(Domingo
XIX - TO - Ciclo A – 2020)
“¡Es un fantasma!” (Mt 14, 22-33). En un momento de
la noche, mientras Jesús ora a solas en el Monte, los discípulos se encuentran
en la barca y es entonces cuando se desencadena una fuerte tormenta, con
vientos muy intensos y olas altas y encrespadas. A medida que pasa el tiempo, la
tormenta se hace más intensa, al punto que los discípulos piensan que van a
hundirse. Cuando la tormenta arrecia, Jesús, que estaba orando en el Monte, se
aparece a los discípulos en medio del mar, caminando sobre las aguas, en medio
de la tempestad. Los discípulos, que están en la barca a punto de hundirse, al
ver a Jesús, en vez de reconocerlo y alegrarse por su presencia, se asustan por
el hecho de verlo caminar sobre las aguas y exclaman, llenos de terror: “¡Es un
fantasma!”. Sólo se tranquilizan cuando Jesús les dice que es Él en Persona -y
no un fantasma- y que por lo tanto no deben tener temor. Con su poder divino,
Jesús además calma la tormenta, la cual cesa inmediatamente al subir Jesús a la
barca.
Esta escena del Evangelio, sucedida realmente, es
prefiguración de lo que sucede en la Iglesia, con muchos católicos. Para poder
entender lo que decimos, debemos reemplazar los elementos de la escena evangélica
con elementos tomados de la realidad de la Iglesia y de los bautizados. Así, la
barca de Pedro, donde están los discípulos, es la Iglesia Católica, con el
Papa, Vicario de Cristo, a la cabeza; el mar encrespado es la historia humana,
con los conflictos entre los hombres, provocados por el mal que anida en el
corazón humano; la tempestad, esto es, el viento con las olas encrespadas, es el
accionar del Demonio y sus aliados, los ángeles caídos y los hombres perversos
aliados con la Serpiente Antigua, que conspiran para que la Iglesia, la Barca
de Pedro, se hunda y desaparezca; una mención aparte merecen los discípulos
que, en la barca, conociendo a Jesús, al verlo lo confunden con un fantasma: son
los católicos que, conociendo en teoría a Jesús, al enfrentarse con las múltiples
tribulaciones que se suceden a diario en la vida de todos los días, en vez de
reconocer a Cristo Presente en la Eucaristía, piensan que es “un fantasma” y no
un ser real, vivo, resucitado, glorioso y Presente en Persona en la Eucaristía
y así se dejan atemorizar por las tribulaciones cotidianas. En estos discípulos
podemos contarnos nosotros, toda vez que actuamos como si Jesús no fuera lo que
Es, la Segunda Persona de la Trinidad, oculta en las especies eucarísticas, por
lo que vivimos como si Jesús fuera un fantasma y no Dios en Persona, oculta en
el Santísimo Sacramento del altar.
“¡Es un fantasma!”. También a nosotros nos puede pasar que,
preocupados en demasía por las tribulaciones cotidianas e inmersos en el
turbulento mar de la historia humana, nos olvidemos que Jesús es una Persona
divina, la Segunda de la Trinidad y lo confundamos y lo tratemos como si fuera
un fantasma, es decir, como si fuera un ser que no tiene entidad real, ni en sí
mismo ni en nuestras vidas. Cuando esto suceda, recordemos lo que Jesús le dice
a Pedro, luego de que éste, al dudar, empezara a hundirse al intentar caminar
sobre el mar: “Hombre de poca fe, ¿Por qué dudaste?” y pidamos la gracia de no solo
no confundir a Jesús con un fantasma, sino de que nuestra fe en Él como Hijo de
Dios encarnado, Presente y glorioso en la Eucaristía, sea cada vez más fuerte,
tan fuerte, que nos permita dirigirnos a Él, que habita en el Reino de los
cielos, caminando por encima del mar tempestuoso de la historia humana. Acrecentemos
esta fe postrándonos ante su Presencia Eucarística, amándolo y adorándolo y
diciendo a Jesús Eucaristía, junto con los discípulos: “Verdaderamente tú eres
el Hijo de Dios”.