(Domingo XXVI - TO - Ciclo C –
2019)
“Un
hombre rico murió y fue al Infierno (…) un hombre pobre murió y fue llevado al
seno de Abraham” (Lc16,19-31). Una
lectura superficial, naturalista o materialista de este Evangelio, puede llevar
a conclusiones erróneas: puede hacer pensar que el hombre se condena en el
Infierno a causa de sus riquezas, al tiempo que puede hacer pensar que el
hombre pobre se salva por ser pobre. No hay nada más alejado de la realidad:
ni el rico se condena por ser rico, ni el pobre se salva por ser pobre. Las causas
de la condenación y de la salvación son de otro orden. Ante todo, hay que
considerar que el rico se condena no porque sea rico, sino porque hace un uso
egoísta de su riqueza, sin importarle las necesidades que está pasando su
prójimo Lázaro, quien a su vez no se encuentra en un país lejano, sino a las
puertas de su casa, de manera que no había forma que el rico no supiese que
Lázaro estaba pasando necesidades. Ésta es entonces la causa de la condenación
del rico: que usó sus bienes –tanto materiales como espirituales, porque podría por ejemplo haberle brindado su amistad al pobre, es decir, podría haberle dado el bien espiritual de la amistad- en provecho propio, de forma egoísta, sin
hacer caso a las necesidades de su prójimo. Si no entendemos esta parte de la
parábola en este sentido, se cae en el reduccionismo materialista, naturalista
y progresista, propio de la marxista Teología de la Liberación, según la cual
los ricos son malos porque son ricos y los pobres son buenos por ser pobres,
instaurando una dialéctica destructiva de clases que enfrenta a muerte a ricos
y a pobres y desconoce la condición de pecador innato del hombre a causa del
pecado original. Un hombre rico puede salvarse siendo rico, si tiene un corazón
en gracia y si sabe compartir de sus riquezas para con los más necesitados; un
hombre pobre puede condenarse siendo pobre, si su corazón no está en gracia y
si tiene un alma innoble y llena de soberbia y de avaricia. Lo que conduce al
Infierno es la falta de gracia y el pecado de orgullo y avaricia y no la mera
posesión de bienes materiales, así como lo que conduce al Reino de los cielos
es la presencia de la gracia en el alma y la posesión de virtudes como la
caridad y la humildad y no la mera ausencia de bienes materiales. No se puede
entrar en el Reino de los cielos con pobreza material y con pecado en el
corazón.
Entonces, Lázaro, el pobre, no se salva por ser pobre, sino porque sobrelleva las
desgracias que le sobrevienen en su vida –está solo, en la pobreza, está
enfermo- con paciencia y con humildad, sin quejarse de su mala fortuna ante
Dios y aceptando todo lo malo que le sucede como expiación por sus pecados y
por la salvación de su alma.
“Un hombre rico murió y fue al Infierno (…) un hombre
pobre murió y fue llevado al seno de Abraham”. Otro elemento a considerar en la
parábola es la existencia real y verdadera de un Infierno que es eterno y del
cual jamás se puede salir, porque es el lugar adonde va el rico egoísta. Esto es
para quienes niegan los aspectos sobrenaturales del cristianismo, dentro de
ellos, la existencia de un Infierno que es real, es verdadero y dura para
siempre y que en este lugar no se cae en forma desprevenida, sino que son
nuestras malas acciones las que nos conducen libre y voluntariamente a él. Si queremos
evitar este Infierno; si queremos salvar nuestras almas, entonces hagamos un
buen uso de nuestros bienes materiales y espirituales, obrando la misericordia
corporal y espiritual con los prójimos más necesitados.