(Domingo
XXII - TO - Ciclo C - 2019)
“Todo
el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14, 1.7-14). Con ocasión de una
comida en casa de unos fariseos, en la que los invitados buscaban sentarse en
los principales puestos, Jesús, además de aconsejar buscar siempre los últimos
puestos y no los primeros, para no quedar en evidencia, da esta máxima: “Todo
el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Considerado el episodio en modo superficial, podría decirse que Jesús está
enseñando normas de conducta a sus discípulos: si son sus discípulos, deben
mostrarse humildes ante los demás, de manera de no pasar por soberbios y
orgullosos, además de lograr la consideración de quien los invita quien, al ver
que ocupan los últimos lugares, los harán sentar en los primeros. Sin embargo,
el episodio y las enseñanzas distan mucho de ser meros consejos de cómo
comportarse en público. Ante todo, Jesús recomienda la virtud de la humildad y
esto, independientemente del contexto, porque en otro lugar afirmará: “Aprendan
de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. Es decir, lo primero que Jesús
quiere en sus discípulos es la virtud de la humildad, a la cual se le opone
radicalmente la soberbia. Pero Jesús no quiere que sus discípulos sean humildes
solo por el hecho de serlo; no quiere que sus discípulos adquieran y vivan la
virtud de la humildad sólo por esta virtud. Como hemos visto, Jesús quiere que
sus discípulos –y por lo tanto, nosotros- sean humildes, porque así lo imitarán
a Él, que es “manso y humilde de corazón”. Es decir, Jesús quiere que sean
humildes porque así lo imitarán a Él. La imitación de Cristo –y la imitación
concomitante de la Virgen- será para el cristiano el principal objetivo de su
esfuerzo espiritual, porque así se parecerá cada vez más a Él. Pero hay algo
más: al esforzarse por adquirir la virtud de la humildad, el cristiano, sin
darse cuenta, estará participando de la humildad de Cristo, quien es el Humilde
por antonomasia y así superará el hecho de meramente adquirir la virtud de la
humildad para comenzar a imitarlo a Él. El esfuerzo por ser humildes y mansos
de corazón no es, por lo tanto, una mera indicación de cómo ser interiormente
para así comportarse exteriormente como un buen ciudadano: mucho más que eso,
el que se esfuerza por ser humilde, se esfuerza por ser como Cristo y en este
esfuerzo, participa de la misma humildad de Cristo. Es imposible describir
todos los ejemplos de humildad de Cristo, porque se necesitarían libros
enteros, pero baste un solo ejemplo, como el hecho de que Él, siendo Dios, se
encarnó, es decir, se hizo hombre sin dejar de ser Dios, para así poder
salvarnos a todos los hombres y esto, el rebajarse a unirse a una naturaleza
infinitamente inferior como la nuestra en comparación con su naturaleza divina,
es un ejemplo inigualable de humildad. Entonces, Jesús quiere que seamos
humildes para imitarlo a Él y para participar de su propia humildad: “Todo el
que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. Pero
también hay algo más: al pretender Jesús que seamos humildes, nos aleja del
peligro de la soberbia, que no solo es un defecto sino un pecado y un pecado
que hace partícipe, al soberbio, de la soberbia del Ángel caído, soberbia que
le valió perder para siempre el Reino de los cielos.
Todo
acto de soberbia, es un acto de participación en la soberbia demoníaca, que
siendo simplemente un ángel, pretendió ser Dios y fue por eso expulsado del
cielo para siempre; todo acto de humildad, es una participación en la humildad
del Verbo de Dios, quien siendo Dios, se encarnó en el seno virgen de María
Santísima para salvarnos. Por último, a la humildad le debe acompañar la
caridad, por eso Jesús aconseja invitar y dar a quien no tiene la oportunidad
de retribuirnos en nada, es decir, los más pobres, no solo materiales, sino
espirituales: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a
tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán
invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres,
lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te
pagarán en la resurrección de los justos”. Esto, porque la humildad sin caridad
no es verdadera virtud.
“Todo el que se enaltece será
humillado; y el que se humilla será enaltecido”. Un acto de soberbia nos
asemeja al Demonio; un acto de humildad, nos asemeja al Cordero de Dios. En
nosotros está elegir a quién nos queremos parecer.