(Domingo
XVI - TO - Ciclo B – 2015)
“Jesús se compadeció de ellos, porque estaban como ovejas
sin pastor. Y comenzó a enseñarles” (Mc
6, 30-34). Jesús ve a la multitud que lo ha seguido, y que está “como ovejas
sin pastor”, y esto a pesar de que tienen pastores, los fariseos y los doctores
de la ley. Sin embargo, estos son a quienes Jesús califica como “malos pastores”,
puesto que dan muerte a las ovejas del rebaño, tanto a las débiles como a las
más gordas, desde el momento que se preocupan de aprovecharse de su lana, de su
carne y de su leche, sin importarles ninguna otra cosa. Es decir, son pastores que se pastorean a sí mismos y que inventan "doctrinas humanas" al puesto de las divinas, alejando a las almas del Dios Verdadero, tal como se los reprocha Jesús (cfr. Mt 7, 7; Mt 15, 9). En la práctica, tener
malos pastores, para el rebaño, es el equivalente a no tener ninguno. Es
interesante detenernos un momento en la consideración de la frase: “Estaban
como ovejas sin pastor”, para darnos una idea de qué es lo que les sucede a las
ovejas, que es lo que despierta, al mismo tiempo, la compasión de Jesús, que por
este motivo asume, sin decirlo el Evangelio, el rol de Buen Pastor, de Sumo y
Eterno Pastor, porque “comienza a enseñarles”.
¿Qué
le sucede a una oveja, o más bien, a todo un redil, cuando no tiene pastor, o
cuando tiene un pastor malo, como el caracterizado por Jesús, que en la
práctica equivale a no tener pastor? Lo que le sucede a estas ovejas es que se
encuentran desorientadas, sin rumbo fijo, sin saber adónde ir; no saben dónde
se encuentran los pastos verdes y el agua fresca; no tienen reparo del calor
ardiente, cuando el solo está en lo más alto del cielo, ni tienen reparo cuando
se desata la tormenta, con vientos huracanados y lluvias torrenciales. Las ovejas
sin pastor, por lo tanto, se debilitan, y las que ya son débiles, se debilitan
tanto, que terminan por morir; las más fuertes, también se debilitan y, si la
situación se prolonga, también terminan por morir. Pero además, las ovejas sin
pastor están acechadas por otros peligros: por los asaltantes del camino, los
ladrones de ovejas, que al verlas desorientadas y débiles, aprovechan para llevárselas
y para dar mal fin con ellas; se encuentran acechadas también por el lobo, que
al percatarse de la situación, de que las ovejas están solas, sin pastor, o con
un pastor cobarde que no le hará frente, da fácil cuenta de las ovejas,
destrozando su tierna carne con sus colmillos largos y afilados. Por último,
las ovejas sin pastor enfrentan otro peligro, y es el de desbarrancarse y
finalizar en el fondo del barranco, puesto que sin la guía segura de un pastor,
terminan internándose en peligrosos desfiladeros que constituyen, para las
ovejas, una trampa mortal, desde el momento en que no están capacitadas para transitar
por estos lugares peligrosos, y así la oveja, internándose temerariamente en el
barranco, termina por resbalar y rodar hasta el fondo del barranco, quedando
malherida, con sus huesos fracturados, sangrando, y destinada a una segura
muerte, de no mediar la ayuda del buen pastor que acuda a socorrerla.
Esta
figura de la oveja o del redil sin pastor, se aplica a las realidades
sobrenaturales: las ovejas o el redil, son los bautizados en la Iglesia
Católica; la ausencia de pastor, o el hecho de que el pastor sea malo, representa
al pastor a quien no le interesa la salvación eterna de las almas, porque él
mismo vive una vida mundana, sin preocuparse por el más allá; que las ovejas no
encuentren pastos verdes y agua fresca, significa a los bautizados que no se
alimentan con la doctrina verdadera de la Iglesia, contenida en el Magisterio,
en el Catecismo, en las Escrituras y en la Tradición, para ir a contaminar la
pureza de la fe con los pastos secos y el agua turbia de las doctrinas
gnósticas, heterodoxas y heréticas de la Nueva Era y de todo viento de novedad que
pueda surgir; el hecho de que no encuentren refugio frente a los peligros, las
tormentas y el viento, significa que los cristianos, sin la Palabra y la gracia
que vienen de Jesús, no pueden hacer frente ni a las tentaciones, ni a las
tribulaciones, con lo que sucumben rápidamente, cayendo no solo en el pecado,
sino también en la tristeza, en la desesperación y angustia; por último, el
lobo que las acecha, no es el lobo animal, sino el Lobo infernal, el demonio,
que al ver que las ovejas no están alimentadas con la Verdad ni fortalecidas
con la gracia santificante, da fácil cuenta de ellas, arrastrándolas consigo
por los malos caminos que conducen a la perdición. La oveja desbarrancada, que queda
malherida y destinada a una segura muerte, porque está fracturada y sangrando,
incapaz de moverse, representa a las almas que, sin la guía segura de
Jesucristo, Buen Pastor, y de sus pastores, los sacerdotes ministeriales fieles a Jesucristo, cae
en pecado mortal y, de no mediar un pronto socorro, morirá en ese estado,
poniendo en peligro de eterna condenación a su alma.
“Jesús
se compadeció de ellos, porque estaban como ovejas sin pastor”. Las ovejas
están “como sin pastor”, porque quienes debían pastorearlas, los fariseos y los
doctores de la ley, les presentan una versión adulterada, humanizada,
horizontalizada, de la religión: ya no consistirá en el conocimiento y la
adoración –acto connatural del hombre hacia Dios por ser su Creador- del Dios
Único y Verdadero, ni en el auxilio y socorro del prójimo más necesitado –la ayuda
a los padres enfermos se excusa, según los fariseos, si se presenta la ofrenda
al altar-: ahora, con los fariseos, la religión consiste en la mera práctica
externa de normas y preceptos humanos –como la ablución de las manos y el
lavado de los utensillos- que reemplazan la norma de Dios y los mandatos de
Dios, que es en donde se encuentra la esencia de la religión, el amor
sobrenatural a Dios, demostrado en la piedad y el amor sobrenatural al prójimo,
demostrado en el auxilio sobre todo y principalmente a quien más sufre.
“Eran
como ovejas sin pastor (…) estuvo enseñándoles un largo rato. Y comenzó a
enseñarles”. A diferencia de los fariseos y de los doctores de la ley, Jesús
cautiva a sus oyentes, porque “habla como quien tiene autoridad”, porque Él es
la “Sabiduría de Dios Encarnada” y sus palabras son “palabras de Vida eterna” (cfr, Jn 6, 68),
porque Él viene del cielo, del seno del eterno Padre, y “ve y conoce” todo lo
del Padre y nos lo enseña, y en esto radica la autoridad de su enseñanza y la
novedad sobrenatural de su sabiduría divina. Sólo Jesús tiene “palabras de vida
eterna” y es la razón por la cual, quienes lo escuchan, quedan profundamente
conmovidos, porque la Palabra de Dios llega a lo más profundo del ser del hombre:
Él su Creador, y por lo tanto, sus palabras tienen un alcance profundo, que
llega hasta la raíz metafísica del acto de ser del hombre, conmoviendo todo el
ser del hombre: cuando habla Jesús, es Dios Creador, Redentor y Santificador
quien habla, y por eso el alma que presta oídos a su Palabra, queda
conmocionada, al escuchar la voz de su Dios, que es voz que comunica la vida divina a
quien lo escucha. Ésa es la razón por la que Jesús dice: “Yo conozco a mis
ovejas y ellas me conocen a Mí”. Al verlos desorientados y “como sin pastor”,
Jesús comienza a enseñarles las verdades de la vida eterna, vida a la que todos
están llamados a participar, si cargan su cruz de todos los días y van en pos
de Él, porque Él es el Camino que conduce al Padre, la Verdad divina revelada
acerca de la salvación, y la Vida eterna que recibirá el alma que crea en Él. Cuando
Jesús enseña, como Sumo y Eterno Pastor, todos están atentos a sus enseñanzas;
hacen silencio y se acercan para escuchar la Voz del Verbo que habla con labios
humanos; pero no solo los hombres quieren escuchar al Verbo de Dios Encarnado:
también los ángeles de Dios, que bajan del cielo, que se acercan sigilosamente
para escuchar las enseñanzas de Jesús, esas enseñanzas que nos dicen que esta
vida terrena se termina pronto y que luego comienza la eterna; esa enseñanza que
nos dice que Él es Dios y que se ha encarnado para morir en cruz y resucitar, y
que por el sacrificio en cruz del Calvario, en donde entregó su Cuerpo y
derramó su Sangre, nos perdona los pecados, nos concede la filiación divina y
nos abre las puertas del cielo, que son su Corazón traspasado, para que,
entrando por esa Puerta abierta que es su Sagrado Corazón perforado por la
lanza, seamos llevados, por el Espíritu Santo, al seno de Dios Padre, para
gozar de su Presencia por la eternidad.
Jesús
es el Buen Pastor que tiene “palabras de vida eterna” y esas palabras las
pronuncia, a través del sacerdote ministerial, en cada Santa Misa, en la
consagración del pan y del vino, para obrar el milagro de la
Transubstanciación, que convierte el pan y el vino en su Presencia glorificada
en las apariencias de pan. Jesús es el Buen Pastor que se compadece de
nosotros, y nos alimenta con un manjar substancia, su Cuerpo, su Sangre, su
Alma y su Divinidad en la Eucaristía, en nuestro peregrinar en la tierra, para que
al fin de nuestros días, ingresemos en las praderas en donde abundan los pastos
verdes y el agua fresca de la gloria de Dios, el Reino de los cielos.