(Domingo de Ramos - Ciclo A – 2023)
En el
Evangelio del Domingo de Ramos se relata el ingreso triunfal de Jesús en la Ciudad
Santa de Jerusalén. Podemos considerar el hecho histórico en sí mismo, como así
también su significado espiritual y sobrenatural, además de la relación que se
establece entre nosotros y el hecho histórico, por medio de la liturgia
eucarística.
En cuanto
al hecho histórico, los habitantes de Jerusalén, al enterarse de la llegada de Jesús,
salen todos, absolutamente todos, desde el más pequeño hasta el más anciano, a
recibir a Jesús con cantos de alegría, tendiendo ramos a su paso y aclamándolo
como al Rey y Mesías. La razón es que el Espíritu Santo les ha hecho recordar
todo lo que Jesús ha hecho por ellos, por todos y cada uno de ellos, puesto que
no ha habido ni un solo habitante de Jerusalén que no haya recibido al menos un
milagro, una gracia, un don, de parte de Jesús. Todos se acuerdan de lo que Jesús
hizo por ellos y, llenos de alegría, salen a aclamarlo como a su Rey y Señor.
Sin embargo,
estos mismos habitantes que lo reciben el Domingo de Ramos con cánticos de
alegría, son los mismos que lo expulsarán el Viernes Santo, en medio de
insultos, gritos, blasfemias, escupitajos, trompadas, patadas, latigazos. Es como
si hubieran olvidado, repentinamente, todo lo que Jesús hizo por ellos y ahora,
todos, desde el más pequeño hasta el más anciano, expulsan a Jesús en medio de
insultos y horribles blasfemias.
Para explicarnos el cambio radical de actitud de la población de Jerusalén, es necesario considerar y reflexionar acerca del significado espiritual y sobrenatural del ingreso en Jerusalén y es el siguiente: la Ciudad Santa de Jerusalén representa a cada bautizado, que ha sido convertido en morada santa por la gracia santificante recibida en el Bautismo sacramental; la recepción triunfal del Domingo de Ramos es cuando el alma recibe a Cristo por medio de la gracia santificante que se comunica por los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía; los habitantes de Jerusalén somos nosotros, los bautizados, porque todos hemos recibido dones infinitos de Jesús, empezando por el don de la Redención y la gracia santificante del Bautismo sacramental, de tal manera que ninguno de nosotros puede decir que no ha recibido nada de Jesús; la Ciudad Santa de Jerusalén del Viernes Santo, que expulsa a Jesús, quedándose sin Él, para darle muerte en el Calvario, representa al alma que, por el pecado mortal, expulsa a Jesús de sí misma, quedándose sin la Presencia de Jesús, sin su gracia santificante y por lo tanto sin la vida divina trinitaria, es el alma que está en pecado mortal.
En cuanto
a la relación que hay entre el hecho histórico y nosotros, podemos decir, con toda
certeza y de acuerdo a las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, de los
Doctores y Santos de la Iglesia y por su Magisterio, que la liturgia
eucarística de la Santa Misa es la renovación, incruenta y sacramental, del
Santo Sacrificio del Calvario y como en la cruz del Calvario el que entrega su
vida es Jesús, Dios Eterno, nuestro tiempo queda, por así decirlo, “impregnado”
de eternidad, por lo que participamos, misteriosamente, de los misterios salvíficos
de Jesucristo, de su Pasión, Muerte y Resurrección y también del hecho histórico
del Domingo de Ramos.
¿Cuál de
los dos tipos de habitantes de Jerusalén queremos ser? ¿Los que reciben a Jesús
con cantos de alegría, porque viven en estado de gracia, cumplen sus
mandamientos y reciben sus sacramentos, reconociéndolo como al Rey y Señor de
la humanidad? ¿O queremos ser como los habitantes del Viernes Santo, que expulsan
a Jesús por el pecado mortal, quedándose sin la Presencia de Jesús, viviendo la
vida sin cumplir los Mandamientos, prefiriendo el pecado y la muerte del alma,
a la vida de la gracia? Por supuesto que queremos ser los habitantes del Domingo
de Ramos, por lo tanto, hagamos el propósito de vivir en gracia, de recuperarla
por la Confesión sacramental si la hemos perdido y abramos las puertas de
nuestros corazones, purificados por la gracia, al ingreso triunfal de Jesús
Eucaristía en nuestras almas.