(Domingo XX - TO - Ciclo A – 2023)
“Mujer,
qué grande es tu fe” (Mt 15, 21-28). En este episodio del Evangelio, acaparan
la atención dos protagonistas principales: Nuestro Señor Jesucristo y la mujer
cananea o sirofenicia. La actitud de Jesús sorprende en un primer momento,
porque se muestra reticente ante el pedido de la mujer; se muestra como si sus
sentimientos fueran, como se suele decir, “fríos”, ante el pedido de socorro de
la mujer, porque no responde de buenas a primera; pero además sorprende el
trato que da a la mujer, a quien, si bien indirectamente, la trata como “cachorro
de animal”, como “cachorro de perro”. Por supuesto que Nuestro Señor está lejos
de ser frío de corazón y duro de sentimientos, lo único que quiere hacer es
-aunque Él ya lo sabe-, poner de manifiesto la fe de la mujer que, siendo
pagana, muestra una fe en Él como Dios, que no la muestran ni siquiera sus
discípulos más cercanos; lo que quiere Jesús, aparentando frialdad y distancia,
es en realidad poner de ejemplo a la fe de la mujer cananea o sirofenicia y así
darles una lección a sus propios discípulos.
El tema
central del episodio es el pedido de auxilio de la mujer a Jesús. Este pedido
de auxilio es muy particular y nos enseña muchas cosas: por un lado, trata a
Jesús como “Señor, Hijo de David”, título reservado al Mesías, con lo cual ya
desde un primer momento, la mujer demuestra que está iluminada por el Espíritu
Santo, porque no acude a Jesús como a un taumaturgo, a un santón, a un hombre que
dice profecías, sino como al mismo Mesías.
Otra característica
del pedido de la mujer es que ella sabe diferenciar entre la enfermedad epiléptica
y la posesión demoníaca y esto es muy importante, porque las interpretaciones
progresistas católicas o evangélicas luteranas, niegan las posesiones
demoníacas, calificándolas como enfermedades, generalmente del tipo epiléptico,
por el movimiento que hacen los posesos. La mujer sabe distinguir bien entre la
enfermedad y la posesión, ya que la posesión se caracteriza por elementos muy
distintos a la enfermedad, como por ejemplo, el poseso posee una fuerza
extrema, habla con voz gutural, entra en trance, lo cual significa que la
personalidad de la persona del poseso desaparece para dar lugar a la personalidad
del demonio o ángel caído que posee el cuerpo del poseso. Todo esto es muy bien
distinguido por la mujer, ya que no le dice a Jesús que su hija está “enferma”
-como por ejemplo, el hijo del centurión-, sino que le dice clara y
específicamente que su hija está “poseída”: “Mi hija tiene un demonio muy malo”.
Otro
elemento es que la mujer cree en Jesús como Dios, porque sabe que Él, Jesús,
siendo Dios, es el Único que tiene poder de expulsar demonios. Si la mujer no
hubiera estado iluminada por el Espíritu Santo, nunca habría tenido fe en Jesús
como Dios y por lo tanto con su poder omnipotente, con capacidad infinita para
expulsar demonios.
La mujer
da también ejemplo de extrema humildad, porque Jesús no le contesta nada en un
primer momento, a pesar de que la mujer grita pidiendo auxilio, es decir,
pareciera que Jesús la ignora a propósito, pero la mujer, a pesar de eso, continúa
recurriendo a Jesús. Y luego, cuando Jesús le dirige la palabra, le deja en
claro que Él ha sido enviado para recoger “a las ovejas descarriadas de Israel”,
con lo cual ella queda, de manera obvia, automáticamente excluida de cualquier
ayuda que pudiera prestarle Jesús, ya que ella no es hebrea, sino sirofenicia. Pero
esto tampoco la desanima a la mujer, todavía más, le da más fuerzas para
insistir en su pedido a Jesús y si en un primer momento había reconocido a Jesús
como al Mesías y como Dios con la palabra, ahora reconoce igualmente a Jesús
como al Mesías y como a Dios, pero con el cuerpo, ya que se postra ante Él, siendo
la postración un claro signo de adoración a Dios y así lo dice el Evangelio: “Ella
(…) se postró ante Él y le pidió de rodillas”. La postración y la genuflexión
son gestos corpóreos externos que indican adoración y solo se deben al verdadero
Dios, Cristo Jesús y es esto lo que hace la mujer.
Pero, aun así, Jesús parece no tener intención alguna
de cumplir con la petición que le hace la mujer, ya que ahora, aunque le
responde, al hacerlo, la compara indirecta e implícitamente con un animal, con
un perro o con un cachorro de perro: “No está bien echar a los perros el pan de
los hijos”. Con esta respuesta, Jesús deja bien en claro que los hijos son los
judíos, los miembros del Pueblo Elegido, los israelitas, a los que compara con
los hijos que se sientan a la mesa a comer la comida principal y que los
paganos, como ella, se comparan a perros y así como no está bien que un padre
dé el alimento, en este caso, el pan, que le corresponde a los hijos, a un perro,
así tampoco corresponde que Él, el Mesías, que ha venido en primer lugar para
recoger a los hijos, los israelitas, no puede hacer milagros para quienes no
pertenecen al Pueblo Elegido.
Ni siquiera esto último, la equiparación de la mujer
cananea a un perro, la detiene y aquí la mujer cananea nos da un ejemplo
extremo de fe y de humildad, porque si hubiera sido soberbia, se habría
retirado al instante, pero no lo hace; por el contrario, da una respuesta llena
de humildad y de fe que sorprende al mismo Jesús: “Tienes razón, Señor, pero
también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Con esto,
la mujer cananea le quiere decir a Jesús que sí, es verdad que Él, como Mesías,
debe hacer milagros -como los hace a lo largo de todo el Evangelio- en primer
lugar para los hijos, es decir, el Pueblo Elegido, pero de la misma manera a
como los perros se alimentan de las migajas que caen de la mesa de los hijos,
así los que no pertenecen al Pueblo Elegido, como ella, pueden recibir una “migaja”
de su poder divino, que sería en este caso, el exorcismo de su hija poseída por
un demonio.
Una vez llegados a este punto, Jesús, que demuestra
sorpresa y admiración por la fe de la mujer –“Mujer, qué grande es tu fe”- y
considerando que ha dado ya ejemplos suficientes a sus discípulos de fe, de
mansedumbre, de humildad, de amor a su hija y a Él, decide entonces expulsar,
con su poder divino, al demonio que atormentaba a la hija de la mujer cananea,
tal como lo atestigua el Evangelio: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla
lo que deseas”. En aquel momento quedó liberada su hija”.
“Mujer, qué grande es tu fe”. La mujer cananea es un
modelo y ejemplo de fe en Jesús como Dios, como Salvador; es un ejemplo de
mansedumbre, de humildad, de amor y de perseverancia en la fe. Por esto mismo,
debe servirnos a los cristianos, que muchas veces tratamos a Jesús como si Él
fuera un sirviente que tiene la obligación de darnos lo que le pedimos y si no
nos lo da, nos ofendemos y nos retiramos de su Iglesia. Esto, que es un
comportamiento temerario e irrespetuoso ante Cristo Dios, se contrasta con la
fe, la humildad, la mansedumbre, la perseverancia y el amor de la mujer cananea,
de la cual tenemos mucho, pero mucho por aprender.