“El
Reino de Dios es como un grano de mostaza” (Mt
13, 31-35). Jesús compara al Reino de Dios como un grano de mostaza: así como
este es inicialmente muy pequeño, pero luego se convierte en un arbusto de gran
tamaño en donde se cobijan las aves del cielo, así el Reino de Dios.
Pero
la parábola bien puede aplicarse al alma, ya que sin la gracia divina, es
pequeña –como la semilla de mostaza-, mientras que con la gracia de Dios,
alcanza un tamaño insospechado, que supera miles de veces su pequeñez original.
Esto se ve en los santos, y de entre ellos, a los más grandes de todos, puesto
que llegaron a las altas cumbres de la santidad, no por ellos mismos, sino por
la gracia divina. Todos los santos que están en el cielo, absolutamente
todos, deben su gloria y su grandeza a la gracia divina; dicho de otra manera,
sin la gracia divina, ninguno de los santos –el Padre Pío, Santa Margarita, San
José, San Antonio, o cualquier santo que se nos ocurra-, jamás habrían podido alcanzar la gloria de la vida eterna y habrían permanecido pequeños e
insignificantes, como pequeño e insignificante es un grano de mostaza.
Ahora
bien, si el alma es el grano de mostaza que por la gracia alcanza un tamaño
miles de veces superior al original, y se vuelve tan grande como un árbol, en
el que las aves del cielo van a hacer sus nidos; ¿qué representan estas aves
del cielo? Representan a las Tres Personas de la Santísima Trinidad, que
inhabitan en el alma en gracia y hacen de ese corazón su morada más preciada.
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