(Domingo XXVI - TO - Ciclo A –
2023)
“Ven a trabajar a mi viña” (cfr. Mt 21, 28-32). Con el fin de graficar ya
sea el llamado de Dios a trabajar en su Iglesia, como también la respuesta de los
elegidos, Jesús relata la parábola del dueño de una viña, que convoca a sus dos
hijos para que vayan a trabajar en su viña. Al llamar al primero para que vaya
a trabajar, éste le contesta que no va a ir, pero finalmente termina yendo. Acto
seguido llama al segundo y lo invita también a que vaya a trabajar en su viña;
le contesta que sí irá, pero luego no lo hace. Jesús pregunta a sus discípulos
cuál de los dos cumplió el pedido del padre y estos le responden que el
primero, es decir, el que había dicho que no, pero luego fue a trabajar. Como en
estos dos hermanos están representados tanto los religiosos de vida consagrada
como laicos, llamados desde el Bautismo para trabajar en la Iglesia, Jesús
finaliza con una dura advertencia para quienes se niegan voluntariamente a ir a
trabajar en su viña, que es la Iglesia: los publicanos y mujeres de mala fama
entrarán antes que ellos al Reino de los cielos, porque estos escucharon la prédica
de Juan el Bautista para la conversión del corazón al Mesías y realmente lo
hicieron, mientras que aquellos que se tienen por religiosos, consagrados o
laicos, entrarán mucho después. Jesús da el ejemplo de dos categorías de
pecadores públicos porque, a pesar de no ser religiosos, se convirtieron por la
prédica de Juan el Bautista, a diferencia de muchos que, sin ser pecadores
públicos, no se convirtieron por la prédica del Bautista que anunciaba la
llegada del Mesías.
La parábola se comprende y la podemos aplicar a nosotros,
cristianos del siglo XXI, si reemplazamos sus elementos naturales por elementos
sobrenaturales: así, el dueño de la vid es Él, Jesucristo, Dios; la viña es la
Iglesia Católica; los hijos llamados a trabajar, somos los hijos adoptivos de
Dios, los bautizados en la Iglesia Católica; el trabajo es el que se entiende
tanto en sentido material (mantenimiento estructural de los templos) cuanto al
trabajo espiritual, que es deber de todo cristiano y que implica el trabajar espiritualmente
en la salvación de su alma y en la cooperación para la salvación de sus
hermanos.
En esta parábola se reflejan dos tipos
de bautizados: muchos que aparentemente han respondido afirmativamente al llamado
del Señor pero que sin embargo, con sus comportamientos anticristianos, como la
falta de perdón, la acepción de personas, los juicios malévolos sobre el
prójimo, la codicia, el deseo de cargos eclesiásticos para obtener prestigio y
poder, y tantos otros anti-ejemplos, demuestran que no están trabajando para el
bien de las almas, sino para sí mismos. Es el caso del hijo de la parábola que
dice “Sí, voy a trabajar”, pero no trabaja para la salvación de las almas, ya
que sigue su propia voluntad y busca su propio interés. En cambio, el otro hijo
de la parábola, el que dice “No”, pero sí va a trabajar, representa a muchos bautizados
que no están en la Iglesia por diversas razones, pero sin embargo se muestran
caritativos, compasivos, comprensivos con el prójimo, demostrando así un
corazón noble, al que solo le falta el acceso a los sacramentos, por lo que, con
su buen obrar, aunque pareciera que no, sin embargo, trabajan para Dios.
Al comentar esta parábola, Santa Teresa
Benedicta de la Cruz reflexiona acerca del pedido de Jesús acerca de la
voluntad de Dios: “que se haga tu voluntad”, resaltando el hecho de que el Hijo
de Dios vino a la tierra no solo para expiar la desobediencia del hombre, sino
para reconducirlos al Reino de Dios por medio de la obediencia. Dice así: “¡Qué
se haga tu voluntad!” (Mt 6, 10) En
esto ha consistido, toda la vida del Salvador. Vino al mundo para cumplir la
voluntad del Padre, no sólo con el fin de expiar el pecado de desobediencia por
su obediencia (Rm 5,19), sino también
para reconducir a los hombres hacia su vocación en el camino de la obediencia”[1].
Entonces, en la obediencia a Dios y a su llamada a la santidad, es en donde el
alma demuestra que ama o no ama a Dios: esto quiere decir que si alguien está
en la Iglesia, pero no cumple los Mandamientos de Dios y de Jesucristo,
entonces ese alguien no está haciendo la voluntad de Dios, y es como el hijo de
la parábola que dice: “Voy”, pero no va, porque no hace la voluntad de Dios,
sino su propia voluntad.
Al respecto, dice Santa Edith Stein que
la libertad dada a los hombres, no es para “ser dueños de sí mismos”, sino para
unirse a la voluntad de Dios: “No se da a la voluntad de los seres creados, ser
libre por ser dueño de sí mismo. Está llamada a ponerse de acuerdo con la
voluntad de Dios”. Si el hombre, libremente, une su voluntad a la de Dios,
participa de la obra de Dios: “Si acepta por libre sumisión, entonces se le
ofrece también participar libremente en la culminación de la creación”. Pero si
el hombre, haciendo mal uso de la libertad, rehúsa unir su voluntad a la de
Dios, entonces pierde la libertad, y la razón es que se vuelve esclavo del
pecado: “Si se niega, la criatura libre pierde su libertad”. La clave para
discernir si se cumple la Voluntad de Dios en la propia vida, es el
cumplimiento de la Ley de Dios, de sus Divinos Mandamientos. Así, el hombre que
cumple los Mandamientos de Dios y de Cristo, es verdaderamente libre –“la Verdad
os hará libres”-, mientras que el que no lo hace, el que no cumple los Mandamientos
de la Ley de Dios, aun cuando esté en la Iglesia todo el tiempo, es esclavo de
sus propias pasiones, del pecado e incluso del Demonio.
Si el hombre se deja seducir por las cosas del mundo,
se encadena al mundo, pierde su libertad y se vuelve vacilante e indeciso en el
bien, además de endurecer su inteligencia en el error. El mal católico, el que
no cumple la voluntad de Dios, haciendo oídos sordos a su Ley de la caridad, se
vuelve esclavo del error y además, su corazón se endurece, al no tener en sí el
Fuego del Divino Amor. La única opción posible para que el hombre sea
plenamente libre, es seguir a Cristo, quien cumple la voluntad del Padre a la
perfección: Dice Santa Edith Stein: “Frente a esto, no hay otro remedio que el
camino de seguir a Cristo, el Hijo del hombre, que no sólo obedecía
directamente al Padre del cielo, sino que se sometió también a los hombres que
representaban la voluntad del Padre”. Quien sigue a Cristo, dice Santa Edith
Stein, no solo se libera de la esclavitud del mundo, sino que se vuelve
verdaderamente libre y se encamina a la pureza de corazón, porque se une a
Cristo, el Cordero Inmaculado y la Pureza Increada en sí misma y por la gracia
se hace partícipe de la Pureza Increada del Cordero de Dios, Cristo Jesús: “La
obediencia tal como Dios quería, nos libera de la esclavitud que nos causan las
cosas creadas y nos devuelve a la libertad. Así también el camino hacia la
pureza de corazón”. El peor error que puede cometer el hombre –y es lo que está
haciendo el hombre de hoy- es dejar de lado la voluntad y los Mandamientos de
Dios, para hacer su propia voluntad, constituyéndose en rey de sí mismo y
cayendo en el mismo pecado de soberbia del Ángel caído en los cielos.
“Ven a trabajar a mi viña”, “Ven a trabajar en mi
Iglesia”, nos dice Jesús a todos, laicos y religiosos y el bautismo sacramental
constituye ya ese llamado a trabajar por las almas; Jesús nos llama a trabajar
en su Iglesia, cada uno en su estado de vida, para salvar el alma propia y para
ayudar a salvar las almas de nuestros hermanos, de la eterna condenación en el
Infierno. Esto es lo que Jesús quiere significar cuando dice “trabajo”, es el
trabajo para salvar el alma de la eterna condenación en el Infierno, el cual es
real y dura para siempre, y no está vacío, sino que está ocupado por
innumerables ángeles rebeldes y almas de condenados, de bautizados que
precisamente se negaron a trabajar por su salvación y la de los demás. Jesús
nos llama a trabajar en su Iglesia, para que ayudemos al prójimo, no a que
solucione sus problemas afectivos ni económicos, sino a que salve su alma y
llegue al Reino de los cielos, y el que esto hace, salva su propia alma, como
dice San Agustín: “El que salva el alma de su prójimo, salva la suya”.
“Ven a trabajar a mi viña”, nos dice Jesús, y la única
forma de decir “Sí” e ir, verdaderamente, es tomando la Cruz de cada día,
seguirlo a Él camino del Calvario, cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios y
los Mandamientos de Cristo, evitar el pecado, vivir en gracia. Es la única
forma en la que no defraudaremos el llamado de Dios a trabajar en su Iglesia,
llamado que es para salvar almas y no para obtener puestos de poder.
[1]
Cfr. Santa Teresa Benedicta de la Cruz,
Edith Stein, Meditación para la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.