(Domingo
I - TA - Ciclo A - 2019 - 2020)
En
el primer Domingo de Adviento, la Iglesia comienza un nuevo ciclo litúrgico, de
manera equivalente a como la sociedad civil, al finalizar el año viejo,
comienza un año nuevo. Es decir, finaliza un ciclo y comienza otro, aunque a
diferencia de la sociedad civil, cuyo tiempo puede ser representado por una
línea del tiempo, una línea horizontal, en la Iglesia se grafica con un
círculo, que es símbolo de la eternidad. En el caso de la Iglesia, a diferencia
de la sociedad civil, hay algo mucho más profundo que un simple cambio de
fechas: se trata de la celebración de un misterio sobrenatural, celestial: por
medio del tiempo litúrgico, la Iglesia participa del misterio salvífico del
Hombre-Dios Jesucristo, misterio que va más allá de la capacidad de comprensión
de la creatura.
Este
misterio de Jesús sobrepasa la capacidad de comprensión de la creatura racional
porque se trata de la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en María Santísima,
encarnación que se prolonga en la Eucaristía; es el misterio del Hombre-Dios
que Vino en Belén por primera vez, viene cada vez en la Santa Misa en el tiempo
de la Iglesia y ha de venir al fin de los tiempos para juzgar a todos los
hombres.
El
Adviento es un tiempo especial de gracia mediante el cual la Iglesia se prepara
para participar del misterio de Cristo, por lo que se trata de un tiempo de
preparación y espera a Cristo que Vino, que Viene y que Vendrá. El Adviento es por
lo tanto un tiempo de doble preparación espiritual para que el alma se
encuentre con Cristo: una primera preparación es para la conmemoración y
celebración del misterio de la Primera Venida de Jesucristo en Belén, que es en
lo que consiste la Navidad; la segunda preparación del Adviento es para la
Segunda Venida del Señor Jesús en la gloria.
Pero
entre la Primera y la Segunda Venida de Jesús hay una Venida Intermedia que se
verifica cada vez en la Santa Misa: Jesús baja del cielo para continuar y
prolongar su Encarnación en la Eucaristía, por lo que se puede decir que el
Adviento es tiempo de preparación también para esta Venida Intermedia, la
Venida de Jesús al altar, a la Eucaristía.
Por
el Adviento entonces, el alma se prepara para participar, por el misterio de la
liturgia, de la Primera Venida en Belén, al tiempo que se prepara para esperar
la Segunda Venida en la gloria del Rey de cielos y tierra, que vendrá para
juzgar a vivos y muertos al fin del tiempo; por último, en Adviento el alma se
prepara para recibir espiritualmente a Aquel que viene cada vez en la Santa
Misa, en el misterio de la Eucaristía. Entonces, más que doble preparación, el Adviento
es el tiempo litúrgico por el que el alma se prepara para un triple encuentro
con Cristo: para Navidad, al fin de los tiempos y en cada comunión eucarística.
Es para este triple encuentro que el alma debe estar “vigilante y atenta”, con
la lámpara encendida de la fe” y con las manos llenas de obras de misericordia,
para encontrase con Aquel que Vino en el Portal de Belén, que Viene en cada Hostia
y que Vendrá al fin del mundo, Dios Hijo encarnado.
La
esencia del Adviento es el estar preparados para encontrarnos personalmente con
el Cordero de Dios, Cristo Jesús –que Vino, que Viene y que Vendrá-. Esto es lo
que explica la siguiente oración de la Iglesia ambrosiana en el fin del año
litúrgico: “Nuestros años y nuestros días van declinando hacia su fin. Porque
todavía es tiempo, corrijámonos para alabanza de Cristo. Están encendidas nuestras
lámparas, porque el Juez excelso viene a juzgar a las naciones. Alleluia,
alleluia”[1]. “Nuestros
años y nuestros días van declinando hacia su fin”, es decir, el tiempo terreno
transcurre y cada segundo que pasa es un segundo menos que nos separa de la
eternidad y por lo tanto del encuentro con Cristo que Vendrá como Justo Juez y
es para este encuentro que la Iglesia dispone un tiempo especial de gracia, el
Adviento, para que el espíritu esté preparado para el momento más importante de
la vida, que es la muerte y el encuentro personal con Cristo Jesús.
Estar
en estado de gracia es el mejor –y único- modo para el alma, para encontrarse
con Dios Hijo, Aquel que Vino en Belén, Viene en cada Eucaristía y ha de Venir
al fin de los tiempos. Para este encuentro con Cristo, para que nos preparemos
adecuadamente para encontrarnos con Cristo, es que la Iglesia dispone de este
tiempo especial de gracia que es el Adviento[2]. Y
es la razón por la cual la Iglesia reza así en el inicio del Adviento, para prepararnos
para el encuentro con Cristo: “Despierta en tus fieles el deseo de prepararse a
la venida de Cristo por la práctica de las buenas obras, para que, colocados un
día a su derecha, merezcan poseer el reino celestial”[3].
[1] Miss. Ambros., Último Domingo
antes del Adviento: Transitorium; en Odo
Casel, Misterio de la Cruz,
Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 189.
[2] Odo
Casel, Misterio de la Cruz,
Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 189.
[3] Cfr. Liturgia de las Horas, I Vísperas,
http://www.liturgiadelashoras.com.ar/