La carne del Cordero, contenida en la Eucaristía, es Pan de Vida eterna

“¿Cómo puede darnos este hombre a comer de su carne?”
(Jn 6, 52-59). Los judíos se escandalizan frente a las palabras
de Jesús, ya que interpretan en un sentido puramente material
lo que Jesús les dice. Piensan que Jesús se está refiriendo a
ese cuerpo suyo, que están viendo, y que por lo tanto, ellos
tendrían que cometer un acto de antropofagia o algo por el
estilo. Pero Jesús está hablando de su cuerpo real, pero de su
cuerpo real que tiene que pasar por la tribulación de la cruz y
por la alegría de la resurrección. Jesús es el Cordero de Dios,
pero para que sea alimento de las almas, debe ser asado en el
fuego del Espíritu Santo, fuego que arde sin consumir, y que
ardiendo provoca la espiritualización de su cuerpo tendido en
el sepulcro. Ese cuerpo, real, que estuvo en el sepulcro, y que
fue vivificado por el Espíritu Santo, es el cuerpo que se
encuentra en la Eucaristía, y es un cuerpo lleno de la vida de
Dios, una carne por lo tanto espiritualizada y glorificada,
Presente con su ser substancial en la realidad sacramental de
la Eucaristía.
Por eso es que el Pan que Él da, la Eucaristía, es en realidad
su carne, pero no una carne muerta, sin vida, o una carne
o un cuerpo materiales y terrenos, es una carne, un cuerpo,
espiritualizados (cfr. 1 Cor 15, 44), es un cuerpo resucitado,
un cuerpo lleno de la vida del Espíritu de Dios, que comunica
esa vida y ese Espíritu al que lo consume. La Eucaristía es
la carne del Cordero, que ha sido asada en el fuego del
Espíritu, y que por este Espíritu, se ha convertido en Pan de
vida eterna.
“Yo vivo por el Padre, que tiene vida, y el que me come,
vivirá por Mí” (cfr. Jn 6, 57). Jesús vive por el Padre porque
Él procede eternamente del seno del Padre, es el Hijo del
Padre que recibe del Padre todo su ser y toda su vida divina,
por eso, el Espíritu que anima a Jesús es el Espíritu del Padre,
el Espíritu de Dios. Y este mismo Espíritu es el que se
encuentra inhabitando en Persona en el alma humana de
Jesús, y de Jesús pasa a sus hermanos, a los hijos adoptivos
de Dios. Jesús no está hablando en un sentido metafórico, en
un sentido figurado, cuando dice que el que lo coma vivirá
por Él. La frase se podría entender en un sentido figurado:
aquél que ama tanto a Jesús, comulga, y vive por Él, pero no
de Él, no recibe de Él ningún principio de vida nueva. No es
este el sentido de las palabras de Jesús: el que lo coma, vivirá
por Él, porque recibirá de Él su Espíritu Santo, que es
Espíritu de Vida eterna. El que coma la carne del Cordero, su
carne glorificada, llena del Espíritu de Dios, va a recibir a ese
mismo Espíritu, que es el Espíritu Santo, espirado por Él y
por su Padre desde la eternidad, y espirado en cada comunión
eucarística.
“El Pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”
(cfr. Jn 6, 51). El Pan que da Jesús es Él mismo, con su cuerpo
glorificado y resucitado, Presente substancialmente en la
Eucaristía, y por eso no es un pan sin vida, inerte, sino un Pan
vivo, que baja del cielo, del seno mismo de Dios Trinidad, es
un Pan que es en realidad la carne del Cordero. El que coma
la carne del Cordero, el Pan de vida eterna, tiene la vida del
Cordero en Él, el Cordero mismo es su alimento y su principio
de vida, una vida que comenzando en germen en la tierra,
prosigue para toda la eternidad más allá de la muerte. La
carne del Cordero, contenida en la Eucaristía, es Pan de vida
eterna.