor en nuestras vidas, de manera de hacer el propósito de convertir el corazón al Dios que vino en Belén, que viene en cada Eucaristía, y que ha de venir al fin de los tiempos. Si no vivimos el Adviento de esta manera, con toda seguridad, viviremos una Navidad pagana y mundana, la misma Navidad de los sin Dios, que no esperan la Llegada de Cristo en su Gloria, no recuerdan con gozo su Primera Venida y no preparan sus almas por la gracia y el amor para la Venida intermedia, su Llegada Eucarística al corazón que lo ama. Adviento es tiempo de despertar del sueño de la concupiscencia y de estar vigiles y preparados, con las lámparas encendidas, para recibir al Señor que “vino, que viene y que vendrá”, como lo dice la iglesia ambrosiana: “Nuestros años y nuestros días van declinando hacia su fin.: Porque todavía es tiempo, corrijámonos para alabanza de Cristo. Estén encendidas nuestras lámparas, porque el Juez excelso viene a juzgar a las naciones. Aleluya, aleluya”[2].






[1] Cfr. http://es.catholic.net/op/articulos/18239/el-adviento-preparacin-para-la-navidad.html
[2] Miss. Ambros, Último Domingo antes del Adviento, Transitorium. Cit. O. Casel, Misterio de la Cruz, 189.

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