miércoles, 4 de abril de 2018

Miércoles de la Octava de Pascuas



(Ciclo B – 2018)

         Los discípulos de Emaús se alejan de Jerusalén apesadumbrados. En el camino, se encuentran con Jesús resucitado, pero no lo reconocen y lo tratan como a un “forastero”. Jesús camina con ellos y en el camino les explica las Escrituras y todo lo relativo al misterio pascual de muerte y resurrección del Mesías. Solo cuando están sentados a la mesa, y en el momento en el que Jesús “parte el pan”, solo entonces lo reconocen y Jesús desaparece.
         La actitud de los discípulos de Emaús es similar a la actitud de todos los discípulos, sin excepción, antes del encuentro y el reconocimiento de Jesús resucitado: antes de reconocerlo, están acongojados, apesadumbrados, tristes; todos han quedado con las imágenes crudelísimas del Viernes Santo y con el silencio triste del duelo del Sábado Santo; todos parecen recordar que Jesús había dicho que iba a resucitar, pero no parecen creer en sus palabras; todos, en definitiva, creen en Jesús, pero en un Jesús muerto, no resucitado. Incluso como en el caso de los discípulos de Emaús, que se encuentran con Él cara a cara –también María Magdalena, en un primer momento-, son incapaces de reconocerlo resucitado, aunque al ser sus discípulos, obviamente, lo conocían en su vida terrena.
         ¿Cuál es la razón? La razón es que, para poder reconocer a Jesús resucitado, vivo, glorioso, resplandeciente con la luz de la gloria del Padre, es necesaria la luz de la gracia que, iluminando tanto la inteligencia como la voluntad humanas, permitan al hombre conocer a Dios como Dios se conoce y amarlo como Él se ama a sí mismo. En otras palabras, la resurrección gloriosa del Señor Jesús, puesto que pertenece a un orden, el orden sobrenatural del Ser trinitario divino, es imposible de alcanzar por las estrechas y reducidas fuerzas de la creatura, sean estas hombres o ángeles. La resurrección gloriosa de Jesús no pertenece al ámbito creatural y por lo mismo no es “racional”, en el sentido de que pueda ser explicado con la razón creatural. Pero mucho menos es “irracional”, en el sentido de que carezca de razón: es un hecho “supra-racional” por derivarse del Ser trinitario divino y por lo tanto excede infinitamente las capacidades de las inteligencias creadas, por lo cual se necesita la luz de la gracia para poder reconocer a Jesús resucitado.
Es lo que le sucede a María Magdalena después de que Jesús, infundiéndole su gracia, la llama por su nombre; es lo que sucede con los discípulos de Emaús cuando Jesús, en la Santa Misa –muchos autores afirman que la Cena con los discípulos de Emaús era una Misa-, en el momento de la fracción del pan, infunde su Espíritu sobre sus mentes y corazones y es esto lo que les permite ahora sí, reconocer a Jesús en su condición de Hombre-Dios resucitado y glorificado.
         “Hombres duros de corazón, ¡cómo les cuesta creer las Escrituras!”. El reproche de Jesús a los discípulos de Emaús también es para nosotros, porque muchas veces –si no siempre- entramos en la iglesia y vivimos nuestras vidas como los discípulos de Emaús antes de reconocer a Jesús: pensamos y creemos, en el fondo, que Jesús no ha resucitado y vivimos como si Jesús estuviera muerto, como si Jesús no nos hubiera dado sus mandamientos. Y peor aún, no solo no creemos que Jesús ha resucitado, sino que, en consecuencia, no creemos que el mismo Jesús que resucitó glorioso, está lleno de la luz, de la vida, de la gloria de Dios, en el Santísimo Sacramento del Altar, la Eucaristía. Por eso el reproche de Jesús a los discípulos de Emaús, también es válido para nosotros, y está encaminado a hacernos despertar a la vida de la gracia.

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