(Ciclo B – 2024)
El Domingo de Ramos la Santa
Iglesia Católica conmemora el ingreso triunfal de Nuestro Señor Jesucristo en
Jerusalén, días antes de su Pasión y Muerte en Cruz. En efecto, Nuestro Señor,
montado en una cría de asno, ingresa a la Ciudad Santa de Jerusalén. Su ingreso
tiene la particularidad de que se realiza en forma triunfal, porque todos los
habitantes de Jerusalén, sin exceptuar ninguno, desde el más pequeño hasta el
más grande, todos, movidos por el Espíritu Santo, todos se recuerdan de los
milagros hechos por Jesús para todos y cada uno de los habitantes de Jerusalén.
Por la acción del Espíritu Santo, todos se acuerdan de lo que Jesús obró en
cada uno de ellos, el Espíritu Santo les hace recordar de los milagros
recibidos, de las gracias concedidas, de los dones espirituales y materiales
concedidos por Jesús y todos, con el corazón exultante de alegría, salen a
recibir a Jesús, agitando palmas de olivo y tendiendo ramas a su paso, a modo
de alfombra, dándole a Jesús el recibimiento digno no ya de un rey, sino de
alguien mucho más importante, el recibimiento del Mesías. Y es así como todos
saludan a Jesús, como al Mesías, como al Redentor, enviado por Dios para salvar
a la humanidad: “¡Hossanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del
Señor, el Rey de Israel. ¡Hossanna en las alturas!”. Saludado con hossanas y
con cánticos de alegría y de júbilo, Jesús, Rey manso y pacífico, ingresa en la
Ciudad Santa de Jerusalén el Domingo de Ramos y es esto lo que la Iglesia
conmemora en este día.
Sin embargo, algo siniestro
sucederá durante la Semana Santa que se inicia con el Domingo de Ramos, porque
si el Domingo de Ramos Jesús es recibido triunfalmente por los habitantes de
Jerusalén, el Viernes Santo, luego de ser traicionado, encarcelado, juzgado y
condenado injustamente a muerte, el mismo Señor Jesús que fue recibido como
Rey, será echado fuera de la Ciudad Santa, en medio de gritos, empujones,
golpes de puño, patadas, insultos, como si fuera un criminal y es expulsado de
Jerusalén para ser conducido al Monte Calvario, para ser ejecutado como un bandido,
al acusarlo falsamente de blasfemia.
Entonces, si el Domingo de
Ramos Jesús es recibido triunfalmente como el Mesías, el Viernes Santo es
expulsado de la Ciudad Santa como si fuera un bandido, para ser ejecutado en la
Cruz en el Monte Calvario.
Podemos entonces preguntarnos
qué es lo que pasó en el medio de la Semana, para que se produjera un cambio
tan radical de actitud en los habitantes de Jerusalén, para que se produjera el
paso del amor al odio hacia Jesús. La respuesta es que los habitantes de
Jerusalén se olvidaron de todo lo que Jesús había hecho por ellos y antes de
expulsar a Jesús, expulsaron al Espíritu Santo de sus corazones, quedando así a
oscuras en sus almas y corazones; dejaron de reconocer a Jesús como al Mesías y
rindiéndose al Príncipe de las tinieblas, lo entronizaron al Ángel caído como
rey de sus almas y fue así como expulsaron al Verdadero y Único Dios, Cristo
Jesús.
Pero este hecho histórico,
tiene un significado sobrenatural: la Ciudad Santa de Jerusalén representa a
todos y cada uno de los bautizados en la Iglesia Católica, convertidos en
templos del Espíritu Santo por el bautismo sacramental; los habitantes de
Jerusalén somos los católicos; el ingreso de Jerusalén de Jesús es el ingreso
de Jesús en el alma por medio de la gracia santificante; la expulsión de Jesús
el Viernes Santo es la expulsión de Jesús del alma por medio del pecado, sobre
todo el pecado mortal.
Cada uno de nosotros puede
elegir qué habitante de Jerusalén quiere ser en su vida: si aquel que el
Domingo de Ramos lo recibe con alegría y con ramos de olivos, significando esto
el vivir en estado de gracia rechazando al pecado y al Ángel caído, o si ser el
habitante del Viernes Santo, que elige al pecado y a Satanás como dueños y
señores de sus almas, negando a Jesucristo y perpetuando su crucifixión. En
nuestros días se está produciendo un alarmante estado de fascinación por el
Ángel caído, puesto que son cada vez más quienes, a sabiendas o no, eligen al
Príncipe de las tinieblas como a su amo y señor. No cometamos jamás ese error y
hagamos el propósito de nunca expulsar de nuestros corazones al Único Dios
Verdadero, Cristo Jesús, aclamándolo con cánticos de alegría como a Nuestro Rey
y Señor, principalmente viviendo en gracia, cumpliendo sus Mandamientos y
siendo misericordiosos para con nuestros prójimos.
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