sábado, 10 de febrero de 2018

“Si quieres, puedes curarme”




(Domingo VI - TO - Ciclo B – 2018)

         “Si quieres, puedes curarme” (Mc 1, 40-45). Un leproso se acerca a Jesús, se postra ante Él, y le implora su curación: “Si quieres, puedes curarme”. Jesús extiende su mano y le dice: “Lo quiero, queda curado”, quedando el enfermo totalmente libre de lepra.
         Si bien Jesús cura a toda clase de enfermos en el Evangelio, en el caso de la curación de la lepra hay un significado espiritual sobreañadido, ya que el leproso es imagen de la humanidad, herida por el pecado original: el pecado es al alma, lo que la lepra al cuerpo. Por esta relación, y para entender el alcance de la curación del leproso por parte de Jesús, es conveniente recordar, brevemente, en qué consiste la lepra y cuáles son sus efectos en el cuerpo humano.
La lepra[1] es una enfermedad infectocontagiosa que se transmite por el contacto y por las secreciones respiratorias, la cual es producida por un organismo patógeno, invisible a simple vista para el hombre, un bacilo llamado Mycobacterium leprae. Una vez que ingresa en el organismo, el bacilo se aloja en las terminales nerviosas, la piel y las membranas mucosas de vías aéreas superiores, multiplicándose y provocando inflamación de la zona afectada y posteriormente destrucción del tejido, originando las clásicas lesiones indoloras de la lepra, que hace que los afectados por la misma no experimenten dolor. Además de las lesiones cutáneas, la lepra ocasiona neuropatías periféricas y lesiones cartilaginosas, sobre todo el colapso del cartílago nasal[2]. Es por esto que la lepra altera no solo la función sino la forma del cuerpo, puesto que destruye cartílagos, como el cartílago nasal, dando el aspecto característico al enfermo avanzado de lepra, sobre todo la lepra lepromatosa. Entonces, la lepra es producida por un agente invisible y provoca lesiones indoloras, además de destrucción corporal.
Como dijimos inicialmente, la lepra –incurable en ese entonces- era considerada como figura del pecado en la Sagrada Escritura, porque de manera análoga a como la lepra destruía el cuerpo, así el pecado destruía el alma. Incluso es similar la fisiopatología de ambos, la lepra y el pecado: así como la lepra, provocada por un organismo patógeno, infecta al cuerpo y le produce lesiones indoloras que terminan por mutilar a la persona, dañando y afeando su cuerpo, así el pecado –que se origina en el del corazón y la inteligencia inclinados al mal- actúa insensiblemente en el alma –el pecador no experimenta dolor con el pecado, sino placer de concupiscencia, como por ejemplo, el placer concupiscible de la ira-, destruyendo en ella la vida de la gracia, afeándola al despojarla de la hermosura sobrenatural de la vida de Dios, dejándola expuesta con la fealdad de la malicia del corazón del hombre sin Dios.
         “Si quieres, puedes curarme”. En la interacción entre Jesús y el leproso, debemos ver, por un lado, el significado de la acción de Jesús –porque prefigura al Sacramento de la Confesión- y, por otro, la actitud del leproso, que se acerca a Jesús, no exigiendo la curación, ni pretendiendo la curación a toda costa, sino aceptándola solamente si es voluntad de Dios: “Si quieres, puedes curarme”. En cuanto a la acción sanadora de Jesús sobre el leproso, es figura y anticipo de la acción sanadora de la gracia santificante, que se concede a través del Sacramento de la Confesión, por el mismo Jesús, que actúa por medio del sacerdote ministerial.
En cuanto a la actitud del leproso, es para nosotros ejemplo de cómo debemos acercarnos a Jesús. Ya en el hecho de acudir a Jesús, confiado en su poder y en su misericordia hay, por parte del leproso, un secundar la gracia del Espíritu Santo, que le concede la confianza en su misericordia y su fe en su condición de Dios Hijo encarnado, y esta es la razón por la cual se postra ente Jesús, adorándole y suplicándole la curación. El otro aspecto en el que el leproso es nuestro ejemplo es, además de su fe en la condición divina de Jesús y en secundar la gracia del Espíritu Santo, en su humildad y en su conformidad con la voluntad de Dios y esto se puede ver en la forma en la que se dirige a Jesús. Ante todo, se postra a sus pies –reconocimiento de su divinidad-, al tiempo que le suplica  que lo cure, pero solo si es su divina voluntad: “Si quieres, puedes curarme”. Esto es equivalente a decir: “Yo quiero la sanación, pero no me cures, sino es tu voluntad. Cúrame, te lo ruego, solo si es tu Divina Voluntad”. Es decir, el leproso no “exige” a Jesús la curación, ni la no curación: no quiere ni estar sano, ni estar enfermo, quiere que se cumpla la voluntad de Dios en él. Si la voluntad de Dios es que se cure, entonces él quiere esa curación –“Si quieres, puedes curarme”-. Pero si la voluntad de Dios es que no se cure, él también quiere esa voluntad de Dios, de que él permanezca, por su bien y el de muchos, con la enfermedad. ¡Cuántos cristianos, contrariamente a la humildad y fe del leproso, exigen a Jesús la curación y, si no la obtienen, se ofenden con Jesús y además acuden a sus enemigos, los brujos, para que les quite de encima la enfermedad!
Ahora bien, el leproso es nuestro ejemplo para cuando debemos acudir al Sacramento de la Confesión: por un lado, porque el desear confesar los pecados ante el sacerdote ministerial, es ya un secundar a la moción del Espíritu Santo, como hace el leproso; con esta disposición interior del alma, que así responde a la moción inicial de la gracia, confiando en el poder sanador de los sacramentos de la Iglesia y acercándose al representante de Jesús, el sacerdote ministerial, debe pedir, con el corazón contrito y humillado, el perdón por sus pecados.
         “Si quieres, puedes curarme”. Un último aspecto en el que debemos reflexionar es que en el Evangelio, Jesús no solo le quita al leproso la enfermedad corporal, sino que le concede una vida nueva, la vida de sanidad, sin enfermedad, y el leproso se lo agradece postrándose ante Él. De manera análoga, por la Confesión sacramental, Nuestro Señor Jesucristo, a través del sacerdote ministerial, no solo quita del alma la fealdad de esa lepra espiritual que es el pecado, sino que le concede la hermosura resplandeciente de la gracia divina, por lo que el cristiano debe tomar conciencia de que su comportamiento debe reflejar la luminosa caridad de la vida nueva de los hijos de Dios, abandonando para siempre la vida de los hijos de las tinieblas. Y así como el leproso del Evangelio, al ser curado por Jesús, le agradece la vida nueva de salud alabándolo y postrándose ante sus pies, así el cristiano católico debe postrarse en adoración y acción de gracias ante Jesús Eucaristía, por la inmensidad infinita del Amor de su Sagrado Corazón.


[1] Lepra o Enfermedad de Hansen, por Dylan Tierney, MD, MPH , Instructor;Associate Physician, Division of Global Health Equity, Harvard Medical School;Brigham and Women's Hospital ; Edward A. Nardell, MD, Professor of Medicine and Global Health and Social Medicine;Associate Physician, Divisions of Global Health Equity and Pulmonary and Critical Care Medicine, Harvard Medical School;Brigham & Women's Hospital; cfr. http://www.msdmanuals.com/es/professional/enfermedades-infecciosas/micobacterias/lepra
[2] Las complicaciones más graves son el resultado de la neuropatía periférica, que afecta el sentido del tacto e imposibilita la percepción del dolor y la temperatura. Los pacientes pueden quemarse, cortarse o sufrir otra lesión sin advertirlo. La lesión recurrente puede culminar con la pérdida de uno o varios dedos. La debilidad muscular puede provocar deformidades (p. ej., deformidad en garra del cuarto y el quinto dedo de la mano debido al compromiso del nervio cubital, descenso del pie como consecuencia del compromiso del nervio peroneo). Las pápulas y los nódulos pueden producir desfiguraciones en la cara. la lesión de la mucosa nasal puede provocar congestión nasal crónica y epistaxis y, si no se trata, puede conducir a la erosión y el colapso del tabique nasal. Cfr. http://www.msdmanuals.com/es/professional/enfermedades-infecciosas/micobacterias/lepra Considerada incurable hasta la década del ’40, en la actualidad se puede curar, aunque en algunos casos el tratamiento debe durar toda la vida. El tratamiento consiste en regímenes polifarmacológicos a largo plazo compuestos por dapsona, rifampicina y, en ocasiones, clofazimina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario