“Cuando
levantéis en alto al Hijo del Hombre, sabréis que Yo Soy” (Jn 8, 21-30). Ante la pregunta acerca de la identidad de Jesús –le preguntan
“¿Quién eres Tú?”-, Jesús responde con una respuesta enigmática, diciendo: “Cuando
levantéis en alto al Hijo del Hombre, sabréis que Yo Soy”. Es decir, Jesús no
responde diciendo: “Sabréis quién soy Yo”, sino: “Sabréis que Yo Soy”. El “Yo
Soy” o “Yahvéh”, era el nombre propio de Dios con el que los judíos conocían a
Dios. En efecto, para los judíos, Dios tenía un nombre propio y era “Yo Soy”. Para
los judíos, Dios es “El Que ES”. Entonces, en la respuesta de Jesús, hay una
revelación importantísima acerca de quién es Jesús: Jesús no es un hombre más
entre tantos; no es un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los santos:
Jesús es Dios; es el “Yo Soy”; es “El Que ES” y como está en una naturaleza
humana, es el Hombre-Dios. Es decir, no es el Dios cuyo rostro los hebreos no
podían ver, sino que es un Dios con un rostro humano, porque es un Dios
encarnado; más precisamente, es el Hijo de Dios encarnado, es la Persona Divina
del Hijo de Dios, la Segunda de la Trinidad, encarnada en una naturaleza
humana. Jesús así se auto-revela como el Hombre-Dios, como Dios Hijo encarnado
y este conocimiento acerca de su identidad lo tendrán todos aquellos que lo
contemplarán en la crucifixión, porque se producirá entonces una efusión del
Espíritu que iluminará las mentes y los corazones y les hará saber que aquel al
que crucifican, es Dios Hijo encarnado.
“Cuando
levantéis en alto al Hijo del Hombre, sabréis que Yo Soy”. Puesto que la Santa
Misa es la renovación del Santo Sacrificio del altar, cuando el sacerdote eleva
en alto la Eucaristía luego de la consagración, es el equivalente al ser
elevado Jesús en el Calvario. Por eso, en ese momento también se produce una
efusión del Espíritu, que permite saber, a quien contempla con fe, piedad y
amor a la Eucaristía, que la Eucaristía es el Hombre-Dios encarnado, el “Yo Soy”,
el Único Dios Verdadero.