María, la Madre del Cordero


El Cordero del Apocalipsis reina en su trono de los cielos
(cfr. Ap 7, 9. 22, 3). Ante el altar de oro de la Jerusalén celestial
(cfr. Ap 8, 3), el altar del Cordero, se postran en adoración
los espíritus bienaventurados. Un ángel, con incensario de
oro y con perfumes exquisitos (cfr. Ap 8, 3), inciensa al
Cordero, cuya Sangre inmaculada dio vida divina y alegría
eterna a los ángeles y a los santos quienes, extasiados, lo contemplan,
se admiran por la hermosura de su Ser divino, se
asombran por su majestad, lo aman y lo adoran en éxtasis
eterno. La sangre del Cordero, que había sido derramada en
la tierra, cuando su Corazón fue traspasado en la cruz, fue
recogida por los ángeles benditos en el cáliz de oro, y fue
dada a los redimidos, y es ahora la Vida eterna de las almas
puras que aman a la Trinidad para siempre y se alegran en su
Presencia y por su Presencia.
El Cordero delApocalipsis sonriente está, ha vencido para
siempre a la hueste infernal. Ha vencido con la cruz, ha vencido
con la corona de espinas, ha vencido para siempre al
ángel caído con la vara de Jesé. El Cordero del Apocalipsis,
que fue muerto e inmolado en la cruz, en el cielo vivo está, y
Adoremos al Cordero
así como de la herida de su corazón traspasado brotó como de
una fuente sangre y agua, que da vida a las almas, así en el
cielo el Cordero es la Fuente de agua viva que vivifica a los
espíritus beatos con la vida misma de Dios (cfr. Ap 7, 17).
Ante el trono del Cordero los ángeles de Dios ocultan su
rostro, inciensan al Cordero (cfr. Ap 7, 3-4), se postran en
adoración, y no pueden ni quieren dejar de adorar y alabar
con todo su ser al Dios inmenso que en el altar reina.
El Cordero Degollado mira con ojos mansos, pacíficos,
serenos y fuertes, y nada escapa a su mirada omnisciente.
Recibe la adoración de los seres vivos (cfr. Ap 5, 14), de todos
los seres y espíritus excelsos que adoran al Dios Tres Veces
santo.
Hacia el trono del Cordero suben los aromas de los inciensos
más exquisitos (cfr. Ap 5, 8. 13), quemados en su
Presencia, en su honor, porque Él, con su Vida, dio vida a
quienes estaban muertos. Gloria, honor, alabanza, majestad,
poder, honra sin fin y sin par, sin igual, al Cordero bendito
que nos salvó. Alabanzas, loores, cantos y salmos, alegría sin
fin, desbordante, que suba hasta los pies del Cordero Amado
que por nuestro amor en la cruz murió.
No puede la turba angélica, no pueden las multitudes de
los beatos, adorar al Cordero como el Cordero se lo merece.
No pueden, pero lo adoran, lo alaban, lo ensalzan, le hacen
fiestas en su honor, porque no pueden ni quieren hacer otra
cosa. No pueden ni quieren apartar la mirada de la mirada del
Cordero.
¡Oh Cordero bendito, alabado y bendecido, glorificado en
tu majestad infinita, santificado en tu ser majestuoso, honrado
sin par por siglos eternos! ¡Seas para siempre, por la eternidad,
por los siglos sin fin, adorado y amado con toda la
fuerza y la intensidad de todos los amantes buenos espíritus
que te adoran por la eternidad!
¡Oh Cordero! ¿De dónde saliste, bendito seas? ¿Quién te
engendró, Cordero amado, que diste tu sangre y tu vida en la
cruz por nosotros?
¡He aquí la Madre bendita del Cordero Amado! ¡He aquí
la Madre Inmaculada del Cordero sin mancha! ¡Eres Tú,
María, la Madre del Cordero! ¡A Ti, Virgen Inmaculada, la
alabanza eterna y la eterna acción de gracias, porque por Ti,
el Cordero vino a este mundo! ¡Gracias a Ti, Madre Amada,
el Cordero Inmaculado se ofreció en la cruz!
¡Al Cordero amado y bendito sea la adoración eterna! ¡A
la Madre del Cordero, María Santísima, la Virgen Llena de
gracia y de luz, sean las alabanzas, la gloria, la majestad por
la eternidad!


María, Madre del
Cordero,
modelo de la Iglesia
Santa


El Cordero está en el altar de los cielos, y a Él lo adoran
los ángeles y los santos, con incienso y perfumes aromados
(cfr. Ap 5, 8. 13), por su gran majestad y por su infinita bondad,
y ensalzan y alaban y honran a la Madre del Cordero, la
Virgen Pura, que está a su lado.
El Cordero del Apocalipsis tiene una Madre, y esa Madre
lo envuelve y lo protege con su manto celeste y blanco, su
manto puro de Madre Virgen e Inmaculada: ¡es la Madre del
Cordero!
Pero, ¿qué sucede, que las imágenes se mutan?
¡Oh prodigio admirable, que deja sin habla a quien lo contempla!
¿Ese Cordero que está en el altar del cielo, no es acaso el
mismo Cordero que está en el altar de la tierra?
¡El Cordero “como Degollado” (Ap 5, 6), que es adorado
en el altar del cielo, es el mismo Cordero que en el altar de la
Iglesia se viste de Pan cocido en el fuego del Espíritu! ¡Es el
mismo Cordero que vierte la sangre de su corazón traspasado,
en el cáliz de bendición! ¡Quién pudiera verlo para creerlo!
¡El Cordero del cielo es el Cordero del altar, y la Madre
del Cordero en el cielo, la Virgen Purísima, es modelo de la
Iglesia santa, que lo ama y adora en la tierra, con la adoración
y el amor de los justos, así como María lo ama y adora en el
cielo, con su Corazón Inmaculado!
El Cordero de los cielos, la lámpara de la Jerusalén celestial,
la luz divina que alumbra a los espíritus bienaventurados
del cielo (cfr. Ap 21, 23), es el mismo Cordero humilde que
en el altar se reviste de Pan y que esparce su luz inmaculada
sobre las almas que lo reciben en la comunión.
Y la Madre del Cordero, María, que lo cubre maternalmente
en el altar del cielo, con celoso amor de Madre, es
modelo de la Iglesia, la cual lo cubre en el altar con sus brazos
maternales, y así como en el cielo la Madre de Dios
ostenta con orgullo materno el fruto bendito de su seno virgen,
para que sea adorado por los espíritus beatos, y en esta
adoración se sacien sin fin de alegría eterna, así en la tierra la
Iglesia lo ostenta en la Eucaristía, para que lo consuman y lo
adoren y lo adoren consumiendo, y consumiéndolo y adorándolo,
lo amen ya en el tiempo para la eternidad, las pobres
almas de los hijos de Dios que peregrinan en el valle del
dolor.




La Mujer del Cordero
El Cordero es adorado en los cielos por los ángeles y por
los santos. En su honor y en su alabanza eterna queman
incienso en su Presencia, se postran, lo adoran con alegría y
gozo indescriptible, no experimentados por ningún mortal.
El Cordero “como Degollado” (cfr. Ap 5, 6), en el altar del
cielo, reina con majestad, y es el mismo Cordero que fue crucificado
como Rey (cfr. Jn 19, 19). De su costado traspasado
en la cruz brotó su Sangre, que es la Vida eterna para las
almas, la Vida que beben los justos en el sacrificio del altar,
en la tierra y en el tiempo, y es la Vida en la que viven para
siempre los bienaventurados en el cielo.
El Cordero del Apocalipsis es la lámpara de la Jerusalén
celestial (cfr. Ap 21, 23), más refulgente y brillante en su divino
esplendor que cientos de miles de soles juntos.
El Cordero, de majestad infinita, de ojos hermosos que
escrutan el fondo de las almas y cada rincón del universo y
del tiempo de todos los tiempos.
El Cordero tiene una Esposa, una Mujer.
¿Quién es la Mujer del Cordero? ¿Una persona particular?
¿Una Mujer, de naturaleza humana, virgen, santa?
No,nopodría ser jamásunamujerparticular laMujerdelCordero.
La Mujer del Cordero es una persona místicamente operante,
la Iglesia Católica(1) .
La multitud de ángeles y santos que adoran al Cordero por
la eternidad, en el cielo, en la Jerusalén celestial, y la multitud
de hombres que forman la Iglesia peregrina en la historia
y en la tierra, y la multitud de almas que esperan el fin de su
purificación, constituyen la Esposa del Cordero.
Así se lo dice la Iglesia al beato Francisco Palau: “Yo soy
–me dijo con gran majestad- la Mujer del Cordero, soy la
Congregación de los justos militantes sobre la tierra, bajo
Cristo, mi Cabeza (…)”(2) .
Es la Esposa del Cordero entonces, en las personas de los santos
y de los ángeles, quien adora a su Esposo en el altar de los cielos.
La Esposa contempla a su Esposo y lo adora con Amor
eterno; el incienso que sube ante la presencia del Cordero es
el incienso que elevan al cielo los miembros del cuerpo de la
Esposa, los ángeles y los santos del cielo.
La Esposa, que alaba y adora al Cordero, su Esposo, en el altar
de los cielos, lo ofrece como carne de Cordero, asada en el fuego
del Espíritu, en el altar de la Iglesia, en la tierra, para la comunicación
del Espíritu del Cordero, el Espíritu de vida eterna.
La Esposa del Cordero lo alaba en los cielos y en la tierra
lo ofrece como Cordero en el Banquete celestial, para alimentar
a sus hijos, los hijos del Cordero y de la Esposa, concebidos
por el Espíritu, los hijos de Dios.
(1)Cfr. MATTHIAS JOSEPH SCHEEBEN, Los misterios del cristianismo,
Ediciones Herder, Barcelona 1964, 534.
(2)Cfr. FRANCISCO PALAU, cit. JOSEFA PASTOR MIRALLES, María,
tipo perfecto y acabado de la Iglesia, Editorial de espiritualidad, Madrid
1978, 104.




Mi Ángel Custodio y el Cordero
Los ángeles son seres espirituales puros creados por Dios
con una naturaleza superior a la humana, que habitan en el
mundo de los espíritus bienaventurados, y viven en un tiempo
llamado “aevum”, intermedio entre la eternidad de Dios y
el tiempo de los hombres. Les llamamos custodios porque
realmente nos protegen y nos ayudan: nos protegen de peligros,
sean espirituales o materiales, y nos ayudan, tanto para
las tareas de todos los días, como para conservar y acrecentar
nuestra fe en Cristo.
Su función es esta, la de ayudarnos en la vida cotidiana,
pero sobre todo, su función principal, es la de iluminarnos
respecto de las verdades de fe, iluminarnos respecto de la
Presencia de Cristo en la Eucaristía y enseñarnos a adorarlo.
Son superiores a nosotros, y sin embargo nosotros, por la
encarnación del Verbo, por la gracia santificante que nos concede
Cristo a través de los sacramentos, somos puestos en una
situación mucho más alta que la que nos corresponde por
nuestra naturaleza humana. Por la gracia santificante que
emana de Cristo y de sus sacramentos, somos hechos con
ellos una sola familia, a pesar de ser nosotros inferiores, y
somos capacitados para compartir con ellos la adoración y la
contemplación del Hombre-Dios Cristo: ellos, viendolo cara
a cara, nosotros, por la fe, en su Iglesia.
Los ángeles custodios no están flotando en las nubes:
están delante del trono de Dios (cfr. Ap 7, 11), alegrándose
con una alegría infinita y eterna por el hecho de gozar de la
visión de Dios Trino; adoran a Cristo, la Lámpara de la
Jerusalén Celeste que ilumina con su luz a los espíritus bienaventurados
(cfr. Ap 21, 23).
Los ángeles custodios adoran en la eternidad al Cordero
Inmaculado, el Hijo de Dios, Presente en el seno del Padre,
Presente en los cielos eternos y Presente en la Eucaristía.
Mi ángel custodio, antes de la Santa Misa, se prepara para
adorar a su Señor que se hará Presente bajo las especies eucarísticas.
A él debo pedirle que me ilumine para reconocer y
adorar a Jesús en el misterio de la Presencia Eucarística. A él
debo pedirle que me enseñe y me ayude a adorar al Cordero
Presente sobre el altar y al Cordero Presente en mi alma luego
de la comunión eucarística.