(Domingo
XXII - TO - Ciclo B – 2018)
“Es
del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas
intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la
avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la
difamación, el orgullo, el desatino” (cfr. Mc
7, 1-8.14-15.21-23). Al observar los fariseos que los discípulos de Jesús no
cumplen con la tradición de los antepasados, según la cual debían purificarse
las manos antes de comer, los fariseos le reprochan a Jesús esta actitud de sus
discípulos: “Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: “¿Por
qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros
antepasados, sino que comen con las manos impuras?”. En su respuesta, Jesús,
lejos de darles la razón, contraataca, acusándolos de profesar una religión
meramente externa, apegada a ritos de invención puramente humana, mientras
descuidan la esencia de la religión, el amor, la caridad, la compasión, la
justicia y la piedad: “Él les respondió: “¡Hipócritas! Bien profetizó de
ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con
los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las
doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el
mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”[1].
Jesús, que es Dios, conoce muy bien el interior del corazón
de los fariseos y de los escribas, que pasaban por ser hombres religiosos y los
desenmascara, revelando cuál es su error: piensan que por cumplir con ritos
externos religiosos, ya cumplieron con Dios y Dios está satisfecho con ellos,
pero no es así porque descuidan el interior, el corazón, que es “de donde salen
toda clase de cosas malas”.
El
problema con los escribas y fariseos es que ellos tienen una concepción de la
religión totalmente extrincesista, formalista, que se detiene en la letra y en
las formas, pero no va al espíritu. Guardan las formas, es decir, lo exterior,
pero el interior lo descuidan totalmente. Son, como Jesús mismo les dice, como “sepulcros
blanqueados”: por fuera aparentan ser hombres de bien, hombres religiosos, al
igual que un sepulcro, que por fuera puede ser, desde el punto de vista
arquitectónico, una maravilla, pero por dentro, también al igual que los
sepulcros, que por dentro están llenos de huesos y de cuerpos en
descomposición, así también interiormente las almas de los fariseos están en
descomposición, porque sus corazones están en tinieblas y llenos de pasiones
sin control: desenfreno, ira, gula, pereza, lujuria, etc. Esto se deriva de
esta visión puramente externa de la religión: piensan que la religión es cumplir
con ciertas normas exteriores, sin importar el estado del corazón. Jesús
compara también al hombre y su religiosidad con una copa y un plato que deben
ser limpiados, porque están con suciedad: si se limpia solo por fuera, queda
sin limpiar el interior: esto es para significar a las personas que solo cumplen
exteriormente la religión –rezan, hacen ayuno, asisten al templo, visten como
religiosos- pero no se preocupan por lo interior, es decir, en el interior del
corazón no hay amor a Dios ni al prójimo, solo hay amor al dinero y al propio
yo, hay egoísmo, vanidad, superficialidad, gula, pereza, ira. De la misma
manera a como un plato y una copa deben ser limpiados por dentro y por fuera,
así el hombre, que está compuesto de cuerpo y alma, debe ser religioso por
fuera –actos de culto, normas, etc.- pero también debe ser religioso en su
interior –teniendo un corazón piadoso y misericordioso, siendo manso y humilde
de corazón, a imitación de Cristo-, teniendo un corazón limpio y puro y lo que nos limpia por dentro es la gracia santificante. Jesucristo no elimina la necesidad de la
religiosidad exterior: lo que hace es revelarnos que, para que esta
religiosidad exterior sea agradable a los ojos de Dios, debe estar acompañada
por una religiosidad interior; de lo contrario, la práctica de la religión es
farisea, es decir, es hueca y superficial y no agrada a Dios.
Si
la advertencia y el reproche de Jesús son válidos para los fariseos, que no
tenían el régimen de la gracia, mucho más lo son para nosotros, cristianos, que
vivimos en el régimen de la gracia. Por la gracia, el alma, en esta vida
terrena, no solo está ante la Presencia de Dios, sino que Dios Uno y Trino
mora, habita, inhabita, vive, en el alma, en el corazón del que está en gracia.
Esto quiere decir que Dios no solo ve nuestros actos exteriores de religión,
sino que, como estamos ante su Presencia –estar en gracia es el equivalente al
estar cara a cara con Dios para los bienaventurados del cielo-, el más mínimo
pensamiento resuena ante Dios, por eso debemos cuidar muchísimo nuestros
pensamientos, del orden que sea, porque esos pensamientos los decimos delante
de Dios. Un pensamiento o un deseo malo, resuenan ante la Santa Faz de Dios y
mucho más si esos pensamientos o deseos malos van seguidos de una acción mala. Lo
mismo sucede con los buenos pensamientos, deseos y acciones, todos resuenan
ante el Rostro Tres veces Santo de Dios Trino. Entonces, Jesús quiere que
seamos hombres religiosos perfectos, que profesemos nuestra religión no solo
exterior, sino también interiormente.
“Es
del corazón del hombre de donde provienen todas las cosas malas”. No estamos
exentos de cometer el mismo error de fariseos y escribas, esto es, de pensar
que la religión consiste en el cumplimiento meramente exterior de ritos y
normas religiosas. Debemos siempre recordar las palabras de Jesús, para
mantener en guardia los pensamientos y deseos que se presentan en nuestras
mentes y corazones: “Es del interior, del corazón de los hombres, de donde
provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los
adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la
envidia, la difamación, el orgullo, el desatino”. La verdadera religión
consiste no solo en cumplir exteriormente con los preceptos y en rechazar la
malicia del corazón, que es el pecado, sino además en tener el alma pura y en
gracia por el sacramento de la confesión, porque lo que nos purifica por dentro es la gracia santificante; en adorar a Jesús Eucaristía,
entronizado en el corazón por la comunión eucarística; y en obrar la
misericordia con nuestros hermanos más necesitados. Ésa es la verdadera
religión, la que cumple exteriormente con los ritos y normas y la que brilla en
el interior con la gracia, la Presencia de Dios por la Eucaristía, y las obras
de misericordia para con el prójimo.
[1] “Los fariseos
con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús,y vieron que
algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los
fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes
cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al
volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay
muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado
de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce”.
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