(Domingo
IV - TA - Ciclo C - 2016 – 2017)
“José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María
como esposa tuya” (Mt 1, 18-24). El
Ángel anuncia a José, en sueños, no solo que el Mesías ha de nacer, dando así
cumplimiento a las profecías mesiánicas tanto tiempo esperadas por el Pueblo
Elegido, sino que además revela otras verdades sobrenaturales absolutas acerca
de la naturaleza del Mesías y despeja, en San José, toda duda acerca de la
virginidad de María. Por un lado, el Mesías que ha de nacer no es concebido por
obra de hombre alguno, sino del Espíritu de Dios, con lo cual confirma, por un
lado, la virginidad de María y, por otro, que el Mesías viene del cielo: “Mientras
pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José,
hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido
engendrado en ella proviene del Espíritu Santo””. María es Virgen, porque está
encinta pero su concepción no es por obra del hombre, sino por obra del Amor de
Dios, el Espíritu Santo. Ya el Evangelista lo había dicho al inicio: “María (…)
estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió
un hijo por obra del Espíritu Santo”. El Evangelista anuncia que el Mesías es
Dios encarnado y esta condición del Mesías está revelada por su nombre,
Emanuel, “Dios con nosotros”: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien
pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros””.
Luego el Ángel le anuncia que “dará a luz un hijo”, con lo
cual revela la naturaleza también humana del Mesías, al cual se le dará el
nombre de Jesús, que significa “Salvador”, porque salvará a los hombres al
quitarles el pecado: “”. Así, con esta revelación en sueños a José, se revelan
las verdades absolutas del Mesías, imposibles de ser conocidas humanamente,
sino es por la Divina Revelación: el que concibe en María es el Espíritu Santo
y no el hombre: “lo que ha sido engendrado en Ella viene del Espíritu Santo”;
el Padre del Mesías es Dios Padre y no José, porque es una concepción virginal,
no humana; se confirma así que José es Padre adoptivo y humano del Hijo de
Dios; el Mesías es Dios, es el Hijo de Dios, porque es “Hijo del Altísimo”; el
Mesías es también hombre, porque su nombre significa “Dios con nosotros”; el
parto del Mesías será también milagroso, porque la concepción milagrosa del
Dios Mesías requiere un nacimiento también milagroso: “Ella dará a luz un hijo”,
y así se afirma también la virginidad de María, que es Virgen antes, durante y
después del parto; se revela también el doble privilegio de María, que siendo
Virgen –porque lo concebido en Ella es obra del Espíritu Santo-, es al mismo
tiempo Madre de Dios, porque lo que es concebido en su seno virginal es Dios
Hijo, engendrado en la eternidad en el seno del Padre y concebido y nacido en
el tiempo, en su naturaleza humana, en el seno virginal de María.
El anuncio del Ángel entonces revela que el Mesías es Dios
Hijo encarnado en el seno virgen de María por obra de nosotros y esto es lo que
la Iglesia Católica afirma cuando llama a este Niño “Emanuel”, es decir, “Dios
con nosotros”: el Niño concebido en María y nacido en Belén, es Dios Hijo con
nosotros. El anuncio del Ángel revela que el Mesías se ha hecho Niño, para que
los hombres, “haciéndonos como niños”, seamos como Dios por participación y así
entremos en el Reino de los cielos. Lo que celebramos en Navidad no es, como
sostienen algunos, que Dios se hizo hombre y dejó de ser Dios, y tampoco es
verdad que el hombre es Dios en sí mismo; lo que celebramos en Navidad es esta
asombrosa Verdad: sin dejar de ser Dios, Dios se hizo hombre para que los
hombres nos hiciéramos Dios por participación.
El anuncio también disipa las dudas de José que “lleva a
María a su casa”: “Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había
ordenado: llevó a María a su casa”. La revelación del Ángel acerca de la verdad del Niño engendrado en María, que habrá de nacer para Navidad, se encuentra indisolublemente ligada a la verdad de la Eucaristía, porque la Eucaristía es el mismo Niño Dios, encarnado en María,
que prolonga su Encarnación en la Eucaristía; por lo tanto, así como José llevó
a María –ya encinta del Hijo de Dios- a su casa y luego la Virgen dio a luz a
Jesús, así también nosotros debemos llevar a María en nuestros corazones, para
que en nuestros corazones la Virgen dé a luz a su Hijo: el Hijo de Dios viene para nacer
en nosotros, no como un Niño humano, como en Belén, sino como Niño Dios oculto
en apariencia de pan. Para ello, debemos preparar nuestros corazones, por la
gracia, la fe y el amor, para que allí sea depositado el Mesías, que viene a
nuestros corazones como “Pan Vivo bajado del cielo”, como Eucaristía.
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