“La
Verdad os hará libres; el pecado os hará esclavos” (cfr. Jn 8, 31-42). No se trata de un juego de palabras, sino de una
realidad ontológica. La Verdad libera al hombre porque el hombre ha sido hecho
para conocer la verdad con su inteligencia y para amar al bien con su voluntad,
y en esto encontrar su felicidad. Como en el Ser divino se identifican la
Verdad Absoluta, el Bien infinito y la felicidad suprema, el hombre encuentra
su máxima felicidad en el conocimiento y amor de este Ser divino, y debido a que
el orden natural es un reflejo de la sabiduría y del amor divinos, el hombre
encuentra su libertad y su felicidad en el conocimiento y amor de ese orden
natural, expresado en los Mandamientos.
Cuando
Dios le dice al hombre: “Ama a Dios y a tu prójimo”, y cuando le dice: “No
matarás”, “No robarás”, “No cometerás adulterio”, etc., le está indicando,
tanto por la vía positiva, como por la vía negativa, el camino a la felicidad.
Si el hombre sigue el consejo, o más bien, el mandato divino, será libre,
porque será máximamente feliz, ya que fue creado para el conocer la Verdad y
amar el Bien, que es la finalidad que persiguen los Mandamientos.
Pero
cuando el hombre, dando rienda suelta al misterio de iniquidad que anida en su
corazón, producto de su participación en la rebelión demoníaca en los cielos,
deja de lado a Dios y piensa, desea, actúa, como si Dios no existiera, entonces
comienza a vivir el camino que lo conduce a la esclavitud del error y de la
ignorancia.
Homomonio,
divorcio exprés, adopción homosexual, fertilización asistida, alquiler de
vientres, aunque sean presentadas como logros del progreso humano, constituyen
gravísimas violaciones al ordenamiento divino, en donde se encuentran ausentes
la Verdad y el Bien, y por lo tanto, la felicidad. Al intentar construir una
sociedad sin Dios, el hombre se vuelve esclavo del error, de la ignorancia y
del mal, y se dirige a un abismo irreversible de maldad, de tristeza, de dolor
y de amargura.
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