(Domingo
IV - TC - Ciclo C – 2019)
“Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido” (Lc 15, 1-3. 11-32). Jesús va a comer con
pecadores y en consecuencia los fariseos y los escribas, que eran hombres
religiosos y se creían puros, murmuran y critican a Jesús por este hecho, por
el acudir a casa de pecadores. Para los judíos, estar cerca de un pecador
equivalía a contaminarse con su pecado y es por esto que critican a Jesús porque
presentándose Él como un rabbí, como un maestro de religión que enseña en
teoría la pureza en relación de Dios, no tiene reparos en comer con pecadores,
contaminándose de sus pecados. Como Jesús lee los pensamientos desde el momento
en que es Dios, esta murmuración le sirve a Jesús de ocasión para pronunciar la
parábola del hijo pródigo, a fin de que la escuchen todos, incluidos los
escribas y fariseos que murmuraban contra Él.
Según
esta parábola, el menor de dos hijos de un padre muy rico, le pide su herencia,
se va de la casa, malgasta todo el dinero y cuando se queda sin dinero,
comienza a pasar hambre, por lo cual debe emplearse como cuidador de cerdos, aunque
no puede ni siquiera comer las bellotas del suelo para satisfacer su hambre. Es
entonces cuando el hijo menor recapacita, se arrepiente de su acción y decide
volver a la casa del padre para pedirle perdón por haber salido de la casa
paterna y el haber malgastado la herencia. El padre de la parábola, apenas se
entera de que su hijo regresa, lejos de regañarlo, se alegra, abre los brazos y
sale a su encuentro a recibirlo y lo trata con todo amor y como signo de que lo
recibe como hijo y no como criado -tal como había pedido el hijo menor-, le
hace poner una túnica nueva, un calzado nuevo y un anillo y además manda a
sacrificar al ternero cebado para hacer fiesta, porque el padre de la parábola
está contento, porque su hijo “estaba perdido y ha regresado”.
La parábola es figura del sacramento de la confesión y se
entiende cuando se hace una transposición de los elementos naturales de la misma
al plano espiritual, puesto que cada elemento tiene un significado sobrenatural:
el hijo pródigo, que pide su herencia y sale de la Casa del Padre y se va a
lugares de pecado en donde malgasta su dinero, es el hombre que, estando en
gracia, pierde la gracia por el pecado; la herencia del hijo pródigo es la
gracia santificante y el perderla en lugares pecaminosos, es la pérdida de la
gracia, sin importar de qué pecado se trate; la pobreza del hijo pródigo una
vez que ha gastado toda su herencia, es el estado de miseria del alma del
pecador, que se queda sin la riqueza de la gracia; el hambre que experimenta es
la nostalgia de Dios; el trabajar cuidando cerdos es el quedar esclavo de las
pasiones, al perder la gracia; el dueño de los cerdos y patrón del hijo pródigo
caído en desgracia es el Demonio, y el hijo pródigo que trabaja para el Demonio
es el alma que, habiendo perdido la gracia, queda esclava de las pasiones y del
Demonio; el sentimiento y pensamiento de culpa es el remordimiento de la
conciencia, que le reprocha al alma el haber pecado y perdido la gracia; el
deseo de volver a la Casa del Padre es la respuesta del alma a la gracia de la
conversión y el arrepentimiento; el abrazo del padre de la parábola cuando el
hijo regresa, es la absolución que da el sacerdote cuando el alma, arrepentida,
va a confesar sus pecados; el vestir túnica nueva, sandalias nuevas y un
anillo, elementos que usan los hijos y no los criados, significan que el alma
recupera, por la gracia sacramental de la confesión, su condición de hija de
Dios; la fiesta en la que se sacrifica al ternero cebado y en la que hay alegría
festiva, es la Santa Misa, en donde el Padre sacrifica al Cordero, Cristo
Jesús, en señal de la alegría que le produce el hecho de que un alma se
arrepienta, se confiese y así consolide su conversión. A su vez, el hermano
mayor que se enoja con el padre y el hermano menor porque no se hace fiesta por
él, dicen algunos autores que representa a los judíos, que siempre han
pertenecido al Pueblo Elegido, es decir, siempre han estado con Dios, mientras
que el hijo pródigo seríamos nosotros, los gentiles, que fuimos adoptados por
la gracia.
La parábola entonces es figura del sacramento de la
confesión sacramental y muestra el infinito y eterno amor misericordioso del
corazón de Dios Padre, que lejos de reprochar al alma por haber pecado, le
concede, por medio de la absolución del sacerdote, la gracia santificante, es
decir, lo reviste con la túnica nueva, las sandalias y el anillo que indican
que el alma ha recuperado su condición de hijo adoptivo de Dios.
“Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Cada vez que
vamos a confesarnos, se renueva y actualiza la parábola del hijo pródigo,
porque nuestras almas reciben el amor misericordioso del Padre que nos absuelve
en virtud de la Sangre de su Hijo derramada en la cruz. Cuando pecamos, cada
uno de nosotros nos convertimos en el hijo pródigo de la parábola; que el fruto
de esta Cuaresma sea entonces acudir al Sacramento de la Confesión para recibir
el abrazo misericordioso del Padre para luego asistir al Banquete celestial, la
Santa Misa, en donde el Padre, para expresar su alegría porque nos hemos
confesado hace fiesta para nosotros y nos sirve un manjar exquisito, la Carne
del Cordero de Dios, el Pan Vivo bajado del cielo y el Vino de la Alianza Nueva
y Eterna, la Sagrada Eucaristía.