Cristo, Único Cordero del Sacrificio


En el Antiguo Testamento, el supremo acto de culto, por el
cual se reconocía la majestad de Dios, se demostraba a Dios
la piedad y se pedía el perdón y se invocaba su salvación, era
el ofrecerle en sacrificio animales, y entre ellos, el cordero.
El sacrificio consistía en quemar la carne y la grasa, y el
humo que ascendía al cielo simbolizaba la sublimación de la
ofrenda, significaba que el animal del sacrificio había sido
convertido –de la materialidad a la pura espiritualidad- por la
acción del fuego, y que lo que subía al cielo, el humo mezclado
con incienso, era lo más puro que se podía ofrecer a
Dios, porque justamente había sido purificado por el fuego;
además, el fuego indicaba que la víctima había sido aceptada
por Yahvéh (cfr. Dt 4, 24). Luego, la sangre del cordero, en
los sacrificios expiatorios, era vertida al pie del altar de los
holocaustos(1). Como para los judíos la sangre significaba la
vida -estaba ahí contenida la vida-, el hecho de verter la sangre
al pie del altar, era signo de que la víctima inmolada -la
vida de la víctima-, era ahora propiedad de Yahvéh y le pertenecía
totalmente, pero además tenía un carácter y un sentido
expiatorio, porque por esa sangre derramada se expiaba el
pecado y la culpa.
Entonces, en el Antiguo Testamento, el cordero era quemado
sobre el altar del templo, por el fuego era convertido en
ofrenda espiritual y pura, y como ofrenda pura y digna subía
para ser presentado ante el altar de Dios; su sangre, que por
ser la sangre del cordero era sangre santa, era vertida en el
altar de los holocaustos, para indicar que la víctima, viva, era
propiedad de Dios.
Con el sacrificio del cordero, se ofrecía a Dios el culto
más digno de la antigüedad, el único que por su dignidad se
merecía.
Sin embargo, los corderos del Antiguo Testamento, aunque
ofrecidos por el culto más digno de la antigüedad, el
judío, eran sólo animales, y al ser animales, no tenían ni podían
tener valor de sacrificio. Su único valor consistía en que
eran una prefiguración del Verdadero Cordero del Sacrificio,
Cristo.
Cristo, como Ungido del Señor por el Espíritu Santo,
podía y debía ser el Cordero de Dios por excelencia, podía y
debía ser el único Cordero del Sacrificio, que sería inmolado
de la manera más real y perfecta a Dios en el altar de la cruz
como tributo del culto más perfecto, digno de él(2) . Siendo
Dios hecho Hombre, comunicó a su alma humana y a su
intención de sacrificio una dignidad infinita y un valor infinito
a su cuerpo y a su sangre, y como Hombre Dios tiene también,
por la virtud infinita de su Persona divina, el poder de
dejar su vida en la cruz y luego volver a tomarla en la
Resurrección, y al reasumirla en su cuerpo, sublimarlo
mediante el fuego del Espíritu Santo, entregarlo a Dios y
hacer del mismo un templo de la gloria divina(3) .
Su Resurrección y su Ascensión verifican de una manera
místicamente real lo que en los sacrificios de animales se
simboliza mediante la combustión de la carne de la víctima:
por el fuego se simboliza la transformación de la víctima, que
se vuelve pura por la acción del fuego –como si la materia, la
carnalidad, se hiciera puro espíritu por el fuego-, y en el
humo que asciende, se simboliza el ascenso de la víctima, ya
purificada, hasta el altar de Dios, para ser poseída por Dios.
Esto, que es sólo un símbolo en los sacrificios del Antiguo
Testamento, se verifica místicamente en el misterio pascual
de Cristo.
Del mismo modo, el introducir la sangre de las víctimas
sacrificadas en el Santo de los Santos –por lo cual esta sangre
se apropiaba a Dios- era un tipo de la función de Cristo en el
cielo, por la cual él apropia y ofrenda su cuerpo y su sangre
incesantemente a Dios. De una manera mística y real, con su
Cuerpo resucitado, con su Sangre resucitada, Cristo entra en
el Templo de los cielos y se ofrece en oblación, como habiendo
ya pasado por su misterio pascual de muerte y resurrección,
como sacrificio eterno, delante de los ojos de Dios.
Y así como el ascenso de la víctima a los cielos –en el
humo y en el incienso- significaba que entraba ya en la posesión
de Dios, así la Resurrección y la glorificación fueron
precisamente los actos por los cuales la Víctima Inmolada
empezó, luego de su muerte en cruz, a ser posesión verdadera
y perpetua de Dios(4) .
Los corderos de la Antigua Alianza eran corderos para el
sacrificio, pero aún cuando su carne era inmolada en el fuego
y su sangre introducida en el Santo de los santos para expiar
los pecados, no podían nunca quitar los pecados del mundo:
sólo Cristo es el Cordero de Dios que quita los pecados del
mundo, porque realmente tomó sobre sí los pecados de todos
los hombres –tomó mis pecados personales, todos- y los hizo
desaparecer cuando su Sangre corrió sobre su cuerpo, cuando
su Espíritu encendió para siempre su cuerpo con la llama de
la divinidad, la misma divinidad que poseía desde la
Encarnación y desde la eternidad. En ese momento, con su
misterio pascual de muerte y resurrección, el Cordero quitó
para siempre los pecados de todos los hombres -mis pecados
personales-, cuando los lavó con su Sangre; quitó para siem-
pre mis pecados personales, cuando su Espíritu, que es Fuego
divino, los quemó para siempre con el ardor delAmor divino.
Cuando los judíos asistían a la inmolación del cordero del
sacrificio en el Templo, asistían a un culto digno, pero que era
incapaz de concederles el perdón de los pecados y la salvación
eterna.
La inmolación del Verdadero Cordero, por el contrario,
quita mis pecados, y asisto personalmente a la obra de mi salvación
y de mi resurrección y glorificación, cuando asisto a
la renovación y actualización de su muerte en cruz, en el misterio
sacramental del altar, en la Santa Misa.