(Domingo
XXXI - TO - Ciclo C – 2022)
(Lc 19,
1-10). Para poder entender un poco mejor el episodio del Evangelio, hay que
tener en cuenta quién era Zaqueo: era jefe de publicanos, un grupo de hombres
dedicados al cobro de impuestos para el Imperio Romano; además, adquirió una
gran fortuna por este trabajo, pero también porque como recaudador de impuestos
exigía una suma de dinero adicional al tributo para así apropiarse de la
diferencia[1]. Es decir, Zaqueo era
doblemente despreciado por los judíos: primero, porque la tarea de recaudación
de impuestos para el imperio era considerada una tarea detestable, ya que se
consideraba una especie de colaboracionismo con la potencia ocupante, los
romanos; segundo, porque con la exigencia de un pago adicional, a la par que él
se enriquecía ilícitamente, empobrecía al resto de la población. Por estos
motivos, Zaqueo era considerado un pecador público y por eso no era apreciado
entre los judíos. Sin embargo, Jesús, que estaba rodeado de discípulos y de
seguidores que lo amaban y querían vivir según los Mandamientos de la Ley de
Dios, no se dirige a ellos para entrar en sus casas, sino a Zaqueo, sabiendo Jesús
la condición de pecador público de Zaqueo: “Zaqueo, hoy tengo que alojarme en
tu casa”. Si bien es Zaqueo el que busca mirar a Jesús mientras pasa -con toda
seguridad había quedado admirado por los milagros que hacía Jesús y por su
sabiduría, que no era de este mundo-, esta búsqueda de Zaqueo hacia Jesús es en
realidad una respuesta a la gracia que Jesús le había concedido de antemano. En
otras palabras, es Jesús quien busca a Zaqueo en primer lugar y no Zaqueo quien
primero busca a Jesús. El hecho de querer Jesús entrar en la casa de Zaqueo
para almorzar con él es, además de verdadero, simbólico de otra realidad
espiritual: el ingreso físico de Jesús en la casa de Zaqueo, simboliza el
ingreso espiritual de Jesús con su gracia en el alma de Zaqueo, lo cual provoca
un cambio radical en Zaqueo, es decir, provoca la conversión de Zaqueo,
conversión que se manifiesta en el propósito de Zaqueo de devolver todo lo que
ha adquirido ilícitamente. Pero lo más importante en Zaqueo no es la devolución
de lo que no le corresponde, que sí es importante; lo más importante es la
conversión a Cristo de su alma, de su corazón, de su ser: a Zaqueo ya no le
atraen las riquezas de la tierra, sino que le atrae algo que es infinitamente
más valioso que todas las riquezas del mundo y es el Sagrado Corazón de Jesús, que
arde con las llamas del Amor de Dios, el Espíritu Santo. La devolución de los
bienes materiales ilícitamente adquiridos, es solo una consecuencia de la
conversión de Zaqueo.
Finalmente, en Zaqueo nos debemos identificar nosotros, en
cuanto pecadores y, al igual que Zaqueo, Jesús nos demuestra un amor que va más
allá de toda comprensión, porque a nosotros, en cada Santa Misa, nos dice lo
mismo que a Zaqueo: “Quiero entrar en tu casa, quiero entrar en tu corazón, por
medio de la Eucaristía”. Y así como Zaqueo prepara su casa y la limpia y
prepara un banquete para Jesús, así nosotros debemos preparar nuestras almas,
por medio de la Confesión Sacramental, para recibir el banquete con el que nos
convida Dios Padre, que es la Carne del Cordero de Dios, el Pan de Vida eterna
y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sagrada Eucaristía. Al igual que Zaqueo,
dispongamos nuestra casa, nuestras almas, por medio de la Confesión sacramental,
para que ingrese Jesús y lleve a cabo en nosotros la conversión eucarística,
por medio de la cual salvaremos nuestras almas por la eternidad.