(Domingo
IV - TO - Ciclo A – 2023)
“Bienaventurados los que vivan unidos a mi sacrificio en la cruz” (cfr. Mt 5, 1-12a). Jesús
pronuncia el Sermón de la Montaña, en el que proclama las “bienaventuranzas”. Es
decir, quienes cumplan esos requisitos, serán bienaventurados, felices,
dichosos, no solo en esta vida, sino sobre todo en la vida eterna. Ahora bien,
si nos preguntamos de qué manera podemos alcanzar las Bienaventuranzas de
Jesús, lo único que debemos hacer es postrarnos ante Jesús crucificado y
contemplarlo, pues en Él están todas las Bienaventuranzas en grado perfecto
-como dice Santo Tomás de Aquino-, para luego imitarlo a Él en la cruz. Veamos
de qué manera Jesús es Bienaventurado en la cruz.
“Bienaventurados los pobres de espíritu”: el pobre de
espíritu es quien se reconoce necesitado de Dios para todo, incluso para respirar
y reconoce que sin Dios, sin Jesús, no puede hacer literalmente nada, como dice
Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer”. El pobre de espíritu es quien sabe que
necesita de la riqueza de la Gracia de Dios. Cristo, en la cruz, siendo Dios,
concede a su Humanidad Santísima, desde su Encarnación, la riqueza inconmensurable
de la Gracia de su Ser divino trinitario. Quien se reconoce pobre porque no
tiene la gracia de Dios, debe recurrir a Jesucristo crucificado, Quien nos
concede su gracia desde los Sacramentos, sobre todo en el Sacramento de la
Penitencia.
“Bienaventurados los sufridos, porque heredarán la tierra”:
Cristo en la cruz sufre todos los dolores de todos los hombres de todos los
tiempos y es por eso que quien une su dolor, del orden que sea -espiritual,
moral, físico- al dolor redentor de Cristo en la cruz, se convierte en Cristo
en corredentor y por eso merece, de parte de Dios, heredar la tierra, pero sobre
todo, el Reino de los cielos.
“Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”:
Cristo en la cruz llora y derrama lágrimas de sangre, no por el dolor que Él
sufre, que sí sufre, sino por la salvación de los hombres y llora sobre todo
por quienes, a pesar de su sacrificio en la cruz, se condenarán, porque no lo
reconocerán como al Redentor. Quien se une al dolor de Cristo en la cruz por la
salvación de las almas, será consolado por la Trinidad en el Reino de los
cielos, al ver salvados a aquellos por quienes ha llorado unido a Cristo.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque
serán saciados”: Cristo en la cruz sufre hambre y sed de justicia, porque el
Nombre Tres veces Santo de Dios no es honrado, glorificado, adorado ni amado
por los hombres; quien se une a la honra y adoración de la Trinidad que realiza
Cristo en la cruz, verá saciada su hambre de sed y justicia, porque por la
Sangre de Cristo derramada en el Calvario y en el Cáliz de cada Santa Misa, ve
satisfecha su hambre de ver el Nombre de Dios glorificado, honrado, adorado y
amado por hombres y ángeles.
“Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán
misericordia”: en la Santa Cruz, Jesús realiza el supremo acto de misericordia,
que es dar la vida por la salvación de la humanidad y no es que Él alcance
misericordia, sino que Él es la Misericordia encarnada. Por este motivo, quien
se una al sacrificio misericordioso de Cristo en la cruz, sacrificio por el cual
salva a los hombres, recibe él mismo misericordia de parte de Cristo, sobre
todo en el Juicio Final.
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán
a Dios”: la pureza de Corazón es indispensable, porque Dios Uno y Trino es la
Pureza Increada en Sí misma; es por esto que nadie, por pequeño que sea su
pecado, puede contemplar a Dios, hasta que no es purificado de ese pecado por
la gracia santificante. Quien se arrodilla ante Cristo crucificado y ante el
sacerdote ministerial en el Sacramento de la Penitencia, recibirá la gracia santificante
que purifica y santifica el corazón y así puede ver, con los ojos de la fe, ya
desde esta vida terrena, a la Santísima Trinidad.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos
serán llamados Hijos de Dios”: Dios es un Dios de paz y Cristo en la cruz, al
no exigir venganza por quienes le quitan la vida -nosotros, los hombres-,
derrama con su Sangre la Paz de Dios, que quita el pecado del corazón del
hombre. Quien recibe la Sangre de Cristo, recibe su Paz, la verdadera Paz de Dios
y en consecuencia tiene la tarea ineludible de difundir la Paz de Cristo a sus
hermanos.
“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los cielos”: Cristo en la cruz no muere porque
es un revolucionario, puesto que Él NO ES un revolucionario; muere a causa del
odio preternatural del ángel caído, que instiga las pasiones de los hombres,
induciéndolos a crucificar al Salvador de los hombres. Quien se une al
sacrificio redentor de Cristo, crucificado por el odio satánico y por el odio de
los hombres, recibe como recompensa el Reino de los cielos.
“Bienaventurados cuando os insulten, persigan y calumnien
por mi causa. Alegraos entonces, porque vuestra recompensa será grande en el
cielo”. Cristo en la cruz es insultado, perseguido, calumniado y la recompensa
que obtiene es la salvación de las almas de quienes se unen a Él en el dolor
del Calvario. Quien se una a su Santo Sacrificio -que se renueva incruenta y
sacramentalmente en la Santa Misa-, también será insultado, perseguido, calumniado
e incluso hasta puede perder su vida, pero a cambio recibe la recompensa de la
Santísima Trinidad, la vida eterna en el Reino de los cielos.