(Ciclo
A – 2020)
“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos” (Jn 20, 19-23). Jesús
resucitado sopla el Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en oración y
esta recepción del Espíritu Santo por parte de la Iglesia es lo que se conoce
como “Pentecostés”.
Ahora bien, una vez enviado por Jesucristo resucitado, ¿qué
hará el Espíritu Santo en la Iglesia?
Las acciones y funciones del Espíritu Santo serán múltiples
y diversas, actuando en todos los niveles de la Iglesia:
-Establecerá el Sacramento de la Penitencia para el perdón
de los pecados y esto es así desde el momento en el que Jesús dice: “Recibid el
Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
-Santificará las almas: “Tomará de lo mío y se lo dará a
ustedes” y lo propio de Jesucristo es la santidad, por lo que el Espíritu
Santo, Espíritu Santificador por antonomasia, que es al igual que Cristo la
Santidad Increada, santificará las almas de los fieles que lo reciban, luego de
ser quitado el pecado.
-Les recordará todo lo que Jesús les ha dicho: hasta antes
de recibir el Espíritu Santo, los discípulos no tenían una clara comprensión de
las palabras de Jesús, ni del misterio de su Persona divina, ni de su misterio
pascual de muerte y resurrección. Prueba de esto son las actitudes de tristeza
y desolación que experimentan los discípulos de Emaús, antes de reconocerlo, y
la tristeza y el llanto de María Magdalena a la entrada del sepulcro, también
antes de reconocerlo. Será el Espíritu Santo quien les recordará que Jesús
había dicho que Él era Dios Hijo encarnado y que en cuanto tal, “al tercer día
habría de resucitar”; será el Espíritu Santo quien les recuerde que Jesús había
prometido vencer a la muerte, resucitando al tercer día.
-Convencerá al mundo “de un pecado, de una justicia y de una
condena”: será el Espíritu Santo quien revelará la existencia del pecado, tanto
el original como el habitual, que hacen imposible la santidad del hombre y lo
hacen indigno de entrar en el Cielo: a quienes ilumine el Espíritu Santo, estos
tomarán aversión al pecado, lo rechazarán con todas sus fuerzas y desearán la
santidad que el Espíritu Santo concede; el Espíritu Santo hará resplandecer la
Justicia de Dios, porque por el Sacrificio en Cruz de Jesús el pecado ha sido
derrotado y la gracia se ha desbordado desde el Corazón traspasado de Jesús en
la Cruz, inundando al mundo con la Misericordia Divina; el Espíritu Santo hará
ver al mundo una condena, la condena eterna de la Serpiente Antigua, el Diablo
o Satanás, el Ángel caído, que por la muerte en Cruz de Jesús ha sido vencido
para siempre y condenado para la eternidad en los Infiernos, de donde nunca más
habrá de salir.
-Los llenará de una fuerza y un valor desconocidos: hasta el
don del Espíritu Santo, los discípulos estaban “con las puertas cerradas”, por “miedo
a los judíos”; a partir del don de Fortaleza concedido a la Iglesia
-Iluminará las mentes con la luz de Dios y encenderá los
corazones en el Amor de Dios, para que la Iglesia Naciente pueda comprender el
misterio de Jesús, que es el misterio no de un hombre santo, sino el misterio
de Dios hecho hombre, es el misterio de Dios, es el misterio de la Encarnación
del Verbo de Dios; el Espíritu Santo hará saber a los hombres que Cristo es la
Segunda Persona de la Trinidad encarnada y los hará enamorar de su Presencia
Personal en la Eucaristía.
-Espíritu
Santo conducirá a la Iglesia al Corazón de Cristo y de ahí al Padre: “Nadie va
al Padre sino es por Mí”, dice Jesús y Jesús dona al Espíritu Santo para que
sea el Espíritu Santo quien lleve a la Iglesia a su Sagrado Corazón y de allí
al seno del Padre, que es algo infinitamente más grande y glorioso que el mismo
Reino de los cielos.
Por
último, el Espíritu Santo colmará de
alegría a la Iglesia: ya inmediatamente después de ver a Jesús resucitado y de recibir
el Espíritu Santo, los discípulos “se llenan de alegría”, pero no se trata de una
alegría mundana; no se trata de una alegría terrena, pasajera, superficial; se
trata de una alegría desconocida por los hombres, porque es la alegría que brota
de su Ser divino trinitario; es una alegría que es participación de Él mismo,
que es en Sí mismo la Alegría Increada.
Jesús
–junto al Padre- sopla el Espíritu Santo sobre la Iglesia que, con la Virgen a
la cabeza, se encuentra en oración, implorando el don del Espíritu de Dios para
la Iglesia.