(Domingo
V - TP - Ciclo C - 2025)
“Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Jn
13, 31-33a.34-35). Jesús nos deja un mandamiento al que Él llama “nuevo”; “Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado”, pero
en este mandamiento debemos preguntarnos cuál es la novedad, en qué consiste lo
“nuevo”, porque en el Antiguo Testamento ya existía este mandamiento, el del
amar al prójimo; de hecho, el Primer Mandamiento de la Ley de Dios, practicada
por el Pueblo Elegido, consistía en “amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”.
Si nos quedamos en este primer análisis superficial, podemos decir que el mandamiento
de Jesús no es tan nuevo como Él lo dice. Sin embargo, el mandamiento de Jesús
es nuevo y lo es de tal manera, que es completa y absolutamente nuevo, aun
cuando en el Antiguo Testamento ya existiera un mandamiento que mandara amar al
prójimo y es tan nuevo el mandamiento de Jesús, que podemos decir que es substancialmente
nuevo, a pesar de que su formulación con el mandamiento de la Ley de Moisés es
casi idéntica.
Si esto
es así, si el mandamiento de Jesús es substancialmente nuevo y tan nuevo que es
distinto al mandamiento de la Ley Antigua, debemos preguntarnos en qué consiste
la novedad del “mandamiento nuevo” de Jesús. La novedad del mandamiento nuevo
de Jesús radica, principalmente, en dos aspectos: el primero se refiere a la
consideración del prójimo y el segundo, en la cualidad del amor con que Nuestro
Señor Jesucristo manda amar al prójimo. Con relación al prójimo, hay que tener
en cuenta que para los judíos se consideraba como “prójimo”, solo a quien pertenecía
al pueblo judío -por eso los samaritanos no eran considerados prójimos y no
estaban, por lo tanto, incluidos en el Primer Mandamiento-: así, el Primer Mandamiento
quedaba limitado solo a los de raza hebrea o solo a quienes profesaran la
religión judía; en el mandato de Jesús, queda suprimida toda barrera de raza,
de nación, de edad, e incluso de amistad, porque el concepto católico de “prójimo”
incluye a todo ser humano, por el solo hecho de ser un ser humano; la segunda
diferencia, que hace verdaderamente nuevo al mandamiento de Jesús, se refiere a
la cualidad del amor con el que se debe amar al prójimo: en el Antiguo
Testamento, el mandamiento mandaba amar al prójimo -con las limitaciones que
mencionamos- con las solas fuerzas del amor humano, ya que así lo dice
explícitamente la formulación del mandato: “Amarás a Dios -y al prójimo- con
todas tus fuerzas” y el amor humano, además de estar contaminado por el pecado
original, está también condicionado por nuestra naturaleza humana, de ahí que
el amor humano, aun cuando sea genuino, es limitado, se deja llevar por las
apariencias, es superficial en muchos casos; en cambio, el tipo de amor con el que
Jesucristo nos manda amar al prójimo es substancialmente distinta, porque Jesús
nos manda a amar con el Amor con el que Él nos ha amado y ese Amor es el Amor
de Dios, el Espíritu Santo, el Amor que el Padre dona al Hijo desde la
eternidad y el Amor con el que el Hijo ama al Padre desde la eternidad y así lo
dice Jesús: “Ámense los unos a los otros como Yo os he amado”, es decir,
con el Amor con el que Jesús nos ha amado y ese Amor es el Amor de su Sagrado
Corazón Eucarístico, el Divino Amor, el Espíritu Santo. Por último, hay otro
elemento que estaba totalmente ausente en el mandamiento del Antiguo Testamento
y ese elemento es la cruz: Jesús nos dice que nos amemos los unos a los otros
“como Él nos ha amado” y Él nos ha amado con el Divino Amor, el Espíritu Santo,
y hasta la muerte de Cruz, porque nos dona ese Divino Amor a través de la
efusión de Sangre de su Corazón traspasado en la Cruz. Estas son entonces las
diferencias que hacen que el mandamiento de Jesús sea verdadera y
substancialmente nuevo, porque implica amar a todo prójimo, sin distinción de
razas, es decir, implica amar a todo ser humano, incluido nuestro enemigo –“Ama
a tu enemigo”-; el mandamiento nuevo de Jesucristo implica también amar no ya
con el simple y limitado amor humano, sino con el amor de Dios, el Espíritu
Santo; por último, implica amar a Dios y al prójimo, no hasta cuando nos
parezca, sino hasta la muerte Cruz. Todos estos son elementos que hacen que el
mandamiento de Jesús sea un mandamiento verdaderamente nuevo y de origen
celestial, sobrenatural, divino.
Finalmente,
cuando nos decidimos a cumplir este mandamiento nuevo de Jesús, nos enfrentamos
con la realidad, la realidad de no tener un amor suficiente y capaz de cumplir
el mandamiento como Jesús nos pide. Entonces, nos preguntamos: ¿dónde conseguir
el Amor Divino, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, el Amor
de Dios, con el cual sí podemos amar a todo prójimo, incluido el enemigo; con
el cual podemos amar con el Divino Amor, el Santo Espíritu de Dios; con el cual
podemos amar a nuestros hermanos hasta la muerte de Cruz? ¿Dónde encontrar este
Amor verdaderamente celestial? Encontraremos este Amor Divino allí donde reside
como en su sede natural, el Sagrado Corazón de Jesús. ¿Y dónde está el Sagrado Corazón
de Jesús, vivo, glorioso, resucitado, palpitante con el Divino Amor? En la
Sagrada Eucaristía. Entonces, si queremos vivir el mandamiento nuevo de
Jesucristo, recibamos con el corazón en gracia al Divino Amor que el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús derrama sobre nuestras almas, por medio de la Comunión
Eucarística.
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