(Ciclo
A – 2020)
Después de ser crucificado y elevado en alto, Jesús permanece en ese estado
durante tres largas horas, en una penosísima agonía. Finalmente, luego de cumplir
la Redención y de entregar su espíritu a su Padre, Jesús muere en la cruz. La muerte
de Jesús no es la muerte de un hombre santo, ni siquiera del más santo entre
los santos: es la muerte de Dios encarnado, es la muerte del Hombre-Dios, que
se encarnó en el seno de la Virgen Madre, por obra del Espíritu Santo y por el
querer del Padre. El hecho de que el que muere en la cruz es Dios Tres veces Santo,
es lo que explica los eventos de orden cósmico y cosmológico que se suceden en
el instante mismo en que Jesús muere –el terremoto, el eclipse solar- y es lo
que explica también los eventos sobrenaturales que se verifican según el relato
del Evangelio, como la resurrección de una multitud de santos que se les
aparecen a los habitantes de Jerusalén, la conversión del soldado Longinos luego
de traspasar el Corazón de Jesús con una lanza, derramándose sobre él la Sangre
y el Agua del Corazón de Jesús. La conversión de Longinos es el anticipo y la
prefiguración de las incontables conversiones que habrían de darse en el
tiempo, al caer esta misma Sangre y Agua, de modo misterioso, sobre las almas.
A su vez el eclipse del sol, si bien fue un hecho cósmico -verdaderamente hubo
un eclipse solar-, es una prefiguración de lo que sucede en el mundo
espiritual: quien muere en la cruz es el Sol de justicia, Cristo Jesús, que es
el Dios que es la Vida Increada y que da la vida a todo ser viviente: si muere
el Sol, no sólo la tierra queda envuelta en las más densas tinieblas, sino que
las almas mismas quedan inmersas en las más profundas tinieblas espirituales:
de la misma manera a como el solo queda oculto en el eclipse, así el Sol de
justicia, Cristo Jesús, queda oculta a las almas que han cometido el pecado más
grave de todos, el pecado de deicidio, el pecado por el cual han matado a Dios.
Pero no solo estas tinieblas envuelven a las almas: cuando el alma comete un
pecado mortal -renueva el deicidio de la cruz-, el alma queda rodeada y
dominada por las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, los demonios, quienes
parecen alcanzar su máximo triunfo con la muerte de Jesús.
Precisamente,
el ocultamiento del sol ocurrido en el momento de la muerte de Jesús tiene un
significado sobrenatural, ya que es un símbolo de la aparente victoria de las
tinieblas vivientes del Infierno sobre la Luz Eterna, Jesucristo: mientras la
Luz Eterna muere en la cruz, es el momento en el que aprovechan los ángeles
caídos, las tinieblas vivientes, para apoderarse de las almas de los hombres,
principalmente de aquellos que se unieron al Príncipe de las tinieblas para dar
muerte al Hijo de Dios.
Pero el triunfo de las tinieblas vivientes es sólo aparente: como ya dijimos, el
derramamiento del Agua y la Sangre del Costado traspasado de Jesús y la
consecuente conversión del soldado Longinos, es sólo el anticipo y la
prefiguración de las innumerables conversiones que habrían de darse a lo largo
de los siglos, al derramarse de modo misterioso esta Sangre y esta agua sobre
las almas de los fieles a quienes Dios acerca a la cruz.
Otro
signo sobrenatural que se da con la muerte de Jesús es la resurrección de numerosos
santos; es el fruto incipiente de la muerte de Jesús, Él muere para que los que
han muerto en Dios resuciten a la vida eterna. Es un anticipo también de lo que
sucederá al fin de los tiempos, en el Día Final, cuando por los méritos de la
muerte de Jesús en la cruz, las almas se unan a los cuerpos y así se produzca
la resurrección, aunque algunos resucitarán para la vida eterna, mientras que otros,
para la segunda y definitiva muerte, la eterna condenación.
Para
la Iglesia Católica, el Viernes Santo representa el día más triste y oscuro
espiritualmente hablando; es el día en el que en apariencia las tinieblas del
Infierno cantan triunfo sobre el Dios Viviente, porque han logrado, con la
ayuda cómplice de los hombres entenebrecidos, dar muerte al Dios de la Vida. Para
la Iglesia, se trata de un día de duelo, en el que parecieran haber triunfado
sobre ella las puertas del Infierno. El hecho de que los sacerdotes se postren
en la ceremonia de la cruz refleja el estado espiritual de la Iglesia: la postración
del sacerdote ministerial es una señal de duelo, porque ha muerto en el Calvario
el Sumo y Eterno sacerdote, Cristo Jesús y puesto que participan de su poder
sacerdotal, carece de toda razón su ministerio sacerdotal, al haber muerto Cristo
Jesús. Por esta razón es que en no se celebran misas – es el único día del año
en el que no se celebran misas- el Viernes Santo, porque la Iglesia está de
luto al haber muerto en el Calvario el Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo.
Ahora bien, tanto la derrota de Jesús como
de la Iglesia, son solo aparentes y no reales, porque en el caso de Jesús, su
Divinidad permanece unida a su Cuerpo y a su Alma y es la que llevará a cabo la
Resurrección al tercer día, es decir, el Domingo; en el caso de la Iglesia, se
cumplen las palabras de Jesús de que “las puertas del Infierno no triunfarán”
sobre ella.
Por
esta razón, de modo opuesto a lo que parece, la muerte de Jesús, lejos de ser
un fracaso, representa el triunfo más rotundo de Dios Trino sobre los tres
enemigos del hombre, el demonio, la muerte y el pecado, ya que con su muerte en
cruz los derrota de una vez y para siempre.
No
obstante, en el misterio de la redención, el Viernes Santo es un día de luto y
de tristeza para la Iglesia Católica, porque ha muerto en Cruz el Hombre-Dios,
Jesucristo.