(Domingo
XVII - TO - Ciclo C – 2019)
En el Evangelio (cfr. Lc
11, 1-13), Jesús enseña dos cosas: qué orar y cómo orar. Qué orar, porque nos
enseña una oración nueva, el Padrenuestro, lo cual quiere decir que nos enseña
a tratar a Dios como Padre; cómo orar, porque con la parábola del amigo que da
a su amigo tres panes debido a la insistencia, sin hacer caso de lo inoportuno
de la hora, Jesús nos enseña a que recemos a toda hora, en todo tiempo -a
tiempo y destiempo- porque si el hombre de la parábola dio a su amigo lo que le
pedía debido a su insistencia, también Dios nos dará a nosotros lo que le
pedimos, si se lo pedimos con insistencia, también a tiempo y a destiempo. Por eso
es que decimos que Jesús, en esta parábola, nos enseña a orar con insistencia,
con constancia y con perseverancia.
La otra cosa que nos enseña Jesús una oración nueva, propia
del cristianismo y es el Padrenuestro: es nueva porque tratamos a Dios como a “Padre”
y no solamente como a “Señor” y esto tiene fundamento en la realidad, porque por
la gracia de la filiación adoptiva, somos verdaderamente hijos de Dios, no en
un sentido meramente moral, de deseo o declarativo: verdaderamente somos hijos
de Dios, porque hemos recibido, en el bautismo sacramental, la gracia de la filiación
divina con la cual el Hijo de Dios es Hijo de Dios desde toda la eternidad. Por
esto mismo es que con toda razón podemos llamar a Dios “Padre”. Ahora bien, la
novedad del Padrenuestro no se termina ahí. Podemos decir, también con toda razón,
que el Padrenuestro que rezamos, se realiza en la Santa Misa o, dicho en otras
palabras, podemos decir que el Padrenuestro se vive en la Santa Misa. Veamos
por qué.
“Padrenuestro que estás en el cielo”: en el Padrenuestro nos
dirigimos a Dios, que está en el cielo, pero en la Santa Misa, ese Dios al cual
nos dirigimos está frente a nosotros, en el misterio de la liturgia, porque el
altar se convierte en una parte del cielo, en donde se encuentra a Dios. Si en
el Padrenuestro nos dirigimos a Dios, en la Santa Misa nos encontramos con Él,
personalmente, porque si el altar es una parte del cielo durante la Misa, en el
cielo está Él en su Trinidad de Personas.
“Santificado sea tu Nombre”: en el Padrenuestro pedimos que
el nombre de Dios sea santificado; en la Santa Misa, quien santifica por
nosotros el nombre Tres veces Santo de Dios es el mismo Jesucristo, quien baja
desde el cielo hasta el altar eucarístico, para dar gloria al Dios del cielo y
así santificar su Nombre.
“Venga a nosotros tu Reino”: en el Padrenuestro pedimos que
venga a Dios su Reino; en la Santa Misa, esa petición se hace realidad, porque no
sólo, como vimos, el altar se convierte en una parte del cielo en donde está
Dios y por lo tanto su Reino, sino que en la Misa, por el misterio de la liturgia
eucarística, viene a nosotros el Rey del cielo, Cristo Jesús en la Eucaristía.
“Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”: en
el Padrenuestro pedimos que se haga la voluntad de Dios: en la Santa Misa esa
voluntad se cumple, porque la voluntad de Dios es que todos seamos salvados y
quien cumple ese deseo, renovando su sacrificio incruento en la cruz, sobre el
altar, es Cristo Jesús, para que todos seamos salvados.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”: en el Padrenuestro
pedimos el pan de cada día; en la Santa Misa, ese pedido se cumple, porque
Dios, además de darnos lo que necesitamos en el plano material, nos da el pan
Eucarístico, el Pan Vivo bajado del cielo, cada día, cada vez que celebramos la
Santa Misa.
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden”: en la Santa Misa esta petición se cumple porque aun
antes de que le pidamos a Dios que nos perdone, Él envía a su Hijo para que
muera en la Cruz y así nos perdone los pecados, al mismo tiempo que nos da,
desde la Cruz del altar y desde la Eucaristía, la fuerza sobrenatural que
necesitamos para perdonar a nuestros enemigos, tal como Él nos perdonó desde la
Cruz.
“No nos dejes caer en la tentación”: en la Santa Misa se
cumple esta petición, porque al comulgar la Eucaristía, recibimos no sólo los
dones y las virtudes que nos fortalecen para no caer en la tentación, sino que recibimos
al mismo Rey del Cielo, Cristo Jesús, quien nos comunica de su misma fuerza
divina, para que no caigamos en la tentación y nos conservemos en estado de
gracia.
“Y líbranos del mal”: esta petición se cumple en la Santa
Misa, porque Jesús, en el altar, renueva de modo incruento y sacramental su
santo sacrificio del Calvario, sacrificio con el cual derrota para siempre al
Demonio, que es el mal personificado, y así nos libra de este ángel caído, un
ser maligno que sólo busca nuestra
eterna perdición. En la Misa, en cada Misa, se renueva el Santo Sacrificio de
la Cruz, por el cual Cristo Jesús venció al Demonio de una vez y para siempre,
librándonos del Príncipe del mal, el Demonio.
“Amén”: el “Amén” que entonamos en la Santa Misa es el Amén
con el cual nos unimos a la Iglesia Triunfante y a la Iglesia Peregrina,
glorificando así nuevamente, al final del Padrenuestros, el Nombre Tres veces
Santo de Dios.
Por todas estas razones, no hay oración más hermosa que el
Padrenuestro, porque no solo nos dirigimos a Dios como hijos adoptivos y muy
amados suyos, sino porque también es una oración viva, que se vive en cada
Santa Misa, que se realiza ante nuestros ojos, cada vez que rezamos como
nuestro Padre.