“El
más pequeño entre vosotros es el más importante” (Lc 9, 46-50). Mientras
están con Jesús, los discípulos se enfrascan en una discusión, centrada en “quién
era el más importante” entre ellos. Esta discusión tiene su origen en el pecado
original, porque se trata claramente de un pecado de soberbia, pecado que busca
hacer sobresalir al alma por encima de las demás, para ser alabada y ensalzada
por sí misma. En el fondo, se trata de una participación al pecado de soberbia
por excelencia, el pecado de soberbia cometido por el Ángel caído, Satanás, de
ahí la necesidad de combatirlo y no dejarlo crecer.
Es
importante la reacción de Jesús y su posterior enseñanza, que es contraria
radicalmente a la postura de soberbia de sus discípulos. En efecto, mientras los
discípulos discuten acerca de “quién sería el más importante” -y para ello, con
toda seguridad, argüirían argumentos acerca de la importancia de saber
predicar, de saber más doctrina, de tener más argumentos, etc.-, Jesús toma un
niño y lo acerca a sí y dice: “El que recibe a este niño en mi nombre, me
recibe a Mí y el que me recibe a Mí, recibe al que me envió”. En otras
palabras, frente a la arrogancia de una mente humana desarrollada en su
plenitud y capaz de elaborar complicados argumentos teológicos -como suponen
los discípulos que tienen ellos y por eso se consideran importantes-, Jesús les
contrapone a un niño, quien todavía no tiene uso de razón: con este ejemplo, al
que hay que agregarle su otra enseñanza acerca de que: “Quien no se haga como
niño, no entrará en el Reino de los cielos”, Jesús descarta, por un lado, la
arrogancia de la inteligencia humana ya plenamente desarrollada y en grado de
elaborar complejos teoremas teológicos, filosóficos y matemáticos y la
contrapone con la mente de un niño, que no tiene esa capacidad. No quiere decir
con esto, Jesús, que el discípulo cristiano debe ser aniñado, ni tampoco quiere
decir que el discípulo no deba pensar por sí mismo: al contraponer y colocar
como ejemplo a la niñez frente a la edad adulta, está manifestando la
importancia que tiene la gracia en la inteligencia humana, porque la niñez es,
en cierto sentido, imagen de la gracia santificante, que es la que da la
verdadera niñez, no la cronológica, sino la que establece al alma frente a su
Creador como hijo adoptivo. Esto no descarta, como decíamos, el hecho de que el
discípulo no deba pensar por sí mismo: por el contrario, debe hacerlo, pero
siempre guiado por la luz de la gracia, para no apartarse nunca de la Verdad y
no dejarse seducir por el error y la herejía.
“El
más pequeño entre vosotros es el más importante”. Parafraseando a Jesús y
considerando lo que hemos dicho, que la niñez es imagen de la gracia, podríamos
decir: “El que tiene mayor grado de gracia es el más importante” a los ojos de
Dios, porque es el que es más niño, no cronológicamente hablando, sino
espiritualmente hablando; el que tiene más gracia santificante, es el que más
participa de la Vida de Dios y es por lo tanto el que más cerca está de Dios.