“Tus
pecados están perdonados” (Mt 9, 1-8).
El paralítico a quien Jesús le perdona sus pecados y le sana su parálisis, es
un ejemplo para todo cristiano en todo tiempo. Una primera razón es que el
paralítico va en busca de Jesús, pero no para que le cure su enfermedad
corporal, su parálisis, sino que va en busca de Jesús para que Jesús le perdone
sus pecados. Es decir, al paralítico le importa más su salud espiritual que
corporal, por eso es que Jesús le dice: “Tus pecados te son perdonados”; sólo
en un segundo momento, luego de que los escribas lo calumniaran de blasfemo, es
que Jesús le cura su enfermedad corporal. De esta manera, el paralítico nos
hace ver cómo es más importante la salud espiritual que la corporal: lo que él
quiere de Jesús es el perdón de los pecados, no la curación de su enfermedad
corporal, la cual le viene sobreañadida por la Misericordia de Jesús. La
segunda razón por la cual el paralítico es ejemplo para los cristianos, es porque
tiene fe sobrenatural en Jesús: él sabe que puede curar el cuerpo, pero sabe
también que Jesús es Dios y que en cuanto tal, tiene la fuerza espiritual
divina necesaria para realizar prodigios asombrosos, como resucitar muertos,
expulsar demonios, o quitar los pecados del alma.
Por
último, el episodio evangélico es una prefiguración del Sacramento de la
Confesión: en el paralítico están representadas las almas que han sido heridas
espiritualmente por el pecado y van en busca de la salud espiritual, pidiendo
el perdón de los pecados por medio del Sacramento de la Penitencia.
“Tus
pecados están perdonados”. En todo momento tengamos presente tanto el ejemplo
del paralítico, que busca en Jesús no la curación física, sino la curación del
alma, el perdón de los pecados, y tengamos también siempre presente a la Divina
Misericordia, que por medio del Sacramento de la Penitencia nos quita aquello
que paraliza nuestras almas, el pecado, y nos devuelve la salud espiritual,
nuestra condición de hijos de Dios por la gracia.