(Domingo
XIX - TO - Ciclo B – 2018)
“El
pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 41-51). Cuando Jesús hace esta afirmación a los judíos –“El
pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”-, estos se escandalizan y
no dan crédito a sus palabras: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su
carne?”. Se escandalizan porque miran las cosas con la sola luz de la razón
natural, sin fe y sin comprender que Jesús se refiere a su Cuerpo como habiendo
pasado ya por su misterio pascual de muerte y resurrección. Cuando Jesús dice
que el pan que Él dará es su carne para la vida del mundo, está diciendo, por
un lado, que Él y no el maná que recibieron los israelitas en el desierto, es
el verdadero y único Maná bajado del cielo, pero además les está diciendo,
literalmente, que es su Cuerpo el que es ese Pan que es Carne y que da la vida
eterna. Los judíos se escandalizan porque piensan lo que Jesús les propone algo así como un acto de antropofagia, porque interpretan sus palabras con la sola luz de la razón natural.
Todavía
más se escandalizan cuando les afirma acerca de su procedencia del seno del
Padre: “Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el Pan bajado
del cielo”. Jesús les afirma que Él es Pan y que ha bajado del cielo, que
alimenta con la Vida eterna a quienes se unan a Él. Pero nuevamente los judíos
se escandalizan acerca del origen divino auto-revelado por Jesús, porque lo ven
con ojos puramente humanos y creen que Jesús es hijo natural del matrimonio
meramente legal entre San José y la Virgen: “Y decían: “¿Acaso este no es
Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede
decir ahora: 'Yo he bajado del cielo'?”. Nuevamente desconfían porque racionalizan
las palabras de Jesús: lo han visto crecer en el pueblo entre ellos; ellos son
sus vecinos, conocen a sus padres, José y María y ahora Jesús les dice que
viene del cielo. No pueden entender las palabras de Jesús porque todo lo
reducen a los estrechos límites de su razón humana.
Para
sacarlos de su incredulidad y confusión, es que Jesús les revela que, para que
alguien pueda creer en Él como Pan Vivo bajado del cielo y como el que da de su
Carne para la vida del mundo, es que debe ser atraído por el Padre, por el Espíritu del Padre, el Espíritu Santo: “Nadie
puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en
el último día”. Los judíos no pueden entender sus palabras porque no tienen al
Espíritu Santo en ellos y por eso mismo, toman las palabras de Jesús
materialmente, porque no pueden, de ninguna manera, dimensionar la portada
sobrenatural de sus revelaciones. Creen que Jesús los invita a una especie de
antropofagia cuando les dice que deben comer de su Cuerpo para entrar en el
Reino y creen también que Jesús ha perdido la razón cuando afirma que Él ha
bajado del cielo, cuando todos pueden dar testimonio de que es un vecino más
entre tantos, pues ha crecido entre ellos, en su mismo pueblo. No pueden
vislumbrar la Persona Segunda de la Trinidad que está oculta en la naturaleza
humana de Jesús, porque carecen del Espíritu Santo.
Sin
hacer caso a su falso escándalo y a su incredulidad, Jesús profundiza su
discurso y su auto-revelación como Pan Vivo bajado del cielo y como Verdadero y
Único Maná bajado del cielo, que da la vida eterna a quien se une a Él por la
comunión eucarística en gracia, con fe y con amor. Dice así Jesús: “Yo soy el
pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este
es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy
el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el
pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Jesús
profundiza su auto-revelación como Dios Hijo que ha venido al mundo enviado por
el Padre para donarse como Pan Vivo bajado del cielo y donar la vida eterna a
quien crea en Él y se una a Él por la fe y por el amor: “Yo Soy el Pan de Vida
(…) Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo. El que coma de esta Pan vivirá eternamente
y el Pan que Yo daré es mi Carne para la vida del mundo”. La Eucaristía es el cumplimiento de las palabras de Jesús porque la Eucaristía es
Jesús, vivo, glorioso, resucitado; la Eucaristía es algo que parece pan sin
vida a los ojos del cuerpo, pero es un Pan que está Vivo porque el que está en
Él es el Dios Viviente; la Eucaristía es Jesús, Vida Increada, Vida divina,
infinita, eterna, que comunica de su vida divina a quien se une a Él
sacramentalmente, por la comunión eucarística, en estado de gracia, con amor,
adoración y fe. La Eucaristía es un Pan que parece pan pero que en realidad es
la Carne del Cordero de Dios; es la Carne santa del Cordero tres veces santo,
que con su luz divina ilumina la Jerusalén celestial e ilumina también las
tinieblas del alma que a Él se une por la comunión.
“¿Cómo
puede este hombre darnos a comer su carne? ¿No vive acaso entre nosotros; sus
padres no son José y María y no creció Él en nuestro mismo pueblo? ¿Cómo puede
decir que viene del cielo”.
La
incredulidad de los hebreos se repite, lamentablemente, entre los católicos de
hoy. ¿No pasa acaso lo mismo con nosotros y la Eucaristía? ¿No es que, en el
fondo, desconfiamos de las palabras de la Iglesia pronunciadas por el sacerdote
en la consagración y no podemos creer que un pan y un poco de vino se
conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesús? ¿No decimos también nosotros, con
nuestro comportamiento anti-cristiano, que la Eucaristía no puede venir del
cielo, que sabemos que la Eucaristía es sólo pan; que sabemos que la
confeccionan las hermanas con trigo y agua, sin levadura?
Si
verdaderamente creyéramos en las palabras de Jesús, repetidas por el sacerdote
ministerial en cada consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-,
correríamos a postrarnos ante la Eucaristía y daríamos verdadero testimonio de
vida cristiana, viviendo la caridad cristiana a cada momento y con todo
prójimo. Pidamos que el Espíritu Santo ilumine nuestra ceguera y podamos
contemplar en la Eucaristía, con los ojos del alma iluminados por la luz de la
fe, a Jesús, Pan de Vida eterna y demos testimonio de lo que creemos con obras
de piedad y misericordia.
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