(Ciclo B – 2024)
La Resurrección es el regreso a la vida, pero no a
esta vida mortal, sino a la vida gloriosa, sobrenatural, divina y eterna, que
Nuestro Señor Jesucristo poseía junto al Padre desde la eternidad. ¿Cómo
podemos describir a la Resurrección de Jesús? Para darnos una idea, debemos
comenzar reflexionando sobre la Santísima Trinidad, porque Jesús es la Persona
Segunda de la Trinidad y sin hacer referencia a estas Divinas Personas, poco y
nada podremos entender de la Resurrección. Ante todo, hay que decir que la
Santísima Trinidad es Dios Perfectísimo, Uno en naturaleza y Trino en Personas;
las Tres Divinas Personas poseen el mismo Acto de Ser Divino trinitario,
participando estas Divinas Personas de una misma naturaleza divina. Ahora bien,
en la Santísima Trinidad, su Ser divino trinitario y su naturaleza divina
trinitaria son gloria divina, purísima, eterna, celestial, sobrenatural y esta
gloria divina es luz, pero no una luz creada -como la luz del sol, la luz del
fuego o la luz eléctrica-, sino que es una Luz Eterna e Increada, Purísima,
Perfectísima, inconcebible para la creatura humana y angélica y de la cual solo
nos podemos dar una pequeña idea cuando comparamos a esta luz con la luz que podrían
emitir cientos de miles de millones de soles juntos y así y todo esta luz solo
sería oscuridad, en comparación con la Luz Eterna del Ser divino trinitario de
las Tres Divinas Personas.
Es esta Luz Eterna, del Ser divino de Dios Uno y
Trino, la luz que, desde la Trinidad, se transmite y participa al Cuerpo muerto
de Jesús que yace sobre el Santo Sepulcro, el día Domingo a la madrugada y como
es una luz que posee vida, pero no vida creada, como la vida del hombre y la
del ángel, sino que es una Vida Eterna e Increada, una Vida divina, celestial,
sobrenatural, propia y exclusiva de la Santísima Trinidad y como es una luz que
da vida, luz y gloria divinas, le comunica al Cuerpo muerto de Jesús esta vida,
esta luz y esta gloria divinas, volviendo a Jesús a la vida, pero no a esta
vida mortal, sino a la Vida gloriosa, celestial, divina y sobrenatural que
tenía Jesús desde la eternidad, al proceder eternamente del Padre y al estar
unido al Padre por la Persona Tercera de la Trinidad, el Espíritu Santo.
Esta luz gloriosa y divina, que comunica la Vida
Eterna de la Trinidad, es la que comunica Jesús resucitado y glorioso desde la
Sagrada Eucaristía a todo aquel que lo recibe en gracia, con fe y con amor,
siendo la Vida Divina contenida en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús un
anticipo de la Vida Eterna y absolutamente Increada que será participada al
alma que ingrese en la feliz eternidad del Reino de los cielos, si en esta vida
vive en gracia y sobre todo si muere en estado de gracia santificante, la
gracia que comunican los Sacramentos, de ahí la importancia esencial de los
Sacramentos -sobre todo Penitencia y Eucaristía- para aquel católico que quiera
salvar su alma y vivir en la eternidad feliz del Reino de Dios. El meditar en
la Resurrección de Jesús lleva al alma a maravillarse, no solo por el poder de
Jesús en cuanto Dios, porque Él voluntariamente va a la muerte en cruz para
salvarnos y luego, voluntariamente, porque Él es la Vida Eterna e Increada en
Sí misma, da a su Cuerpo muerto la Vida divina y lo hace no solo para perdonar
nuestros pecados, sino para comunicarnos de su misma Vida divina, de su Amor
divino, de su Gloria divina y por todo esto, bendecimos y glorificamos al
Cordero de Dios, Cristo Jesús, la Lámpara de la Jerusalén celestial, el Cordero
de Dios.