viernes, 11 de mayo de 2018

“Los volveré a ver y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar”



“Los volveré a ver y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar” (Jn 16, 20-23a). Jesús profetiza su Pasión y Muerte pero también su resurrección. Cuando Él muera en la cruz, sus discípulos se entristecerán y el mundo se alegrará, pero cuando Él resucite, sus discípulos se alegrarán con “una alegría que nadie les podrá quitar”.
Ahora bien, esta alegría que promete Jesús no es la alegría humana, terrena, temporal, de la cual todos tenemos experiencia por el solo hecho de ser seres humanos. La alegría que promete Jesús, que les será infundida a sus discípulos por Él mismo en la Resurrección, es la alegría suya, la alegría de Él, que es la alegría de Dios porque Él, en cuanto Dios, es “Alegría infinita”, dice Santa Teresa de los Andes.
La alegría que experimentarán los discípulos no nacerá de ellos ni será de origen terreno alguno: será una alegría que vendrá de lo alto y el motivo será también de lo alto, porque será la alegría por la Resurrección del Señor. En esta alegría están comprendidas las victorias de Jesús en la cruz, de un modo definitivo y para siempre, de los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, el Pecado y la Muerte. Es una alegría que comprende también la vida nueva de la gracia, porque será una alegría desconocida, causada no por motivos terrenos y mundanos, sino por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Será una alegría que les permitirá afrontar el resto de la vida terrena con esa alegría, aun en medio de las penas y tribulaciones de esta vida y aun en medio de las persecuciones del mundo desencadenadas contra la Iglesia por el Nombre de Cristo. Como dice Santo Tomás de Aquino[1], la alegría que experimentarán los discípulos al ver a Jesús resucitado, es la alegría de la visión de la gloria y esto como anticipo de la alegría sin fin que el alma del justo experimentará en el Reino de los cielos si persevera hasta el final.
“Los volveré a ver y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar”. No envidiemos –con santa envidia- a los discípulos que vieron a Jesús resucitado y experimentaron la alegría de la resurrección: el mismo Jesús, resucitado y glorioso, está en la Eucaristía en Persona y está esperando que lo vayamos a visitar en la adoración eucarística para comunicarnos su propia alegría, la Alegría de Dios Hijo resucitado y glorioso.


[1] Cfr. Comentario del evangelio según San Juan.

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