sábado, 23 de junio de 2018

Solemnidad del Nacimiento de Juan Bautista



"Nacimiento de Juan Bautista"
(Jerónimo Cósida)

(Ciclo B – 2018)

Es San Agustín[1] quien hace la observación de que la Iglesia celebra la fiesta de los santos en el día de su muerte porque, en realidad, el día en que muere un santo a su vida terrena, es también el día del nacimiento a la vida eterna; pero en el caso de san Juan Bautista, dice San Agustín, la Iglesia conmemora el día de su nacimiento porque fue santificado en el vientre de su madre y anunció a Cristo ya antes de nacer y luego con toda su vida y también con su muerte martirial.
La Iglesia celebra entonces la Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista, Precursor del Señor, debido a que, cuando se produjo la Visitación de la Virgen, con la Virgen llegó Jesús y Jesús sopló sobre el Bautista al Espíritu Santo, por lo cual el Bautista quedó lleno del Espíritu Santo, saltando de gozo en el seno de Santa Isabel al saber que llegaba la Madre de Dios y, con Ella, el Salvador del mundo. Es decir, ya desde el vientre materno Juan el Bautista está ejerciendo su función de anunciar la Primera Venida del Salvador de los hombres, Cristo Jesús. El Bautista salta de gozo porque el Espíritu Santo, enviado por Jesús y el Padre, le anuncia que en el seno virgen de María viene el Redentor de los hombres, Cristo Jesús, que habrá de salvar a los hombres de la oscuridad en la que están inmersos, la triple oscuridad del pecado, del error y de las tinieblas vivientes, los demonios.
El Bautista es llamado el Precursor por este motivo, porque su vida toda es un anuncio de la Llegada del Mesías y este anuncio lo hace desde el seno materno. Luego, con su Nacimiento, profetiza también la Llegada de Cristo, porque anticipa la Natividad de Cristo el Señor; más tarde, a lo largo de su vida, dedicará toda su vida terrena a anunciar a Jesús, predicando en el desierto la conversión para la preparación para la Llegada del Redentor hasta que finalmente entregue su vida por el Mesías.
Toda su vida terrena y también su muerte martirial, fueron un canto al Redentor; todo en el Bautista señalaba a Jesús y como último profeta del Antiguo Testamento tuvo una vida tan pura y santa por la gracia, que el mismo Jesucristo dijo no haber entre los nacidos de mujer nadie tan grande como Juan el Bautista.
No es casualidad que San Lucas dedique todo un largo capítulo, el primero de su obra, al nacimiento milagroso del Precursor, ya que el nacimiento de Juan no es un acontecimiento menor ni circunstancial ni en la vida de Jesús ni en el anuncio del Evangelio: es quien anunciará a los hombres el más grande anuncio que la humanidad jamás haya escuchado: ya viene el Redentor de la humanidad, ya llega el Salvador de los hombres; ya llega el Mesías, que viene a rescatarnos y a liberarnos de las tinieblas vivientes que nos acechan y a iluminar las tinieblas en las que vivimos inmersos sin darnos cuenta.
En el plan salvador de Dios era completamente necesario el Precursor y tanto lo era, que Dios mismo proveyó de ese Precursor a los hombres, y lo proveyó de manera milagrosa. La pregunta entonces es la siguiente: ¿en qué consiste ese “plan salvador” que hacía necesario un precursor? Simplemente porque Dios dispuso que la salvación, si bien es un hecho divino, porque Él mismo es el Salvador, se hiciera con la colaboración del hombre: por esto es que Él decide encarnarse, esto es, sin dejar de ser Dios, asumir una naturaleza humana y por eso es también que el Nacimiento del Hombre-Dios debía ser en el seno de una familia humana por lo que, si bien Él es Eterno, nació en el tiempo de la Virgen Madre. Es decir, todo en el Salvador ocurre por canales humanos y divinos, por lo que era necesario que el Anuncio de que Él ya estaba en la tierra y que había comenzado su plan de salvación fuera hecho por medios divinos –las señales que preceden al nacimiento del Bautista- y por medios humanos –el mismo Bautista, actuando como el Precursor del Salvador, preparando a la humanidad para que reciba al Salvador-.
Como católicos, estamos llamados a imitar a Juan el Bautista; obviamente, no en su nacimiento, pero sí en su tarea de anunciar al Mesías. El Bautista, al ver pasar a Jesús, iluminado por el Espíritu Santo que le enviaba el Padre, decía de Jesús: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Mientras los demás veían en Jesús solo “al hijo del carpintero”, el Bautista veía en Jesús al Hijo de Dios encarnado. De la misma manera, nosotros debemos anunciar al mundo, iluminados por el Espíritu Santo y en la fe de la Iglesia, que la Eucaristía es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Mientras los demás ven en la Eucaristía solo un poco de pan bendecido, nosotros vemos lo que parece pan, pero es el Mesías de Dios, que vino como Niño, que ahora viene a nosotros oculto en apariencia de pan y que vendrá al fin de los tiempos para juzgar a los hombres. Así como el Bautista en el desierto, al ver a Jesús, decía: “Éste es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”, así nosotros, en el desierto de la vida humana, debemos señalar la Eucaristía y anunciar a los hombres: “Éste es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo; la Eucaristía es el Dios Mesías que ha de venir a juzgar a vivos y muertos al fin de los tiempos; postrémonos ante su Presencia y adorémoslo por su infinito Amor y Misericordia”.



[1] Cfr. Sermón 292,1

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