martes, 26 de noviembre de 2024

Adviento, tiempo de preparación para el encuentro con el Señor Jesús que vino, que viene y que vendrá

 


(Domingo I - TA - Ciclo C – 2024- 2025)

En las cuatro semanas previas a Navidad, la Iglesia Católica ingresa en un tiempo litúrgico llamado “Adviento”, palabra que viene del latín “ad-ventus” y que significa “venir”, “llegar”, “venida”-; este tiempo litúrgico es un tiempo de gracia especial cuyo objetivo final es nuestra preparación espiritual para el encuentro personal con Cristo; ahora bien, este encuentro personal se da bajo dos aspectos diferentes en el Adviento. Es por esta razón que, de las cuatro semanas previas a la Navidad, no todas las semanas del Adviento se dedican a la Navidad: las dos primeras semanas se dedican a meditar sobre la Venida Final del Señor al fin de los tiempos, es decir, se dedican a meditar en su Segunda Venida en la gloria[1]; con relación a las dos últimas semanas, estas sí están dedicadas a meditar sobre la Navidad, es decir, están dedicadas a meditar sobre la Encarnación del Verbo de Dios por obra del Espíritu Santo en el seno de María Santísima y su Nacimiento virginal en Belén, Nacimiento virginal por el cual inicia su misterio pascual de redención de toda la humanidad.

Entonces, en síntesis, la Iglesia dispone que haya un tiempo especial, el Adviento, para participar del misterio de Cristo, y en este tiempo el alma se concentra en la espera de Aquel que Vino, que Viene y que Vendrá. El Adviento es entonces tiempo de preparación espiritual, o mejor dicho, de una doble preparación espiritual para el encuentro con Cristo bajo un doble aspecto: una primera preparación es para conmemorar la Navidad, es decir, el misterio de la Primera Venida de Jesús en la humildad del Portal de Belén; la segunda preparación del Adviento es para la Segunda Venida del Señor Jesús en la gloria. Esto explica, por ejemplo, que el Evangelio elegido por la Iglesia para este Primer Domingo de Adviento -Lucas (21,25-28.34-36)- se refiera a la Segunda Venida del Señor Jesús y no al Nacimiento del Señor: “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria”.

Ahora bien, hay algo muy importante a tener en cuenta desde un inicio y es que el Adviento, como en los otros tiempos litúrgicos, no son solo meras conmemoraciones o representaciones memoriales, es decir, no son solo “recuerdos” de la memoria de lo que pasó realmente efectivamente en el tiempo y en la historia hace dos mil años: misteriosamente, por el misterio de la liturgia eucarística, tanto el Adviento como los otros tiempos litúrgicos, son una “participación” del misterio de Cristo, que en el caso del Adviento será, de su Segunda Venida, en las dos primeras semanas, y de su Nacimiento virginal, en las dos últimas semanas. Esto es muy importante para tener en cuenta, porque no es lo mismo solamente “conmemorar” o “recordar”, que el de “conmemorar” o “recordar” y, además, “participar”, por medio de la acción litúrgica, ya que esta, dirigida por el Espíritu Santo, nos introduce en otra “dimensión”, por así decirlo, aunque no sea la palabra adecuada y es la del Cuerpo Místico de Cristo, que obra en conformidad con la Cabeza que es Cristo y también con el Corazón del Cuerpo Místico, que es la Virgen Santísima.

Ahora bien, puesto que entre la Primera Venida que ocurrió en el pasado y la Segunda Venida que ocurrirá en el futuro, hay una Venida Intermedia, esto es, el Arribo o la Llegada de Jesús por el Sacramento de la Eucaristía al alma, que ocurre en el presente, en cada Santa Misa, podemos decir que el Adviento es también tiempo de preparación espiritual para esta Venida Intermedia, el Arribo de Jesús al alma a través del misterio de la Eucaristía. Por el Adviento rememoramos y participamos entonces del pasado, vivimos el presente y nos preparamos para el encuentro futuro con Cristo.

Entonces, resumiendo, por el período litúrgico del Adviento, que por el latín significa “llegada” o “venida”, nos preparamos espiritualmente para el encuentro personal con Nuestro Señor Jesucristo principalmente en sus dos Llegadas o Venidas: la Primera Venida, en Belén ocurrida en el pasado y la Segunda Venida en la gloria, en el Día del Juicio Final, que ocurrirá en el futuro. Y a estas dos Llegadas, debemos agregarle una Tercera, que es la que podríamos llamar “Llegada Eucarística” o “Llegada Intermedia”, que ocurre en el presente, la cual generalmente pasa desapercibida, pero que sucede realmente en cada Santa Misa, de manera que cada Santa Misa es un “Adviento”, una “Llegada” misteriosa desde los cielos hasta el pan y el vino que Nuestro Señor Jesucristo convierte en su Cuerpo y en su Sangre y para este maravilloso “Adviento Eucarístico”, también debemos prepararnos espiritualmente y con mucha mayor razón, porque si el Primero, el de Belén ya sucedió hace dos mil años y el Segundo, el del Día del Juicio Final, sucederá en algún momento, conocido sólo por Dios Padre, éste “Adviento Eucarístico”, sucede en cada Santa Misa, por lo que no podemos decir que, o no estábamos presentes, como en Belén, o no sabemos si estaremos en esta vida mortal, como en el Día del Juicio Final, puesto que en la Santa Misa, que es donde sucede este “Adviento Eucarístico”, estamos presentes, en cuerpo y alma y asistimos y somos espectadores y partícipes privilegiados, por la gracia, del más grande y maravilloso milagro jamás realizado por la Santísima Trinidad, el “Adviento Eucarístico”.

Por último, algo que debemos preguntarnos es cómo debemos vivir espiritualmente el Adviento y puesto que se trata de un encuentro personal con Cristo, la respuesta la tenemos en el Evangelio, en la parábola del siervo diligente y bueno y el siervo perezoso y malo. El siervo diligente y bueno espera a su señor con ropa de trabajo -símbolo de las obras de misericordia-, con su lámpara encendida -símbolo de una fe viva y operante- y en paz con los demás -símbolo de humildad y de paz en el corazón, lo cual se obtiene con la gracia santificante, con la oración como el Rosario y con la Santa Misa; el siervo perezoso y malo, por el contrario, no espera a su señor, símbolo de que no ama a Jesucristo, se emborracha -ama los placeres carnales-, golpea a los demás -la violencia y la discordia son señales claras de la presencia del espíritu demoníaco, de Satanás- y su lámpara está apagada, porque no cree, ni espera, ni adora, ni ama a Nuestro Señor Jesucristo.

En nuestro libre albedrío está el vivir el Adviento como el siervo perezoso y malo o como el siervo diligente y bueno que en lo más profundo de su corazón espera la Llegada de su Señor y dice: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).

 

 


miércoles, 20 de noviembre de 2024

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo


 


(Ciclo B – 2024)

         “Pusieron una inscripción encima de su cabeza: ‘Éste es el rey’”” (Lc 23, 35-43). La Iglesia Católica finaliza el ciclo litúrgico con Solemnidad de Cristo Rey, es decir, reconociendo al Hombre-Dios Jesucristo como Rey del universo, tanto visible como invisible. Por esta razón nosotros, los católicos, que reconocemos a Cristo como Rey, debemos preguntarnos: ¿Dónde reina nuestro Rey? (también tenemos que preguntarnos dónde quiere venir a reinar). Porque allí donde esté nuestro Rey, allí debemos ir los católicos a rendirle el homenaje de nuestro corazón, el amor de nuestra adoración. La respuesta es que Cristo, al ser Dios, al ser el Cordero de Dios, ante quien se postran en adoración los ángeles y santos (cfr. Ap 5, 6), reina en los cielos eternos; Cristo también reina en la Eucaristía, porque la Eucaristía no es un simple trocito de pan bendecido, sino que es ese mismo Cordero de Dios, el mismo que es adorado por ángeles y santos, que está oculto en la apariencia de pan, para ser adorado por quienes, lejos de estar en el cielo, se encuentran en la tierra, en el tiempo y en el espacio, reconociéndose pecadores, y sin embargo aun así, con su nada y su pecado, lo aman y se postran en adoración ante su Presencia Eucarística; Cristo reina en el leño de la Cruz, según la inscripción mandada a escribir por Poncio Pilato: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos” (Lc 23, 35-43), y así también lo canta y proclama, con orgullo, la Santa Iglesia Militante: “Reina el Kyrios en el madero”, “Reina el Señor en el madero”, “Reina Cristo en el madero, en el leño de la Santa Cruz”. Cristo reina también en la Santa Misa, cuando desciende con su Cruz gloriosa en el momento de la consagración, acompañado de la Virgen y rodeado de legiones de ángeles y santos, para dejar su Cuerpo en la Eucaristía y su Sangre en el Cáliz y es por eso que la Santa Misa es el lugar y el tiempo de adorar a Nuestro Rey, Cristo Jesús. 

           Luego, cuando queremos saber dónde quiere venir a reinar Nuestro Rey, la respuesta es que Cristo Jesús quiere reinar en los corazones de los hombres, de todos los hombres del mundo, de todos los tiempos, y es por eso que quiere ser entronizado en sus corazones. Siendo Él el Rey del universo visible e invisible y teniendo todo en sus manos, habiendo salido toda la Creación de sus manos, lo único que desea sin embargo es el corazón de cada ser humano; desea amar y ser amado por el corazón de cada hombre y así se lo manifestó a Santa Gertrudis: “Nada me da tanta delicia como el corazón del hombre, del cual muchas veces soy privado. Yo tengo todas las cosas en abundancia, sin embargo, ¡cuánto se me priva del amor del corazón del hombre!”[1]. Cuando contemplamos la Creación, nos asombramos por la perfección -científica y artística- con la que fue hecha y podríamos pensar que a nuestro Rey le basta con tener bajo sus pies a toda la Creación, pero no es así: Cristo Dios no se deleita con los planetas, con las estrellas, y tampoco con los ángeles, sino con el amor de nuestros corazones, y así viene a Encarnarse en el seno de la Virgen, viene a morir en la Cruz del Calvario, derrama su Sangre en el Cáliz, deja su Cuerpo y su Sagrado Corazón en la Eucaristía, para que lo recibamos con amor y para que recibamos su Amor, pero sin embargo, a causa de nuestra ceguera y de nuestra indiferencia y frialdad, Nuestro Rey Jesús se ve privado de ese deleite cuando su trono, que es nuestro corazón, está ocupado por alguien o algo que no es Él; cuando nuestro corazón, que solo tiene espacio para un amor, o Cristo o el mundo, prefiere al mundo y a sus banalidades en vez de a Cristo y al Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Jesús quiere ser entronizado como Rey en nuestros corazones para así darnos el Amor de su Sagrado Corazón, pero para que seamos capaces de entronizar a Cristo Jesús y de amarlo exclusivamente a Él y solo a Él, debemos antes humillarnos ante Jesús y reconocerlo como a nuestro Dios, nuestro Rey y Salvador, como único modo de poder desterrar de nuestro corazón a los ídolos mundanos, el materialismo, el hedonismo, el relativismo, y el propio yo, que ocupan el lugar que en el corazón humano le corresponde solamente a Cristo Rey. Es necesario “morir a nosotros mismos”, es decir, es necesario reconocer que necesitamos ser regenerados por la gracia, nacer de nuevo por la gracia, para que estemos en grado de entronizar a Cristo Jesús como a Nuestro Rey y de amarlo y de adorarlo como solo Él se lo merece.

         Nuestro Rey, Cristo Jesús, el Hombre-Dios, el Cordero de Dios, reina en los cielos, reina en la Cruz, reina en la Eucaristía, reina en la Santa Misa y quiere venir a reinar en nuestros corazones, pero para que Él pueda reinar en nuestros corazones, debemos ante todo desalojar y destronar a los falsos ídolos entronizados en nuestros corazones por nosotros mismos y que ocupan el lugar que le corresponde a Jesucristo, y de todos estos falsos ídolos, el más difícil de destronar es nuestro propio “yo”. Este falso ídolo, que somos nosotros mismos, ocupa en nuestros corazones el puesto que sólo le corresponde a Cristo Rey. Cuando no reina Cristo, reina nuestro “yo” y nos damos cuenta de que reina ese tirano que es nuestro propio “yo” cuando, a los Mandamientos de Cristo –perdona setenta veces siete; ama a tus enemigos; sé misericordioso; carga tu cruz de cada día; vive las bienaventuranzas; sé manso y humilde de corazón-, le anteponemos siempre nuestro parecer, y es así que ni perdonamos ni pedimos perdón; no amamos a nuestros enemigos; no cargamos nuestra cruz de todos los días, no somos misericordiosos, no vivimos las bienaventuranzas, somos soberbios y fáciles a la ira y el rencor. De esa manera, demostramos que quien reina y manda en nuestros corazones somos nosotros mismos, y no Cristo Rey, que por naturaleza, por derecho y por conquista, es nuestro Rey.

         Al conmemorar por medio de la Solemnidad litúrgica a Cristo Rey del Universo, para asegurarnos de que verdaderamente nuestros labios concuerdan con nuestro corazón, destronemos a los falsos ídolos que hemos colocado en nuestros corazones, el más grande de todos, nuestro propio “yo” y luego sí postrémonos delante de Cristo Rey en la Cruz y en la Eucaristía, adorándolo, dándole gracias y amándole con todo el amor del que seamos capaces. Sólo así daremos a Nuestro Rey, Jesús Eucaristía, el honor, la majestad, la alabanza, la adoración y el amor que sólo Él se merece.

 



[1] http://www.corazones.org/santos/gertrudis_grande.htm


viernes, 15 de noviembre de 2024

Concilio de Trento: "La Santa Misa es «un sacrificio verdadero y real»; la oblación de la Misa es la misma que la del Calvario; la inmolación sacramental perpetúa este sacrificio y nos aplica sus frutos"

 


El Concilio de Trento es el que, entre todos, ha fijado con mayor amplitud y precisión la doctrina tradicional sobre el Santo Sacrificio.

Los principios establecidos por el Concilio fueron, principalmente, éstos: 

1. La Santa Misa es «un sacrificio verdadero y real»: verum et propium sacrificium [Sess. XXII, can.1].

Saliendo al paso de lo que enseñaban los reformadores del siglo XVI, definió que la Misa es algo más que un recuerdo de la Cena del Señor, que no es un simple rito en el que se ofrece a Cristo oculto bajo las especies sagradas, ni solamente una representación simbólica de su muerte, sino «un sacrificio verdadero y real».

2. En segundo lugar, la oblación de la Misa es la misma que la del Calvario. La única diferencia que existe entre ambos sacrificios consiste en la diversa manera en que se ofrecen: sobre nuestros altares, declara el Concilio, «el mismo Cristo se ofreció en el altar de la cruz de una manera sangrienta, se hace presente y se ofrece incruentamente» [Sess. XXII, cap. 2].

3. Es verdad que la Misa no renueva la redención, pero también es cierto que, por medio de la inmolación sacramental, perpetúa a través de los tiempos la oblación de este único sacrificio y «nos aplica ubérrimamente sus frutos»: 

Oblationis cruentæ fructus per hanc incruentam uberrime percipiuntur [Ibid.].

“Cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca”

 


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo B - 2024)

“Cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca” (Mc 13, 24-32). Los discípulos preguntan a Jesús sobre cuándo será la destrucción del templo y en la respuesta Jesús no solo describe las señales que precederán a la destrucción del templo, sino que además habla de su Segunda Venida en la gloria; es decir, en una misma respuesta, revela dos profecías distintas. Por esta razón, hay que diferenciar, en la respuesta, a qué parte de las profecías corresponden cada uno de los sucesos revelados por Jesús. Para algunos estudiosos, Jesús hace una división importante entre los dos hechos: por un lado, el templo sería destruido pero los discípulos tendrían tiempo para escapar gracias a una serie de señales previas a la destrucción; esta primera calamidad, de orden local, de la cual los discípulos podrían escapar “huyendo a otra parte, tendría lugar “antes de que pase esta generación”. Por otro lado, con relación a la Segunda Venida, Jesús no da ninguna información sobre el tiempo de ese suceso, el cual sería repentino e inesperado y no habría señal alguna de aviso. Es por esto que Cristo advierte repetidamente sobre la necesidad de estar siempre preparados: “Estad alertas, velad, porque no sabéis cuándo será el tiempo” (33). Entonces, Jesús da una señal cierta para la destrucción del templo, una indicación de tiempo, “antes de que pase esta generación”, mientras que para la Segunda Venida solo advierte acerca de la necesidad de estar permanentemente preparados –“Estad alertas, porque no sabéis cuándo será el tiempo”- y esto lo hace Jesús para separar bien los dos hechos, la destrucción del templo y la Segunda Venida, porque en la mente de los apóstoles, se asociaba, en forma errónea, la destrucción del templo y el fin del mundo (cfr. 13, 4). De esta manera, Jesús disipa esta confusión y revela con claridad estas dos profecías, la destrucción del templo y la Segunda Venida en la gloria.

Con respecto a la Segunda Venida de Cristo, hay un dato más, que está contenido proféticamente, no en la Sagrada Escritura, sino en el Catecismo de la Iglesia Católica -lo cual significa que para nosotros, los católicos, tiene el mismo nivel de autoridad que la Sagrada Escritura- y ese dato es la Iglesia Católica, fundada por Nuestro Señor Jesucristo, que fue perseguida desde su misma fundación, que fue perseguida a lo largo de los siglos y que sigue siendo perseguida en la actualidad, sufrirá una última persecución sangrienta, y esta última persecución será el preludio que indicará la aparición Anticristo, el vicario de Satanás. El Anticristo perseguirá de forma cruenta a la Iglesia Católica, obligándola a ocultarse en las catacumbas, como al inicio de los tiempos y cuando lo logre, establecerá su propia iglesia, una falsa iglesia católica, una iglesia que parecerá católica externamente, pero que no lo será en su interior porque no tendrá sacramentos, ya que el Anticristo suprimirá el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, reemplazándola por una misa falsa y por una eucaristía falsa, reemplazando también a los sacramentos por sacramentos falsos. La eucaristía será falsa, porque algo sucederá con ella: o se cambiarán las palabras de la consagración, con lo cual no habrá Transubstanciación, es decir, conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, o bien se cambiará la materia del sacramento, con lo cual tampoco habrá sacramento válido y esto podría suceder si se implementa uno de los objetivos de la Agenda 2030 que es, por ejemplo, el control total de la política alimentaria, para no solo determinar qué cantidad de alimento consumirá cada individuo -tal como se hace en los países comunistas en la actualidad-, sino también para determinar qué tipo de alimento modificado consumirá la población, que es lo que están intentando hacer, como por ejemplo, las harinas de insectos, las cuales pretenden que reemplacen a la harina de trigo: si en un hipotético caso, no se produjera más harina de trigo en el futuro y esta harina de trigo fuera reemplazada en su totalidad por la harina de insectos, y la eucaristía se confeccionara con este tipo de harina, con harina de insectos, como la harina de insectos que ya se vende en supermercados la Unión Europea, de Estados Unidos, de Rusia y de China, esta eucaristía no sería nunca el Cuerpo de Cristo, porque para que sea Cuerpo de Cristo, se necesita que sea harina de trigo. Esta es la razón última por la cual están tan empecinados en reemplazar a la harina de trigo por la harina de insectos: para que no se pueda confeccionar el Sacramento de la Eucaristía y esto será obra del Anticristo. También cambiará la Ley de Dios y eliminará el pecado, estableciendo falsamente que el pecado ya no existe más, llamando “derecho humano” a lo que antes se llamaba “pecado”, como por ejemplo ya se llama ahora, en la legislación civil, al aborto: en nuestro país, la ley que permite el aborto establece que el aborto es un “derecho humano”, cuando en realidad es un asesinato. La profecía sobre el reinado del Anticristo y la última persecución a la Iglesia Católica se enuncia así en el Catecismo, en su número 675, en el apartado titulado “La última prueba de la Iglesia”: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cfr. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cfr. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cfr. 2 Ts 2, 4-12; 1 Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)”. Entonces, según el Catecismo, la Iglesia Católica sufrirá una última persecución sangrienta, antes de la Segunda Venida de Cristo; se suprimirá la Santa Misa, el Santo Sacrificio del Altar, dando cumplimiento a la profecía de Daniel; al mismo tiempo se impondrá la adoración obligatoria de un ídolo pagano, un falso dios, un demonio oculto en un fetiche idolátrico, la “abominación de la desolación”; el Anticristo declarará que lo que la Iglesia Católica consideraba como “pecado” ahora ya no lo es más, porque de ahora en más es “derecho humano”, algo de lo cual lo estamos padeciendo en nuestro país, a partir de la aprobación de la ley genocida del aborto, que declara al aborto, al asesinato del niño por nacer, como un “derecho humano”[1] (dicho sea de paso, esta ley infernal está provocando un verdadero holocausto a Moloch, el demonio al cual se le ofrecen niños en el Antiguo Testamento: según datos oficiales, solo en el sector público, se produjeron 250.000 abortos o asesinatos de niños por nacer, llamados eufemísticamente “IVE”, “Interrupción voluntaria del Embarazo” o también “ILE”, “Interrupción Legal del Embarazo”; si a esto le sumamos el sector privado, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que desde la implementación de esta nefasta ley, desde el año 2021, en solo tres años, han sido masacrados 500.000 niños argentinos y la cuenta sigue subiendo. Esto es algo que provoca la Justa Ira de Dios, porque cada niño es una obra maestra de sus manos, que es masacrada y destrozada por el hombre, a través del aborto y que por el aborto, el hombre, en este caso nosotros, los argentinos, nos atraemos el Justo Juicio y Castigo Divinos). Al surgimiento del Anticristo como falso mesías le seguirá un abandono masivo de la verdadera fe católica, fenómeno que se conoce como “apostasía”, caracterizado por el rechazo al Verdadero y Único Cristo, el Cristo Eucarístico y a esta apostasía la caracterizará la adoración falsa a la tríada satánica de la Nueva Falsa Iglesia formada por el Anticristo, la Bestia y el Dragón. Todo esto es lo que profetiza Jesús que sucederá antes de su Segunda Venida en la gloria.

Entonces, de las dos profecías reveladas por Jesús, se cumplió la primera, la relativa a la destrucción del templo, cuando este fue arrasado por las tropas del emperador romano en el año 70 d. C., por lo cual queda por cumplirse la segunda profecía, relativa a la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, cuando vendrá a juzgar a vivos y a muertos, sentenciando a unos al horror eterno del Infierno y a otros, a la eterna felicidad en el Reino de los cielos. Es para esta Segunda Venida, para la cual debemos estar “vigilantes, atentos, con las túnicas ceñidas y las lámparas encendidas”, porque nadie sabe cuándo será el Día de la Ira del Señor.

 

        

 


jueves, 7 de noviembre de 2024

“La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir”

 


(Domingo XXXII - TO - Ciclo B - 2024)

         “La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir” (Mc 12, 38-44). Sentado frente a la sala del tesoro del Templo, Jesús observa con atención a la gente que se acerca a depositar la limosna. La mayoría deposita mucha cantidad, “en abundancia”, dice el Evangelio, pero Jesús se detiene en una pobre viuda, de condición muy humilde, la cual deja como ofrenda solo “dos pequeñas monedas de cobre”. Luego de ver la ofrenda de la viuda, Jesús llama a sus discípulos para darles una enseñanza, diciéndoles que mientras los demás, los que dejan una ofrenda en apariencia abundante, la viuda ha dejado una ofrenda todavía mucho más valiosa, porque ha dejado algo que, si bien en apariencia es algo muy pequeño, dos monedas de cobre, eso representaba para ella “todo lo que poseía”. Esto hace que la ofrenda de la viuda sea, cualitativamente, mucho más valiosa, a los ojos de Dios, más valiosa que la ofrenda materialmente costosa de cualquier otro oferente, porque mientras los ricos “han dado de lo que les sobraba”, la viuda en cambio “ha dado de lo que tenía para vivir”.

De esta manera Jesús nos enseña cómo la viuda del Evangelio es un ejemplo para nosotros, tanto en generosidad hacia el templo -cumpliendo con el deber que tiene todo fiel católico de sostener materialmente el templo-, como de gratitud, de amor y de confianza hacia Dios, manifestada en la ofrenda. La razón por la cual la viuda es ejemplo para nosotros es la ofrenda que hace porque si bien materialmente es muy poco dinero, en realidad es bastante, ya que se trata de todo lo que tiene para subsistir, es decir, para alimentarse. Traducido en nuestra cultura, sería como si nosotros diéramos como limosna el dinero que tenemos para comprar el alimento del día: puede ser mucho o poco, dependiendo de qué es lo que fuéramos a comprar para alimentarnos, pero siempre sería mucho en términos cualitativos, porque sería todo lo que tendríamos para alimentarnos. Y también en nuestros días, si alguien diera como ofrenda todo lo que tiene para alimentarse, por ejemplo, en un día, si lo comparase con la ofrenda de otro que pone como ofrenda una cantidad muy superior, se da el mismo caso de la viuda: parecería que el segundo da mucho más que el primero, pero a los ojos de Dios el primero da más, porque da de lo que tiene para subsistir, en cambio el segundo da de lo que le sobra. En el fondo, el valor de la ofrenda de la viuda está en el hecho de que, al dar de lo que tiene para subsistir, está dando de lo que tiene para vivir, es decir, está dando su vida y ahí es en donde radica su valor: está dando su vida a Dios. En este sentido, la viuda del Evangelio es ejemplo de amor al templo de Dios, porque contribuye al sostenimiento material del templo, lo cual es un deber de todo fiel y es además un ejemplo de amor a Dios, porque da a Dios la totalidad de lo que tiene, como muestra de que su vida le pertenece a Dios, es decir, como muestra de que es Dios quien le da la vida y el ser y por ello se muestra agradecida con Él dándole una ofrenda significativa, una ofrenda que significa su propia vida, como si le dijera a Dios: “Tú me diste la vida; yo en agradecimiento te doy lo que tengo para vivir”. La viuda del Evangelio, entonces, nos enseña no solo a desprendernos de los bienes materiales, sino también a contribuir, con estos bienes materiales, al sostenimiento del culto católico, el único culto verdadero del Único Dios Verdadero y nos enseña también cómo debemos agradecerle por lo que nos da y sobre todo por lo que Dios Es, Dios de infinito Amor, Justicia y Misericordia.

Por último, existe un aspecto sobrenatural que debe ser considerado en la donación de la viuda y que va más allá de los bienes materiales en relación al templo y a Dios: cuando la viuda da de lo que tiene para vivir, da con eso, simbólicamente su propia vida y esto en realidad es una imitación y una participación a otro don, el don de Jesucristo, que ofrece a Dios en la cruz el Don Preciosísimo de su Vida Divina, algo que obviamente es mucho más que ofrecer algo que lo que se tiene para vivir, porque Jesucristo ofrece Su propia Vida Divina en el Sacrificio de la Cruz, por la salvación de todos los hombres. En otras palabras, la generosidad de la viuda que simbólicamente ofrece el don de su vida, es una participación a otro acto de oblación y de donación, y es el don de la propia vida a Dios, por el rescate de la humanidad, como lo hace Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, don que se renueva incruenta y sacramentalmente cada vez en el Santo Sacrificio del altar, en la Santa Misa.

“La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir”. A imitación de la viuda del Evangelio, no demos al templo de Dios lo que nos sobra, sino incluso lo que necesitamos para vivir y a ejemplo de Cristo crucificado, que ofreció a Dios su propia vida en la cruz para nuestra salvación, ofrezcamos nuestra propia vida, por la salvación propia y la de nuestros hermanos, a Cristo crucificado en el Calvario y el Altar Eucarístico.