(Domingo XXVII - TO - Ciclo C - 2022)
“Señor, auméntanos la Fe” (Lc 17, 5-10).
Los Apóstoles le piden a Jesús que “les aumente la Fe”. Esto nos lleva a
considerar qué es la Fe y de qué Fe se trata. Según la Escritura, la Fe es “la
certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb
11). En nuestro caso, nuestra Fe católica se basa en las Palabras de Nuestro
Señor Jesucristo, las cuales son el fundamento de nuestra fe; por ejemplo, que
Él es Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad; que Él se encarnó por obra
del Espíritu Santo; que permanece con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la
Sagrada Eucaristía hasta el fin de los tiempos; que ha de venir a juzgar a
vivos y muertos en el Día del Juicio Final, dando el Cielo a los que se esforzaron
por vivir en gracia y cumplir sus Mandamientos y el Infierno a quienes no
hicieron caso de sus palabras.
Nuestra
Fe Católica, entonces, se basa en la Sagrada Escritura, en donde está contenida
la Revelación de Dios a los hombres en Cristo Jesús, pero además nuestra Fe Católica
se complementa con la Tradición de los Padres de la Iglesia y con el Magisterio,
de manera que lo que no comprendemos o no está explícito en las Sagradas Escrituras,
está contenido y explicitado en la Tradición y el Magisterio. Por eso es un
error pretender que lo que no está en la Biblia no hay que tenerlo en cuenta,
como hacen los protestantes: esto es un grave error, el criterio de la “sola
Escritura”, porque como dijimos, para nosotros los católicos, la Fe no solo se
basa en las Escrituras, sino en la Tradición y en el Magisterio.
Ahora
bien, para los católicos, otro elemento muy importante a tener en cuenta es que
la Fe en la Sagrada Escritura no puede ser nunca de interpretación privada,
como erróneamente sostienen los evangelistas o protestantes y otras sectas; es
necesario que sea Cristo Dios quien, a través de su Espíritu, nos ilumine, para
que seamos capaces de aprehender el verdadero sentido sobrenatural de las Escrituras.
Dice así el Catecismo de la Iglesia Católica[1]: “Sin
embargo, la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la
religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del
Verbo encarnado y vivo» (San Bernardo de Claraval, Homilia super missus
est, 4,11: PL 183, 86B). Para que las Escrituras no queden en letra muerta,
es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos
abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24,
45)”. En otras palabras, para no
caer en el error de interpretar las Sagradas Escrituras según el limitado límite
de nuestra razón humana, debemos pedir siempre, antes de leer la Sagrada Escritura,
la asistencia del Espíritu Santo, para que ilumine nuestras inteligencias y nos
evite caer en el error del racionalismo, error que literalmente destruye el sentido
sobrenatural de la Palabra de Dios e impide que la misma se aprehendida en su
verdadero sentido por parte del alma humana.
“Señor,
auméntanos la Fe”. Jesús dice que si nuestra fe fuera del tamaño de un grano de
mostaza, seríamos capaces de mover montañas. En la práctica, no sucede así, lo
cual quiere decir que nuestra fe es verdaderamente pequeña. Sin embargo, la Fe
de la Iglesia Católica es enormemente grande, porque por esta fe, el Hijo de Dios
desciende de los cielos, obedeciendo a las palabras de la consagración que
pronuncia el sacerdote ministerial, para quedarse en persona en la Eucaristía. Es
por esto que, si nuestra fe personal es frágil, debemos unirnos a la Santa Fe
de la Iglesia Católica, para que nuestra fe en la Presencia real, verdadera y
substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía sea capaz de trasladar,
mucho más que una montaña, al mismo Dios Hijo en Persona, desde el cielo al
altar eucarístico. Por esto, también nosotros pidamos, como los Apóstoles, que
el Señor, a través de la Virgen, nos aumente la Fe, la cual está codificada en
el Credo de los Apóstoles, pero sobre todo le pidamos que aumente en nosotros la
Santa Fe Católica en lo más preciado que tiene la Iglesia y que es la Santa
Misa como renovación incruenta y sacrificial del Sacrificio del Calvario:
“Señor, auméntanos la Fe en la Misa como renovación sacramental de tu Santo
Sacrificio de la Cruz”.