Páginas

jueves, 10 de diciembre de 2015

“No ha nacido ningún hombre más grande que el Bautista”


“No ha nacido ningún hombre más grande que el Bautista” (cfr. Mt 11, 11-15). Nuestro Señor alaba a Juan el Bautista, pero no tanto por su santidad personal, como por el papel que tan fielmente desempeñó en el plan divino[1]. Él es el puente entre el orden antiguo y el nuevo, entre el Antiguo Testamento y el Nuevo; es el que anuncia el cumplimiento de las profecías mesiánicas; es el que, lleno del Espíritu Santo, señala a Jesucristo y dice: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”; es el que viste con piel de camellos, se alimenta con langostas y predica en el desierto la conversión del corazón para estar preparados para la llegada del Mesías, para su aparición pública; es el que da su vida en testimonio de Cristo Esposo, el Hijo de Dios que se une esponsalmente a la humanidad en la Encarnación.
Es necesario conocer al Bautista, porque todo cristiano está llamado a imitarlo y a participar de su misión: como el Bautista, todo cristiano está llamado a señalar, con la luz y el conocimiento sobrenaturales proporcionados por el Espíritu Santo, a Cristo, diciendo de Él, en su Presencia eucarística: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”; todo cristiano está llamado a vivir austera, sobria y castamente como el Bautista, y a predicar en el desierto del mundo la conversión del corazón, necesaria para recibir la gracia santificante del Verbo de Dios; todo cristiano está llamado a dar su vida, ya sea en el martirio cruento, o en el martirio incruento, diario que significa dar testimonio de fe y de vida cristianos, al igual que el Bautista, testimoniando a Jesucristo, el Verbo de Dios que en la Encarnación se unió nupcialmente a la humanidad, para dotarla con la gracia y la santidad divinas; al igual que el Bautista, que anunció en el desierto al Mesías que habría de aparecer en el mundo, todo cristiano está llamado a anunciar a Cristo Dios, el Mesías, que vino en Belén, que vendrá al fin de los tiempos, en una nube, lleno de poder y de gloria, para juzgar a la humanidad, que viene en cada Eucaristía, oculto en apariencia de pan.





[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, 388.

No hay comentarios:

Publicar un comentario