martes, 20 de febrero de 2018

“Venid, benditos de mi Padre”




“Venid, benditos de mi Padre” (Mt 25, 31-46). Estas dulces palabras, pronunciadas por Nuestro Señor Jesucristo en Persona, resonarán en los oídos y corazones de aquellos que, en esta vida terrena, hayan dedicado sus vidas a las obras de misericordia corporales y espirituales, según las posibilidades y el estado de cada cual. Quien se haya preocupado por el prójimo, sobre todo el más necesitado y lo haya auxiliado en nombre de Cristo y no por vanagloria, recibirá en el cielo un premio imposible siquiera de imaginar, porque a las maravillas inconcebibles que supone el cielo en sí mismo, se le sumarán las maravillas aún más inconcebibles, el contemplar a la Trinidad y al Cordero por toda la eternidad.
La Cuaresma es el tiempo propicio para practicar las obras de misericordia, espirituales y materiales, indicadas por la Iglesia. Ahora bien, no se deben confundir dichas obras de misericordia con el activismo de corte socialista-marxista que propician las nefastas Teología de la Liberación y la Teología del pueblo –esta última, rama de la primera-, desde el momento en que son contrarias al Evangelio, al colocar al pobre en el centro del mensaje evangélico y a la pobreza como causa de salvación. El único centro del Evangelio es Nuestro Señor Jesucristo, Persona Segunda de la Trinidad, encarnada en una naturaleza humana y la única causa de salvación es su Pasión y Muerte en Cruz y la gracia santificante por Él merecida para nosotros, al precio altísimo de su Sangre derramada en el Calvario.

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