“Más
te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al Infierno” (Mc 9, 41-50). En este Evangelio, Jesús
revela dos cosas: por un lado, la existencia del Infierno, ya que lo nombra
explícitamente –no se trata del limbo de los justos, al cual descendió luego de
muerto, y que se designa en plural, “descendió a los infiernos”, sino el
Infierno de los condenados-; por otro lado, revela implícitamente la existencia
del cielo –al que da el nombre de “vida” por “vida eterna”-, además de dar una
serie de consejos para aquellos que no solo deseen evitar el Infierno, sino que
además quieran alcanzar la vida eterna.
Jesús
nombra en forma directa tres miembros del cuerpo: “Tu mano, tu pie, tu ojo” los
cuales, si son ocasiones de pecado, deben ser “cortados” y “arrancados”, porque
más vale entrar al cielo “manco”, “cojo” y “tuerto”, que ir al Infierno con
todo el cuerpo sano. Pero, ¿a qué se refiere Jesús cuando dice que debemos “cortarnos
las manos y los pies” y “arrancarnos los ojos” si estos son ocasión de pecado?
Es obvio que no lo dice en forma literal, lo cual sería algo inhumano y
anti-natural, pero sí lo dice en sentido figurado y espiritual. Quiere significar
que, por ejemplo, si la vista es ocasión de pecado, es necesario mortificar la
vista, desviando la misma de las cosas pecaminosas, para preservar la gracia;
quiere significar que si el caminar en cierta dirección nos lleva al pecado,
entonces tenemos que dirigir nuestros pasos en la dirección opuesta; quiere
decir que si las manos son ocasión de pecado, entonces debo ocupar las manos en
obrar el bien y no el mal. Jesús está hablando de la mortificación del cuerpo,
necesaria para salvar al alma. De un modo más concreto: si alguien tiene la
tentación de pecar con la vista, viendo programas indecentes e inmorales en
televisión o internet, debe apartarse de dichos programas y ver algo que sea
edificante para el alma o apagar la televisión o internet; si alguien, con sus
pies –por ejemplo, un ladrón-, sabe que caminando en cierta dirección cometerá
un pecado, entonces debe volver atrás y dirigirse en dirección opuesta, allí
donde podrá obrar el bien; si alguien sabe que, abriendo el picaporte de una
puerta, se introduce en un mundo de pecado, entonces debe evitar realizar esa
acción y en vez de eso, utilizar sus manos para hacer alguna obra de
misericordia.
“Más
te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al Infierno”. Mortifiquemos
la vista y el cuerpo en general, para así conservar y acrecentar la gracia y
poder entrar en el Reino de los cielos. Para ello nos puede ayudar el
contemplar a Cristo crucificado: Él se ha dejado atravesar las manos y pies con
gruesos clavos de hierro, para que nuestras manos no solo no pequen, sino que
se eleven en acción de gracias a Dios y obren la misericordia para con nuestros
hermanos y para que nuestros pies se encaminen por el único camino que lleva al
cielo, el camino del Calvario; ha dejado que sus ojos queden empapados en su
Sangre, la Sangre que brota de su Cabeza coronada de espinas, para que veamos
el mundo y las creaturas así como las ve Él, con su misma santidad. Si queremos
entrar en el Reino de los cielos, mortifiquemos la vista y el cuerpo, elevemos, de rodillas ante la cruz y ante la Eucaristía, plegarias de súplicas
y perdón, para nosotros y nuestros hermanos y obremos la misericordia.