sábado, 31 de marzo de 2018

Sábado Santo y Vigilia Pascual



(Ciclo B – 2018)

“A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé fueron al sepulcro (…) vieron que la piedra había sido corrida (…) Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero él les dijo: “No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí” (cfr. Mc 16, 1-7). Las santas mujeres de Jerusalén van el Domingo a la madrugada con perfumes para ungir el Cuerpo –que ellas suponen muerto- de Jesús en el sepulcro. Al llegar, se dan cuenta de que la piedra ha sido removida de su lugar y cuando se asoman al sepulcro, un ángel les anuncia que Jesús de Nazareth, al que ellas buscan, no está en el sepulcro, porque “ha resucitado”.
Las mujeres santas de Jerusalén acuden al sepulcro esperando encontrarse con un Jesús muerto, con un sepulcro oscuro, frío, cerrado, en el que dominan la muerte, el dolor y la desolación. Sin embargo, se encuentran con un sepulcro abierto, iluminado por que entra en él la luz del sol al haber sido corrida la piedra de la entrada y, sobre todo, encuentran el sepulcro vacío y lo encuentran vacío no porque el cadáver de Jesús haya sido trasladado y cambiado de lugar por los discípulos, sino porque Jesús, como les dice el ángel, “ha resucitado”. Van a buscar el Cuerpo muerto de Jesús para ungirlo con perfumes y en cambio se encuentran con la alegre noticia de que el Cuerpo de Jesús está vivo, resplandeciente, glorioso, emanando el fragante y exquisito perfume de la gloria de Dios.
La resurrección gloriosa de Jesús, coronación magnífica de su misterio pascual, no es un hecho aislado que se detenga en Jesús, sino que se extiende a toda la humanidad porque toda la humanidad está llamada, a partir de ahora, a ser partícipe de esta Resurrección, cuyo significado supera lo que la mente humana puede comprender. La Resurrección de Jesús significa para la humanidad que la gloria de Dios, brotando del Ser divino trinitario de Jesús –Ser divino unido a su Cuerpo muerto y a su Alma puesto que la divinidad no se separó ni del Cuerpo ni del Alma de Jesús y esa es la razón por la cual el Cuerpo no se descompuso y el Alma bajó al Limbo de los Justos-, invade el Cuerpo sin vida de Jesús y, a medida que lo invade –brotando del Corazón de Jesús, la luz de la gloria divina se esparce por todo el Cuerpo en una fracción de segundo-, lo llena de la gloria, de la luz y de la vida de Dios. La Resurrección implica no solo que el Cuerpo se detiene en su proceso de muerte al estar separado del Alma, sino que el Alma, unida a la Divinidad, se une al Cuerpo, en el cual también está la divinidad, produciéndose así la reunificación del Cuerpo con el Alma y puesto que ambos poseen la vida y la gloria trinitaria, la gloria de Dios, que es luminosa, resplandece a través del Cuerpo glorificado de Jesús. Al unirse nuevamente el Alma y el Cuerpo de Jesús de Nazareth, por obra del Ser trinitario divino, Jesús regresa a la vida, pero no la vida natural de la naturaleza humana, sino la vida divina de la gloria de Dios. Y puesto que la gloria de Dios es luz y la luz de Dios es vida, el Cuerpo resucitado de Jesús resplandece con la luz de la gloria divina iluminando con su divino resplandor el Santo Sepulcro y el Domingo de Resurrección y, por su intermedio, a todo día Domingo que habrá de existir hasta el fin del tiempo. El Cuerpo glorioso de Jesús, lleno de la vida de Dios, comunica de esa vida divina a quien ilumina: esto es lo que explica la reacción de los discípulos, no solo de Emaús, sino la de todos los discípulos a los que Jesús resucitado se les aparece: de la tristeza humana por el dolor de la crucifixión pasan a la alegría celestial del Domingo de Resurrección; del desconocimiento de Jesús pasan a reconocerlo como a Jesús resucitado; de la vida natural, pasan a comenzar a vivir la vida de la gracia que se irradia de Jesús. La Resurrección de Jesús es mucho más que detención del proceso de muerte y mucho más que simplemente regresar a esta vida para continuar viviendo con esta vida natural y humana, como sucedió en la resurrección de Lázaro: implica volver a la vida desde la muerte, pero para comenzar a vivir con una vida nueva, que no es la humana, sino la vida divina, la vida misma de Dios Uno y Trino.
“No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí”. Al igual que las santas mujeres antes de llegar al sepulcro que buscaban a un Jesús muerto, muchos dentro de la Iglesia viven y se comportan como si Jesús no hubiera resucitado, como si Jesús todavía estuviera muerto, tendido en la fría loza del sepulcro, sin vida. Y esto se demuestra porque muchos cristianos viven, en la vida cotidiana, la vida de todos los días, como si Jesús no existiera: en el fondo de sus corazones, no creen que Jesús haya resucitado y ésa es la razón por la cual no viven según sus Mandamientos y no acuden el Domingo a recibir su Cuerpo glorioso en la Eucaristía y es la razón por la cual, sin la vida de Cristo en sus almas, no dan testimonio de ser cristianos, perdiendo la Iglesia todo tipo de influencia moral y espiritual en la vida civil, moral y espiritual de las naciones.

Sin embargo, Jesús ha resucitado y el sepulcro oscuro y frío del Viernes y Sábado Santo, se iluminó con la luz de su gloria divina el Domingo de Resurrección, llenando la tierra con un soplo de vida nueva, la vida del Espíritu de Dios. Ésta es la alegre noticia que los cristianos debemos transmitir al mundo, la misma noticia que las mujeres santas de Jerusalén recibieron de labios del ángel: Jesús ha resucitado, su Cuerpo muerto ya no está en el sepulcro, porque su Cuerpo vivo y glorioso vive con la vida de Dios. Pero a diferencia de las mujeres santas de Jerusalén, nosotros tenemos que comunicar al mundo –con obras de misericordia y caridad y no tanto con palabras- no solo que el Cuerpo muerto de Jesús ya no está en el sepulcro, sino que el sepulcro está vacío porque el Cuerpo vivo, glorioso y resucitado de Jesús está en la Eucaristía, en el sagrario. Como cristianos, no podemos anunciar solamente que Jesús ha resucitado y que ha dejado vacío el sepulcro, sino que con su Cuerpo glorificado ocupa un lugar, el sagrario, porque está vivo y glorioso en la Eucaristía. Éste es el alegre mensaje, la alegre noticia, que el mundo espera recibir de nosotros, los cristianos: Cristo ha resucitado y con su Cuerpo glorioso está en la Eucaristía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario