"La Última Cena"
(Juan de Juanes)
(Ciclo
C – 2019)
“Sabiendo Jesús que había llegado la Hora de pasar de ese
mundo al Padre (…) los amó hasta el fin” (Jn 3, 1-15). La noche del Jueves
Santo, Jesús celebra la Última Cena, sabiendo que es la última vez que habrá de
compartir una cena terrena con sus discípulos. Sabía, en cuanto Dios Hijo que
era, que había llegado la Hora, su Hora, la Hora establecida por el Padre para
pasar, por la cruz, de este mundo al seno del Padre, de donde había venido. Es
decir, Jesús sabe que ha de morir, que ha llegado la Hora de sufrir su Pasión y
que por lo tanto, va a dejar este mundo, esta tierra, esta vida, para pasar a
la vida eterna, al seno del Padre. Jesús sabe que se va de este mundo, pero Él,
antes de sufrir la Pasión, Jesús instituye, en la Última Cena, el Sacerdocio
ministerial y la Sagrada Eucaristía, para cumplir su promesa de quedarse entre
nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”. Jesús subirá al Padre por
medio de la Cruz, pero antes deja conformada su Iglesia, con el mandato de
perpetuar lo realizado en la Última Cena “hasta el fin de los tiempos”. ¿Qué es
lo que hace Jesús en la Última Cena? Lo que Jesús hace en la Última Cena es,
por un lado, instituir el sacerdocio ministerial, ordenando sacerdotes y
obispos a sus discípulos, incluido Judas Iscariote, el traidor. Por otro lado,
en la Última Cena oficia la Primera Misa de la historia, cuando pronuncia las
palabras de la consagración sobre el pan primero y el vino después, diciendo:
“Tomen y coman, esto es mi Cuerpo, tomen y beban, esta es mi Sangre”. En ese
mismo momento, se produce la conversión de la substancia del pan en la
substancia del Cuerpo de Jesús y la substancia del vino se convierte en su
Sangre. Ahora bien, no son un Cuerpo y una Sangre sin vida, sino que, por
natural concomitancia, están unidos cada uno al Alma de Jesús y el Alma, a su
vez, está unida a la Segunda Persona de la Trinidad, por la unión hipostática
producida en la Encarnación. Es decir, en la Última Cena confecciona por primera
vez el Sacramento de la Eucaristía, compuesto por su Cuerpo, su Sangre, su Alma
y su Divinidad y manda a su Iglesia a que repita esta acción suya “hasta que Él
vuelva”. De hecho, en cada Santa Misa, se renueva y actualiza lo actuado por
Jesús, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús; es
decir, en cada Santa Misa, la Iglesia hace, por medio del sacerdote
ministerial, lo que Jesús hizo en la Última Cena, convertir el pan en su Cuerpo
y el vino en su Sangre.
“Sabiendo Jesús que había llegado la Hora de pasar de ese
mundo al Padre (…) los amó hasta el fin”. Lo que Jesús hace en la Última Cena,
instituir el sacerdocio y la Eucaristía, para quedarse entre nosotros “todos
los días hasta el fin del mundo” lo hace por amor, solo por amor y nada más que
por amor. No lo hace por necesidad, ni por obligación, sino por amor y sólo por
amor, es por eso que nosotros debemos asistir a la Misa, renovación del
sacrificio de la cruz y de la Última Cena, no por necesidad ni obligación, sino
por amor a Jesucristo; debemos recibir la Eucaristía no por costumbre o
mecánicamente, sino con el corazón lleno de amor, o al menos, con el corazón
abierto para que Jesús lo colme con su amor, el Amor de Dios, el Espíritu
Santo.
Quien no entiende esto
es Judas Iscariote, a quien el demonio posee, según lo relata el Evangelista
Juan: “Cuando Judas tomó el bocado, Satanás entró en él”. Quien no ama a Cristo
Eucaristía, termina siendo dominado por sus pasiones, representadas en el
bocado que toma Judas, y termina siendo poseído por el demonio, también como
Judas. No hay término intermedio: o se está en el seno del Cenáculo, el
interior de la Iglesia Católica, junto con Jesús Eucaristía, o se sale de la
misma al exterior, en donde “es de noche”, es decir, en donde viven las
tinieblas vivientes, como hace Judas Iscariote.
Por último, Jesús también lava los pies a los discípulos,
hace una tarea reservada a los esclavos: como en ese tiempo las únicas rutas
empedradas eran las que los romanos habían construido, la gran mayoría de las
calles eran de tierra y como usaban sandalias, los pies se ensuciaban, por lo
que había que lavarlos, pero era una tarea considerada humillante y reservada a
los esclavos. Jesús se humilla una vez más, para demostrarnos su amor y para
que nosotros, que somos soberbios y orgullosos, al recordar cómo Él se humilló
por nosotros, también nosotros nos humillemos por Él y abajemos nuestro orgullo
y nuestra soberbia. Mientras no estemos dispuestos a literalmente lavar los
pies a nuestro prójimo, por su bien, incluido el prójimo que nos quiere quitar
la vida –Jesús lavó los pies de Judas Iscariote- no podemos llamarnos
cristianos; mientras un atisbo de soberbia y de orgullo asome en nuestros actos,
no podemos llamarnos discípulos del Señor Jesús, que se humilló haciendo una
tarea de esclavos. Mientras pretendamos ser los mandamás y que todos reconozcan
con aplausos lo poco o nada que hacemos, no podemos llamarnos discípulos de tan
admirable Señor. Si Él, siendo Dios Hijo encarnado, se humilló hasta el punto
de lavarles los pies a sus discípulos, haciendo una tarea propia de esclavos,
mientras nosotros no hagamos lo mismo, tarea propia de esclavos, no podemos
llamarnos cristianos.
“Sabiendo
Jesús que había llegado la Hora de pasar de ese mundo al Padre (…) los amó hasta
el fin”. Sabiendo Jesús que había llegado la Hora de pasar de este mundo al
Padre, ama hasta el fin a su Iglesia y pronuncia las palabras de la
consagración, quedándose en la Sagrada Eucaristía, para “estar con nosotros,
todos los días, hasta el fin del mundo” y para venir a nuestros corazones por
la comunión eucarística, para darnos el Amor de su Sagrado Corazón. No seamos
necios y sabiendo nosotros a qué hora se renueva la representación del
sacrificio de la cruz y la representación de la Última Cena, esto es, la Santa
Misa, seamos prontos y no tardos en el amor y no dejemos pasar la Hora de
asistir al Cenáculo, la Santa Misa, la Cena del Señor, para recibir al Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, que se quedó en la Eucaristía porque “nos amó
hasta el fin” y así nosotros nos entreguemos, en la comunión eucarística,
“hasta el fin” al Dios entre nosotros, el Emanuel, Jesús Eucaristía.