“Dinos
si eres el Mesías (…) El Padre y yo somos uno” (Jn 10, 30). Jesús no solo se auto-revela como el Mesías esperado
por Israel, sino que va más allá: revela que Él es el Mesías, sí, pero revela
también que Él es Dios y es Dios Hijo; revela que Él es el Hijo que proviene
del Padre; revela que Él es igual al Padre: “El Padre y yo somos uno”. Jesús se
revela como el Mesías, pero resulta que este Mesías, que aparece visiblemente
como hombre es, al mismo tiempo, Dios Invisible, que se manifiesta precisamente
a través de la humanidad de Jesús de Nazareth: “El Padre y yo somos uno”, es
decir, Él y el Padre son uno en naturaleza, pues ambos son Dios, pero al mismo
tiempo son dos Personas distintas, en ese mismo Dios: el Padre y el Hijo. Jesús
no solo se auto-revela como el Mesías, sino como Dios Hijo proveniente de Dios
Padre, como “Dios de Dios, Luz eterna de Luz eterna”, como lo rezamos en el
Credo. Lo expresa maravillosamente San Hilario: “El Hijo es el engendrado por
el no-engendrado, el único nacido del único, el verdadero salido del verdadero,
el viviente nacido del viviente, el perfecto procediendo del perfecto, el poder
saliendo del poder, la sabiduría salida de la sabiduría, la gloria de la
gloria, “la imagen del Dios invisible” (Col
1, 15)[1]
(…) No es una adopción porque el Hijo es verdaderamente Hijo de Dios y dice:
“Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn
14, 9)”. La auto-revelación de Jesús es trascendental, porque entonces, si Él
es Dios eterno que ha sido engendrado por el Padre in-engendrado por nadie,
entonces Él es igual al Padre y tiene en sí mismo la vida eterna, la vida que
el Padre tiene desde la eternidad: “Él mismo tiene la vida (eterna) en sí como
aquel que lo ha engendrado a la vida en sí mismo (Jn 5,26)”, y Él comunica de esa vida eterna, que la posee desde la
eternidad, a quien Él quiere: “Yo doy la vida eterna a mis ovejas” (Jn 10, 28).
“Dinos
si eres el Mesías (…) El Padre y yo somos uno”. Si Jesús es el Mesías y el
Mesías es Dios, entonces, su Presencia en la Eucaristía no es una presencia
meramente simbólica: es la Presencia del Dios Mesías en Persona, a Quien hay
que adorar como tal.
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