(Ciclo
C – 2025)
La religión católica es una religión de misterios y tanto es así, que al
comenzar la ceremonia sacramental y litúrgica más importante de la Iglesia, es
la Iglesia misma la que nos invita a arrepentirnos de nuestros pecados, a fin
de poder asistir con la máxima pureza espiritual al despliegue del más grande de
sus misterios, la Santa Misa. En efecto, el Misal Romano dice así, apenas al
inicio de la Santa Misa: “Hermanos, reconozcamos nuestros pecados,
para que podamos participar dignamente de estos “sagrados misterios””. Como vemos,
el Misal Romano llama a la Santa Misa “Sagrados Misterios”. Aquí el misterio al
que se hace referencia, es un misterio que va más allá del alcance de nuestra
razón y también de la inteligencia angélica. En otras palabras, no se trata de un
misterio que pueda ser alcanzado por la razón natural, como por ejemplo, la
existencia de una isla remota del Océano Atlántico. Es decir, para nosotros, es
un misterio la existencia de dicha isla, en el sentido de que, aun sabiendo si
existe, no sabemos cómo es en realidad, aunque sí podemos darnos una idea,
podemos imaginarnos de qué se trata, al compararla mentalmente con otras islas
que sí conocemos. Pero cuando el Misal Romano llama a la Santa Misa “sagrados
misterios”, está haciendo referencia a una clase de misterios que es inalcanzable,
en el sentido de que ni siquiera podemos saber que existen si no son revelados
y estos misterios son aquellos que originan a la Santa Misa: la Santísima
Trinidad, la Encarnación del Verbo en el seno de María Virgen, su prolongación
en el tiempo y en el espacio por la liturgia eucarística y el don del Acto de
Ser divino trinitario del Hombre-Dios Jesucristo a través de la Eucaristía. Estos
se llaman, más que simplemente “misterios”, “misterios sobrenaturales absolutos”
y son los misterios que se origina en la Santísima Trinidad, misterio el cual,
a su vez, es conocido por nosotros gracias a la revelación de Jesucristo.
Precisamente,
la revelación del dogma de la Santísima Trinidad por parte de Jesús, es decir,
revelar que en Dios, que es Uno, hay tres Personas, es una de las causas del
rechazo y de la condena a muerte por parte de los judíos a Jesús. Para los
judíos, quienes a su vez habían sido elegidos para ser el inicio de la
revelación de la constitución íntima de Dios y por eso eran el único pueblo
monoteísta en medio de pueblos paganos, era algo impensable e inimaginable
afirmar que en Dios hay Tres Personas. La mentalidad monoteísta judía no podía
ni comprender y muchos menos aceptar la Trinidad de Personas en Dios que es Uno
y por eso rechazan a Jesús y lo acusan de blasfemo, porque Jesús no solo revela
que en Dios hay Tres Personas, sino que Él es una de esas divinas personas, Él
revela que es Dios Hijo, encarnado para la salvación de los hombres. Pero
aunque los judíos no lo crean -y hasta el día de hoy siguen sin creerlo-, la
constitución íntima de Dios es la que revela Jesús: Dios es Uno en naturaleza,
en Acto de Ser divino trinitario y en Él hay Tres Personas Divinas. Esta
revelación de Dios como Uno y Trino constituye el misterio más grande y sublime
de todos los misterios del catolicismo, el misterio que es la raíz de
absolutamente todos los misterios del catolicismo, es el misterio del cual
viene todo lo que es sobrenatural, trascendente y vivificante en la religión
católica[1]; el misterio de la
Santísima Trinidad es el misterio sin el cual no se explica la religión
católica. es la substancia misma de la enseñanza evangélica, porque la
revelación evangélica de Jesucristo de Dios como Trino en Personas completa la
revelación de Dios como Uno en naturaleza; la vida divina que se comunica a los
hombres por medio de los sacramentos es la vida de la Trinidad, es decir, los
sacramentos comunican, por la gracia, la participación a la vida divina trinitaria
y de esta manera, la Santísima Trinidad es el principio y la raíz de la vida
divina comunicada y participada al hombre en los sacramentos. El misterio de la
Santísima Trinidad es tan alto y sublime, que se encuentra absolutamente por
fuera del alcance del intelecto de las creaturas inteligentes, sean hombres o
ángeles.
El
misterio de la Trinidad es tan importante, que es de este misterio del cual se
desprenden y dependen todos los misterios de la Iglesia Católica: la
constitución de Cristo como Dios Hijo del Eterno Padre, su Encarnación en el
seno virgen de María, la prolongación de su Encarnación, por el misterio de la
liturgia eucarística, en cada Santa Misa. Toda la vida de Cristo, su envío por
el Padre, su Pasión y Resurrección, el envío del Espíritu Santo, la existencia
de la Iglesia como Esposa Mística del Cordero, todo se origina en la Trinidad y
todo tiende a la Trinidad.
Es de la Trinidad de donde surge todo, porque es el Eterno Padre, Principio sin
principio de la Trinidad quien, por su divina misericordia, decide enviar a su
Hijo a morir en cruz, no sólo para el perdón de los pecados, sino para conceder
gratuitamente al hombre la gracia de la filiación divina y esto para que el
hombre, dejada la vida sobre la tierra, inhabite en su seno por toda la
eternidad.
Es del misterio de la Santísima de donde se desprenden todos los misterios de
Cristo: Cristo es la Segunda Persona de la Trinidad y es por esto que los
enfermos quedaban curados al tocarlo; los sacramentos, que son una extensión y
prolongación de la Humanidad de Cristo -según afirma Santo Tomás de Aquino- santifican
al hombre porque esa humanidad está unida personalmente al Verbo, a la Segunda
Persona de la Trinidad, que es la Santidad Increada en Sí misma.
Del misterio de la Trinidad se desprende el misterio de la
presencia del Espíritu Santo en la Iglesia: la Tercera Persona de la Trinidad,
el Espíritu Santo, el Amor substancial de Dios, es enviado por el Padre y el
Hijo como Fuego de Amor Divino para encender a las almas en el Amor de Dios: “He
venido a traer fuego a la tierra, y cómo quisiera verlo prendido”. El Espíritu
Santo es el Fuego Santo, espiritual y divino, que Jesús ha venido a traer, para
que los corazones de los hombres se incendien y ardan como brasas ardientes en
el Amor de Dios. Y es para esto para lo que ha venido Jesús, para redimir y
santificar al hombre, por obra de la Trinidad, porque toda la obra de la
Trinidad es redención y santificación del hombre por pura misericordia.
Del
misterio de la Trinidad se desprende el misterio de la Iglesia, Esposa Mística
del Cordero de Dios, a través de la cual la Trinidad alimenta a los hombres con
el Amor substancial de Dios, por medio de la Comunión Eucarística. Es la
Trinidad la que obra la redención y santificación de los hombres, que no es
solo perdón de los pecados, sino donación de la filiación divina a los hombres,
para que los hombres sean incorporados al seno mismo de la Trinidad.
Es
del misterio de la Trinidad de donde se desprende el misterio de la Eucaristía,
por la cual los hombres reciben, al recibir al Hombre-Dios Jesucristo en el
Sacramento del altar, el Amor substancial de Dios y es así como la redención
continúa en el signo de los tiempos por medio de la Eucaristía, don del Amor de
la Santísima Trinidad a la humanidad caída. La redención continúa por la Eucaristía,
porque al unirse el alma al Cuerpo Sacramentado de la Segunda Persona de la
Trinidad, Cuerpo unido hipostáticamente al Verbo, la vida de los hombres se
enlaza con la vida de la Trinidad.
Es
el misterio de la Trinidad el que explica las palabras de Jesús: “Que todos
sean una misma cosa y que como Tú estás en mí y yo en Ti, así sean ellos una
misma cosa en nosotros”. Esta unión con Jesús y en Jesús con el Padre, en el Amor
Divino, se da en la Comunión Eucarística, porque por la Eucaristía se hace realidad
el pedido de unión de los hombres en Jesús y por Jesús a la Trinidad, suprimiendo
la distancia infinita entre el hombre y Dios. San Hilario interpreta estas
palabras y las aplica al sacramento de la Eucaristía, y sostiene que la unidad
de la naturaleza que existe entre Cristo y el Padre se extiende a nosotros a
través del Sacramento de la Eucaristía, Sacramento trinitario por excelencia:
“Si el Verbo verdaderamente se hizo carne y si nosotros en el pan del Señor
manducamos verdaderamente el Verbo humanado (…) Él está en nosotros mediante su
carne y nosotros estamos en Él, porque aquello que somos nosotros está con Él
en Dios. Así hemos de creer que se ha establecido una unidad perfecta por el
Mediador, permaneciendo el Padre en Él, mientras que nosotros permanecemos en
Él; y Él, permaneciendo en el Padre, permanece también en nosotros, y así
nosotros ascendemos a la unidad del Padre”[3]. Según San Hilario,
el Verbo está en el Padre y viene a nosotros en la Eucaristía, y por esto mismo,
cuando comulgamos la Eucaristía, nosotros estamos en el Verbo y por el Verbo en
el Padre y así el misterio de la Eucaristía se explica en su origen y fin por
el misterio de la Trinidad.
El
misterio de la Trinidad explica que por la Eucaristía seamos convertidos en “oblación
permanente”, tal como lo quiere la Iglesia: en la oración de las ofrendas
pedimos que por los dones –el pan y el vino consagrados, la Eucaristía- seamos
transformados en oblación permanente, es decir, seamos transformados en Cristo,
que es oblación permanente ante el Padre y esto se produce con la Comunión
Eucarística: Cristo nos dona el Espíritu Santo, el cual nos transforma en Él y
como Él está ante el Padre como el Cordero Degollado, como la oblación
perfectísima y pura y eterna y como sacrificio agradable a Dios, así nosotros,
al comulgar, presentados en oblación permanente delante del trono de Dios, tal
como lo pedimos en la oración de las ofrendas de la misa de la Santísima
Trinidad: “…que por estos dones… seamos transformados en oblación permanente…”[4].
Es Jesús entonces Quien revela el misterio inimaginable para el hombre y para
el ángel: la Tri-unidad de Personas en el Dios Uno y Único. Esta revelación de
que en Dios Uno hay una Trinidad de Personas provocó estupor y admiración entre
los judíos de buena voluntad; de la misma manera, la revelación del sublime
misterio de la Presencia Eucarística de Jesús también debe despertar en
nosotros admiración y estupor y tanto más, cuanto que a este misterio se le
agrega otro igualmente sublime: que en la Eucaristía Jesús no se contenta con
revelar el misterio de la Trinidad, sino que Jesús nos hace el don de
la Trinidad, de modo tal que es la Trinidad misma quien vendrá a habitar en
el alma –si está en gracia- por la Comunión Eucarística. Por la Comunión Eucarística,
dice San Hilario, incorporamos la carne divinizada del Verbo, y al Verbo mismo,
que como Dios, está en unión íntima y real con Su Padre, del cual procede, y
con el Espíritu Santo, al cual espira. De ahí las palabras de Jesús: “Quien me
ve, ve al Padre”, “Quien a Mí me recibe, recibe al que me envió”; por eso,
quien recibe a Jesús Eucaristía, recibe a la Trinidad divina. Al conmemorar el
misterio sobrenatural absoluto de la Santísima Trinidad, la Santa Madre Iglesia
va más allá de simplemente recordar la revelación del misterio por parte de Jesús:
por medio de la donación del Hijo en la Eucaristía, nos conduce al seno del
Padre, en el Amor de la Trinidad, el Espíritu Santo.
[1] Cfr. Émile
Mersch, La téologie du Corps Mystique, 11.
[2] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los
misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 430.
[3] Cfr.
Scheeben, Los misterios, 430.
[4] Cfr. Misal
Romano, Oración sobre las ofrendas de la Misa de la
Solemnidad de la Santísima Trinidad.