viernes, 27 de septiembre de 2024

“Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible”

 


(Domingo XXVI - TO - Ciclo B - 2024)

“Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible” (Mc 9, 38-43.45.47-48). Para esta enseñanza, Nuestro Señor Jesucristo hace uso de una imagen que, si es leída de forma material y literal, suena, de buenas a primera, de forma impactante: Jesús nombra partes específicas del cuerpo -el ojo, la mano, el pie- y afirma que, si estas son ocasión de caída en el pecado, debemos “extirparlos”, “cortarlos”, es decir, extraerlos físicamente, separarlos físicamente, del resto del cuerpo. Ahora bien, es una obviedad aclarar que Nuestro Señor no está hablando literalmente, si no, metafóricamente; es decir, solo está utilizando una imagen, bastante fuerte, pero que de ninguna manera es de aplicación literal; Jesús de ninguna manera nos está diciendo que debemos hacer eso literalmente. Una vez aclarado esto, debemos preguntarnos por el sentido espiritual, sobrenatural, de la imagen física utilizada por Jesús, porque como enseña Santo Tomás, las realidades sensibles nos sirven para elevarnos a las realidades invisibles y en este caso, la intención de Jesús es que, a través del uso de una imagen sensible, lleguemos a la comprensión de una enseñanza espiritual, de una realidad espiritual que, por sí misma, es invisible. Cuando nos preguntamos la razón por la cual Jesús utiliza una imagen tan fuerte, la respuesta es que lo hace para que tomemos conciencia acerca de la gravedad espiritual del pecado, porque el pecado -que es ruptura de la relación personal con Dios, Trinidad de Personas-, al ser insensible, hace creer a quien lo comete, que no tiene consecuencias espirituales y precisamente, para que nos demos cuenta de las consecuencias espirituales que el pecado ejerce realmente en el alma, es que Jesús utiliza esta imagen física. El uso de esta imagen es para graficar la realidad del pecado en el alma: si bien el alma no puede ser troceada en partes, como sí lo puede ser el cuerpo, debido al pecado, que corta la relación vital con Dios, el alma sufre un daño análogo al que sufre el cuerpo al ser amputada una de sus partes o uno de sus miembros. Por el pecado, el alma pierde la participación en la vida divina que le otorgaba la gracia, siendo esta pérdida de vitalidad de menor o de mayor importancia, si el pecado es venial o mortal: si es venial, es como si el cuerpo perdiera solo un miembro; si es mortal, es como si el cuerpo perdiera la vida. La situación en la cual el alma pierde totalmente la vida de la gracia se llama “pecado mortal” y significa que el alma está en estado de condenación eterna y esto es lo que explica que Jesús utilice una imagen tan fuerte, como la de extirpar un ojo, una mano o un pie, si estos son ocasión de pecado, porque si hay algo que conduzca al alma a la pérdida de la gracia, es preferible que el alma se aparte de esa tal situación, de una forma tan tajante y decisiva, equivalente a como si alguien se amputara una mano o un pie o se extirpara un ojo, porque como Él mismo dice, es mejor salvar el alma con el cuerpo tullido, antes que condenarse con el cuerpo entero.

Pero aún así, no debemos creer que las palabras de Jesús son una exageración: son tan reales y ciertas, que la Iglesia las toma y las aplica en la fórmula de arrepentimiento que el penitente pronuncia antes de recibir la absolución. En efecto, el penitente dice: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”, lo cual significa que el alma reconoce que, mucho más que amputarse un miembro de su cuerpo, desearía haber recibido la muerte corpórea, terrena, antes de haber cometido un pecado mortal o venial deliberado. Es decir, la Iglesia, con la sabiduría divina que le proporciona el Espíritu Santo, comprende el sentido eminentemente espiritual de las palabras de Jesús y las aplica para el Sacramento de la Penitencia.

“Si tu mano es ocasión de pecado, córtala (…) si tu pie es ocasión de pecado, córtalo (…) si tu ojo es ocasión de pecado, arráncalo”. Con estas imágenes tan fuertes, Jesús nos hace ver la absoluta necesidad de la gracia para la vida espiritual, a lo cual hay que agregar la mortificación de los sentidos y de la imaginación, la penitencia, el sacrificio, la oración y el ayuno. Esto no quiere decir que se deba únicamente luchar contra los pensamientos o imágenes negativos o pecaminosos, sino que, ayudados por la gracia, debemos utilizar la mente y la voluntad para centrar nuestros pensamientos, nuestra imaginación, nuestros recuerdos, nuestro corazón, en la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Solo de esta manera entraremos con el alma y el cuerpo restaurados por la gloria divina al Reino de los cielos.


jueves, 19 de septiembre de 2024

“Los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía (estaban) discutiendo sobre quién era el más grande”

 


(Domingo XXV - TO - Ciclo B - 2024)

“Los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía (estaban) discutiendo sobre quién era el más grande” (Mc 9, 30-37). El episodio del Evangelio demuestra claramente que la crisis de la Iglesia que se vive en nuestros días es, por un lado, una crisis de santidad y que esa crisis de santidad proviene desde el nacimiento mismo de la Iglesia, desde su mismo origen y desde su seno y que se origina en la evidente incomprensión entre el mensaje transmitido por Jesús, el Hombre-Dios, a sus discípulos, y el mensaje recibido por estos. Es decir, es una crisis de comunicación, o también podríamos decir, una crisis de transmisión-recepción en cuanto al mensaje, que viene de lo alto, que viene del Hombre-Dios Jesucristo y que, o no es recibido, o es recibido en forma completa y absolutamente distorsionada por parte de sus discípulos más cercanos. Y si sus discípulos más cercanos interpretan en forma distorsionada el mensaje de salvación de Jesús, entonces este mensaje se transmite cada vez más distorsionado a los demás integrantes de la Iglesia, cuanto más distantes se encuentren en la escala jerárquica de la misma.

De manera concreta, vemos en este pasaje cómo, mientras Jesús les revela proféticamente su misterio pascual de Muerte y Resurrección, misterio que implica la traición de uno de ellos, Judas Iscariote; misterio que implica el apresamiento por parte de la guardia de los sacerdotes del Templo; misterio que implica un juicio injusto basado en calumnias, en mentiras, en acusaciones falsas, en testigos falsos, en una sentencia falsa, en una condena a muerte falsa, en una muerte en cruz sumamente dolorosa, en el rechazo de todo el pueblo de Jerusalén, para luego recién resucitar al tercer día, mientras Jesús les anticipa que debe atravesar todo este dolor para recién resucitar en la gloria, como único medio de rescatar a la humanidad del pecado, de la muerte y del infierno, los discípulos, aquellos elegidos por Jesús para que participaran de su Pasión y Muerte y luego de su gloria, demuestran una cortedad de miras y una poquedad de ánimos que asusta; demuestran claramente que no están mínimamente a la altura de los acontecimientos, demostrando estar aferrados, no al porvenir de grandeza eterna y de felicidad celestial que Jesús les promete por medio de la Cruz, sino a las migajas de su propio ego y de su propio bienestar; demuestran que se encuentran muy bien así como están; quieren ser considerados como los discípulos del Maestro que resucita muertos, que da alegría a quienes han perdido por la muerte a un ser querido; quieren ser reconocidos como discípulos de un Maestro que sacia el hambre corporal de quien multiplica panes y peces; quieren reconocidos y saludados por las calles como discípulos de un Maestro que enseña “con autoridad”; quieren ser discípulos de un Maestro que cura enfermedades crónicas incurables, que dejan a todos asombrados; quieren ser discípulos de un Maestro que provoca la admiración y el respeto al curar paralíticos, sordos, mudos y ciegos; quieren ser discípulos de un Maestro que expulsa demonios y hace exorcismos espectaculares, con el solo poder de su boca, expulsando demonios y dejando a los posesos en total normalidad; en definitiva, quieren la fama y la gloria que les dan los hombres por ser ellos los discípulos de un Maestro que deja contentos a todos, porque a todos les soluciona sus problemas, pero no quieren a un Maestro que viene a hablarles de cruz, de traición, de muerte, de persecución, de sufrimiento, aunque ello implica la derrota de la muerte, del demonio y del infierno. La incomprensión entre lo que Jesús les revela y lo que ellos reciben como mensaje, es decir, lo que ellos “no comprenden”, radica principalmente en la Pasión: no entienden ni qué es la Pasión ni el por qué ni para qué Jesús ha de sufrir la Pasión y esto porque todo lo analizan con categorías puramente humanas, racionales. Dice así el Evangelio: “Jesús (les decía): “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”. Jesús les habla claramente de su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual habrá de salvar a los hombres, pero ellos “no entienden” lo que Jesús les dice: “Una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: “¿De qué hablaban en el camino?”. Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. “No entienden”, porque en la Pasión los modos humanos se invierten: el rey es humillado y lleva la cruz, mientras que el servidor del rey sirve de acompañante del rey y solo ocasionalmente, como el Cirineo, puede ayudar a su rey llevar la cruz. En la Pasión el rey es insultado, blasfemado, escupido, golpeado, insultado, pateado, maldecido, mientras que el ayudante del rey pasa desapercibido y solo se limita a compadecerse de su rey.

Los discípulos no piensan en las humillaciones y dolores de la Pasión, que vienen de lo alto; piensan con categorías humanas y según las categorías humanas, es más importante quien más aplausos, quien más honores, quien más alabanzas recibe de los propios hombres, sin contar que para Dios eso no vale nada; para Dios, los aplausos que los hombres se dan unos a otros y las glorificaciones que los hombres se dan unos a otros, valen menos que un puñado de arena que se escurre entre los dedos de una mano. Los discípulos “no entienden” lo que Jesús les dice porque mientras Jesús les revela proféticamente los dramáticos acontecimientos del plan divino de redención que pasa por el misterio de la Cruz, ellos están enfrascados en el egoísmo humano, discutiendo sobre banalidades que no cuentan para nada, como, por ejemplo, “cuál de ellos es el más grande”: “Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. De esta manera demuestran que no solo no están a la altura de los graves acontecimientos sobrenaturales que están por sobrevenir, sino que, peor aún, demuestran una mentalidad humana infantil, caracterizada por un espíritu orgulloso, vanidoso, soberbios, apegado a los honores, a los aplausos de los hombres, a los vanos homenajes con que los hombres se halagan unos a otros. Deberían estar disputándose el primer lugar al pie de la cruz, el primer lugar ante Jesús crucificado y ante la Virgen de los Dolores, para participar de sus penas y angustias y humillaciones, pero no, están peleándose, como niños, por inútiles honores mundanos que, ante los ojos de Dios, son como estrellas fugaces que aparecen un instante en el cielo y luego se pierden para siempre en la oscuridad del universo para nunca más aparecer.

“Los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía (estaban) discutiendo sobre quién era el más grande”. La crisis actual de la Iglesia, caracterizada por, más que falta de fe verdaderamente católica, en ausencia de fe católica, tal como se expresa en el Credo de los Apóstoles y se manifiesta en una apostasía masiva jamás antes vista en su historia, se inicia en esta actitud de los discípulos de Jesús: en vez de pensar en la feliz eternidad a la que nos conduce el Misterio Pascual de Muerte y Resurrección del Hombre-Dios Jesucristo, los integrantes del Cuerpo Místico de Cristo, los bautizados en la Iglesia Católica, piensan en los honores mundanos, en los placeres de la tierra, en el éxito temporal, en la vanidad de ocupar el primer puesto en cualquier institución eclesial, para así recibir vanos y superfluos honores, aplausos y hosanas de los hombres, que nada valen ante Dios y que de nada sirven para la vida eterna. La apostasía, núcleo de la crisis de la Iglesia de nuestros días, se origina en la actitud de los discípulos que escuchaban a Jesús, pero en realidad no lo escuchaban, porque estaban absortos en problemas mundanos: “Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. No podían saber qué era lo que Jesús les había dicho, porque el centro de su atención, el principal problema a resolver para sus egoístas espíritus era determinar “quién era el más grande”, “quién era el más importante”, “quién era el que más honores y aplausos y títulos” habría de recibir por parte de los hombres. Pero a ninguno le importaba la salvación de las almas, ni la cruz, ni el Calvario, ni la vida eterna, ni el Reino de los cielos. Debemos tener mucho cuidado, porque también nosotros podemos cometer el mismo error -sino es que ya lo hemos cometido-; también nosotros podemos caer en el error del inmanentismo del presente, según el cual solo existe el aquí y ahora y nada más; también nosotros podemos caer en el error de olvidar que debemos subir al Monte Calvario para mirar, desde allí, a través del Costado traspasado de Jesús, el destino de eternidad que nos espera en la otra vida.

“Los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía porque estaban discutiendo sobre quién era el más grande”. Tengamos mucho cuidado de no ser nosotros esos mismos discípulos que, por buscar la vanagloria de los hombres, cuando Jesús nos llame ante Su Presencia para preguntarnos qué hicimos para salvar nuestras almas, para glorificar a la Trinidad y para salvar las almas de nuestros hermanos, no seamos capaces de entender de qué está nos está hablando Jesús, porque estuvimos perdiendo el tiempo buscando, no la gloria de Dios, sino inútiles puestos de poder y los todavía más inútiles aplausos de los hombres.


viernes, 13 de septiembre de 2024

“¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! ¡Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”

 


(Domingo XXIV - TO - Ciclo B - 2024)

“¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! ¡Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!” (Mc 8, 27-35). En este Evangelio, Jesús pregunta primero a los discípulos quién dice la gente que es Él y luego les pregunta quién dicen ellos que es Él. El primero en responder es Pedro y lo hace afirmando la Verdad Absoluta acerca de Jesús, esto es, que Jesús es el Hombre-Dios y el Mesías que Dios ha enviado: “Tú eres el Mesías”. La respuesta de Pedro es tan precisa que provoca la admiración y la aprobación de Jesús, quien le asegura a Pedro que esta verdad no le ha sido revelada “ni por la carne ni por la sangre”, es decir, por ningún razonamiento humano, sino por el Espíritu Santo, por el Espíritu del Padre, ya que nadie puede saber que Jesús es Dios sino le es revelado por el Espíritu Santo. Estas palabras de Jesús no figuran en este Evangelio, pero sí en los evangelios paralelos. Lo que se puede observar en esta primera respuesta de Pedro es que Pedro ha sido iluminado por el Espíritu Santo, quien Es el que le revelado que Jesús es Dios Hijo, el Mesías y por eso Jesús lo felicita. Según la regla del discernimiento de espíritus de San Ignacio de Loyola, es claro que, de los tres orígenes posibles de este pensamiento, el que ha inspirado el origen divino de Jesús ha provenido de Dios mismo.

Sin embargo, inmediatamente después de ser felicitado Pedro por Jesús a causa de su respuesta correcta, el mismo Pedro será duramente reprendido por Jesús y en la reprensión de Jesús podremos obtener un indicio claro de cuál es el origen del nuevo pensamiento de Pedro y la razón de la reprensión de Jesús. En la continuación del diálogo entre Pedro y Jesús, el Señor les revela su misterio pascual de Muerte y Resurrección, es decir, les dice que deberá sufrir la Pasión, lo cual implica traición, juicio injusto, condena de muerte, flagelación, crucifixión, muerte y luego recién la Resurrección, al tercer día: “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días”. Cuando Pedro, que acababa de confesar la divinidad y mesianidad de Jesús, escucha que Jesús debe sufrir la Pasión y la Crucifixión, se deja llevar no solo por su humanidad, que rechaza el dolor y la humillación, sino también por el espíritu de Satanás, que rechaza la Pasión Redentora de Jesús y es por eso que, llevándolo aparte a Jesús, comienza a “reprenderlo”, como si con esto pretendiera evitar que la Pasión de Jesús no se llevara a cabo y así dice el Evangelio: “Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo”. Pedro, llevado por su espíritu humano, pero también por el espíritu satánico, rechaza la cruz y por eso mismo reprende a Jesús; en la oscurecida mente de Pedro, la cruz de Jesús no tiene sentido; sin la luz del Espíritu Santo, con su sola razón y con las insinuaciones de Satanás, Pedro no ve el sentido de los dolores, la ignominia y la humillación de la cruz del Mesías al cual él acaba de reconocer y por eso lo “reprende”.

La respuesta de Jesús al reproche de Pedro nos asombra doblemente: por un lado, porque el reproche de Pedro es totalmente contrario a los planes divinos de la Redención, pero por otro lado, porque en la respuesta de Jesús, queda al descubierto el doble origen de los pensamientos anti-cristianos de quien era en ese momento el Vicario de Cristo: su propia mente y la mente del ángel caído, Satanás. En efecto, dice el Evangelio: “Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! ¡Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”. Es decir, Jesús no le dice: ¡Retírate, ve detrás de Mí, Pedro!”, sino que le dice: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!”; en esta primera parte de la frase no solo está indicando la presencia física real, invisible, de Satanás al lado de Pedro, sino que además Jesús revela que es Satanás quien le sirve de fuente y origen angélico del pensamiento del rechazo de la cruz; pero esto es en un primer momento, porque después, en la segunda parte de la frase, le revela el otro origen del pensamiento del rechazo de la cruz, que es su propia mente humana, la mente humana de Pedro: “¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”. Esto quiere decir, claramente, que el pensamiento de rechazo de la cruz no viene de Dios sino de los hombres, o de Satanás, o de ambos. En esta frase, dividida en dos partes, Jesús descubre la presencia física, real, de Satanás al lado de Pedro, incitándolo a rechazar la cruz, y al mismo tiempo, revela cómo se unen, el ángel caído y el hombre sin Dios -aunque sea el Vicario de Cristo- para rechazar la cruz, para rechazar el plan divino de redención, que pasa inevitable e ineludiblemente por el misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección del Cordero de Dios, el Hombre-Dios Jesucristo. Cuando Pedro termina de reprender a Jesús, Jesús se da vuelta e inmediatamente parece decirle a Pedro: “Vade retro, Satan!”, es decir, pareciera que Jesús le dice: “Satanás”, a Pedro, pero no le dice a Pedro, sino que le dice “Satanás” a Satanás”, que está al lado de Pedro, pero que humanamente ninguno de los discípulos ni el mismo Pedro pueden ver, por ser un ángel, pero que Jesús sí puede ver, por ser Él Dios en Persona. Es decir, parece que le dice “Satanás” a Pedro, pero le está diciendo al mismo Satanás que se retire.

De esta manera este Evangelio nos enseña cómo el rechazo de la cruz proviene ya sea de nuestros pensamientos, de nuestro intelecto, o del intelecto del ángel caído, pero nunca del Intelecto Divino, nunca viene de Dios el rechazo de la cruz, porque precisamente el plan de la Redención ideado por Dios pasa indefectiblemente por la cruz, tal como lo dice Jesús: “Nadie va al Padre si no es por Mí” y Jesús está en la cruz, en el Calvario y esto quiere decir que nadie que no esté crucificado junto a Jesús en el Calvario, subirá al cielo junto a Jesús.

Es por esta razón que Jesús, después de reprender a Pedro, enfatiza la necesidad imperiosa de la cruz para la salvación eterna: “Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará”. Si no renunciamos a nosotros mismos y si no cargamos la cruz, no entraremos en el Reino de los cielos.

En este Evangelio por lo tanto podemos apreciar lo que San Ignacio de Loyola llama “discernimiento de espíritus” y tiene por protagonista al mismo Papa, San Pedro. Según San Ignacio de Loyola, nuestros pensamientos tienen tres orígenes: nuestra propia mente, Dios o el Demonio. De ahí la importancia para nuestra vida espiritual de hacer lo que el santo llama “discernimiento de espíritus”, para que sepamos de dónde provienen nuestros pensamientos, si de nosotros mismos, si de Dios o del Diablo, porque los fines de cada uno son obviamente absolutamente distintos.

“¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! ¡Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”. El Evangelio nos enseña a estar atentos al origen de nuestros pensamientos, para rechazar inmediatamente a todo aquel pensamiento que nos aleje, aunque sea mínimamente de la cruz, porque ese tal pensamiento no viene de Dios, sino de nosotros o del Demonio. Pero no solo rechazar los pensamientos que nos alejen de la cruz, sino dar cabida a los pensamientos que nos vienen de lo alto, a los pensamientos que nos vienen de Dios, a los pensamientos que nos invitan a cargar la cruz de cada día, para seguir a Jesús por el Camino Real de la Santa Cruz de Jesús, el Único Camino para llegar al Reino del cielo.


sábado, 7 de septiembre de 2024

Jesús sana a un sordomudo poniendo sus dedos en las orejas, tocando su lengua y diciendo “Efatá”, que significa”: “Ábrete”

 


(Domingo XXIII - TO - Ciclo B - 2024)

         Jesús sana a un sordomudo poniendo sus dedos en las orejas, tocando su lengua y diciendo “Efatá”, que significa”: “Ábrete” (cfr. Mc 7, 31-37). En esta curación del sordomudo, podemos preguntarnos porqué Jesús utiliza sus manos y su voz si, al ser Dios omnipotente, podía haberlo curado con su solo querer, como de hecho lo hizo con otros enfermos en otros momentos del Evangelio. La respuesta está en que Jesús lo hace por un doble motivo: por un lado, para resaltar el valor del cuerpo humano y por lo tanto de la Encarnación del Verbo y, por otra parte, para prefigurar el valor de los sacramentos de su Iglesia, tal como lo veremos brevemente.

         En cuanto al primer hecho, el uso de su Cuerpo para curar al sordomudo en vez de curarlo directamente con su solo querer, eso lo hace Jesús para resaltar el valor, tanto del cuerpo humano, que es creación suya, como de la Encarnación, obra del Espíritu Santo, por pedido de Dios Padre. Entonces, de esta manera, resalta el valor tanto del cuerpo como el de la encarnación: su cuerpo, asumido en el seno de la Virgen en la Encarnación, está inhabitado por el Verbo de Dios, y el Verbo de Dios que lo inhabita, es el que le comunica todo su poder y su fuerza de Dios, hasta la fibra más íntima de su cuerpo. El Verbo “ingresa” dentro de ese cuerpo y de esa alma por la Encarnación y obra a través de esa alma y de ese cuerpo; de esa manera, el cuerpo de Jesús es como un canal por donde pasa la energía divina, el poder divino; para darnos una idea, el Cuerpo humano del Hombre-Dios Jesucristo es como un cable por donde pasa la electricidad, siendo en este caso la electricidad, la energía o mejor dicho, el poder divino, la gracia de Dios, que es la que sana, la que cura, la que perdona los pecados, la que expulsa los demonios, la que diviniza y santifica las almas de los seres humanos.

         Pero al usar su Cuerpo como canal de energía que transmite el poder divino, también quiere hacernos ver el valor de los Sacramentos de la Iglesia, porque lo que sucede con su Cuerpo, así sucede con los Sacramentos, en el sentido de que así como el Cuerpo es el canal conductor de la energía o gracia divina, así también los Sacramentos son el canal conductor de la energía o gracia divina. Es decir, así como sucede con su Cuerpo humano, en el que inhabita la Persona divina de Dios Hijo y le comunica a su cuerpo material su Presencia divina y su fuerza de Dios, fuerza divina que fluye a través de su Cuerpo humano así como la energía eléctrica fluye a través de un cable, así en los sacramentos, que son elementos materiales –pan, agua, vino-, también se hace Presente Dios Hijo en Persona, y les comunica de su poder divino para que este poder divino fluya a través de los Sacramentos, y así como por su Cuerpo humano este poder divino fluía desde su Persona divina hacia fuera y producía los milagros –como la curación del sordomudo-, así en los Sacramentos, por la misteriosa Presencia del Hijo de Dios en ellos, fluye su poder divino desde su Persona divina, por los sacramentos, hacia quien los recibe.

Todo lo que sucede en el Hombre-Dios Jesucristo, en cuanto al fluir de la divinidad desde el Ser divino de su Persona divina a través de la naturaleza humana de su ser hombre humano, toda esa unión en el obrar conjunto entre lo divino y lo humano, se da también en los Sacramentos, en cuanto también en los sacramentos se da la unión entre lo creatural -pan, vino, agua, palabras, gestos- y lo divino -la gracia santificante- que fluye invisiblemente a través de lo visible. Es por esta razón que los Sacramentos, que tienen una parte visible, creatural, y una parte invisible, divina, tienen un poder divino, que es el poder de Dios, produciendo y comunicando la gracia de Dios, la gracia santificante y por esto no da lo mismo recibir o no recibir los Sacramentos: quien recibe los Sacramentos, recibe la gracia de Dios; quien no los recibe, no recibe la gracia de Dios. Al curar al sordomudo, lo que hace Jesús es simplemente usar el poder divino que fluye de su Persona divina a través de su Cuerpo humano y permitir que este poder divino cure al sordomudo, así como en el Sacramento de la Penitencia, por ejemplo, el poder divino fluye desde la Persona divina de Jesús Sumo Sacerdote a través del sacerdote ministerial, hacia el penitente.

         En este caso en particular, la acción de Jesús sobre el sordomudo está anticipando parte del rito de la Iglesia Católica en el Sacramento del Bautismo: en el Sacramento del Bautismo, la inmersión de Cristo en el río Jordán representa su muerte en la cruz y eso se significa y representa místicamente con el derramamiento del agua en la cabeza del que se bautiza; el emerger del río Jordán significa su resurrección y eso se significa con el secado de la cabeza del que se bautiza; luego, el signado de la cruz en los labios y en los oídos del que se bautiza, al mismo tiempo que se pronuncian las mismas palabras que Jesús pronuncia en el Evangelio: “Efatá”, que significa: “Ábrete”, significan la participación mística en la curación milagrosa del sordomudo por parte de Jesús en el Evangelio, quien así cura, no solo al sordomudo, sino a todo ser humano que recibe el bautismo sacramental, ya que por el pecado original todo ser humano nace como sordo y mudo a los misterios sobrenaturales del Hombre-Dios Jesucristo, los misterios sobrenaturales de su Pasión, Muerte y Resurrección y solo por el Bautismo, quedan los hombres no solo sanados de esta sordomudez espiritual, sino además incorporados a este misterio pascual de Muerte y Resurrección, lo cual es mucho más importante para la vida espiritual que el solo hecho de ser sanados.

En el Evangelio, Jesús sana a un sordomudo poniendo sus dedos en las orejas, tocando su lengua y diciendo “Efatá”, que significa”: “Ábrete”. En el Bautismo sacramental, cada uno de nosotros hemos recibido algo infinitamente más grande que simplemente haber sido sanados de la sordomudez corporal: se nos quitó el pecado original, fuimos sustraídos de las garras del Demonio, fuimos curados de la sordomudez espiritual y fuimos adoptados espiritualmente como hijos adoptivos por Dios Padre; por esto mismo, no podemos argumentar que no escuchamos y que no entendemos lo que nos dice nuestro Padre en la Sagrada Escritura y lo que nos dice es que debemos no solo escuchar a Jesús, sino seguir a Nuestro Señor Jesucristo por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, para morir al hombre viejo en el Calvario y así nacer al hombre nuevo, el hombre regenerado por la gracia santificante, el hombre que nace del Costado traspasado del Sagrado Corazón de Jesús. Para esto es que hemos recibido la sanación de nuestra sordomudez espiritual, para esto hemos sido adoptados como hijos espirituales por Dios Padre: para ser crucificados en el Calvario junto a su Hijo Jesús y así nacer a la vida nueva de la gracia, la vida de los hijos de Dios.