jueves, 11 de enero de 2018

“Si quieres, puedes purificarme”



“Si quieres, puedes purificarme” (Mc 1, 40-45). Un leproso, que reconoce a Jesús como al Hombre-Dios, se postra ante Él y le pide algo que solo Dios hecho hombre puede hacer: que lo cure de su lepra. Jesús, en cuyo Sagrado Corazón solo hay amor y compasión para el hombre y sobre todo para el que está atribulado y angustiado, con su omnipotencia divina, cura inmediatamente al leproso. Además de la compasión y misericordia de Jesús, en esta escena evangélica hay un misterio que prefigura y anticipa la prolongación de la misericordia y la compasión de Jesús por medio de su Iglesia. Para saber en qué consiste ese misterio, debemos considerar lo siguiente: la lepra es figura del pecado, pues es al alma lo que la le para al cuerpo; a su vez, la acción de Jesús es figura y anticipo del Sacramento de la Confesión, ya que la gracia santificante que el alma recibe en este sacramento, le quita esa mancha espiritual que es el pecado. Y así como el leproso del Evangelio, al serle quitada la lepra, comienza una nueva vida, una vida de sanidad, sin enfermedad, así también el alma que acude al confesionario y con un corazón contrito confiesa todos sus pecados, al recibir la absolución sacramental por el sacerdote ministerial, no solo le es quitada la mancha de pecado, sino que recibe una vida nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, la vida que es participación a la vida misma de la Trinidad y que por lo tanto no es la vida meramente humana.

“Si quieres, puedes purificarme”. Cada vez que un sacerdote ministerial imparte el Sacramento de la Confesión a un alma, se prolonga, perpetúa y actualiza la misericordia del Sagrado Corazón de Jesús. Y nosotros, al igual que el leproso del Evangelio, que se postró ante Jesús luego de recibir la curación, también debemos postrarnos en acción de gracias ante Jesús Eucaristía, por tanto Amor gratuito e inmerecido recibido de Él.

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