sábado, 7 de junio de 2025

Solemnidad de Pentecostés

 


(Solemnidad de Pentecostés - Ciclo C - 2025)

“Sopló sobre ellos el Espíritu Santo” (cfr. Jn ...). Jesús, resucitado y glorioso, se aparece a sus discípulos, y sopla sobre ellos el Espíritu Santo, dando origen a la Solemne Fiesta de Pentecostés, caracterizada por el don de Cristo a su Iglesia, el Espíritu Santo. La fiesta de Pentecostés -en griego “pentekoste” significa “quincuagésimo”- ya existía entre los judíos: para Israel era una fiesta de la cosecha de primavera que terminaba los días de celebración después de la Pascua y era también la celebración de la entrega de la Ley en el monte Sinaí. Pero para la Iglesia Católica, tiene un significado muy distinto: es el “quincuagésimo día”, pero después de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, y se celebra el día en el que Jesucristo concede a su Iglesia el Don del Espíritu Santo[1].

Dice así el Catecismo de la Iglesia Católica (párrafos 731-732): “En el día de Pentecostés, cuando las siete semanas de Pascua habían llegado a su fin, la Pascua de Cristo se cumple en el derramamiento del Espíritu Santo, manifestado, dado y comunicado como una Persona Divina: de su plenitud, Cristo, el Señor, derrama el Espíritu en abundancia. Ese día, la Santísima Trinidad se revela completamente. Desde ese día, el Reino anunciado por Cristo está abierto a los que creen en él: en la humildad de la carne y en la fe, ya comparten la comunión de la Santísima Trinidad”.

Al recibir al Espíritu Santo, los discípulos, que habían sido testigos de su Pasión y su Resurrección, ingresan en un nuevo tiempo, el tiempo del Espíritu Santo y su obra dentro de la Iglesia. De una forma análoga y por medio del misterio de la liturgia, también la Iglesia, en Pentecostés, comienza a vivir el tiempo del Espíritu Santo: hasta antes de Pentecostés, la Iglesia era partícipe de la vida y del misterio de Cristo; ahora, se hace partícipe de la vida y del misterio del Espíritu[2]. Esto quiere decir que antes del envío del Espíritu Santo, la Esposa del Cordero, la Iglesia, celebra y participa del misterio pascual del Verbo Encarnado: su Encarnación, su Vida oculta, su Pasión, Muerte y Resurrección; luego del envío del Espíritu Santo, en Pentecostés, la Iglesia celebra y participa de los misterios y de la misión del Espíritu Santo, enviado por Cristo. Antes de Pentecostés, la misión del Verbo Encarnado, consistía en preparar a los discípulos para la misión del Espíritu Santo, y a su vez, la misión del Espíritu Santo, luego de Pentecostés, es continuar y extender la vida del Verbo en los hombres y en el mundo[3] por medio de la acción evangelizadora de la Iglesia; el Espíritu Santo tiene como misión el prolongar la encarnación del Verbo en cada criatura, mediante la acción de la Iglesia y en la Iglesia, es hacer de cada criatura otro Cristo, mediante la participación de la creatura, por la gracia, a la vida de la Trinidad. De ahora en adelante, el tiempo de la Iglesia estará bajo el influjo especial del Espíritu Santo; después de Pentecostés, la Iglesia recibirá la acción del Espíritu Santo universalmente y en cada uno de sus miembros, y la acción y la misión de este Espíritu es hacer de cada miembro otro Cristo, cada bautizado en la Iglesia Católica, viva con la vida de Cristo; es decir, que el bautizado no viva ya más con su mera vida humana, sino que viva con la vida misma del Cordero de Dios, participando de los misterios del Hombre-Dios Jesucristo por la gracia. Para que el ser humano participara de la vida divina trinitaria, es decir, para que el ser humano se endiosara, por medio de la gracia santificante, que hace que el alma participe de la vida de la Trinidad, es para lo que Cristo sopla el Espíritu Santo: “Sopló sobre ellos el Espíritu Santo”, dice el evangelio, y lo hace para que los miembros de la Iglesia vivan en Cristo, en su Cuerpo Místico, de Cristo, de su substancia divina, comunicada en la Eucaristía, por Cristo, porque ahora el sentido de la vida del cristiano no es el mundo sino Cristo, para Cristo, porque el cristiano, sea cual sea su estado, debe tener a Cristo como motor de su vida y como el objetivo de su vida. En Pentecostés la Trinidad envíe al Espíritu Santo para que Él comunique a los bautizados en la Iglesia Católica la vida del Hombre-Dios Jesucristo, para que cada bautizado viva no ya con su simple vida humana natural, sino con la vida de Cristo, con la vida divina del Hombre-Dios, y por eso es enviado como soplo, porque el soplo significa y representa la espiración de vida y de amor.   

La razón por la que el Espíritu Santo es enviado como “soplo” -así lo dice el Evangelio: “Sopló sobre ellos el Espíritu Santo”- es porque el soplo es una expresión que significa espiración vital, espiración de vida -respira el que tiene vida-, una vida que surge de las entrañas de quien espira; en el proceso de la respiración, el inspirar es la fuerza motriz, y el espirar es la emanación de la vida que fluye fuera, y por eso la espiración representa la comunicación de toda la vida[4]; debido a que Cristo es Dios, al espirar, el soplo que Cristo como Dios espira es espiración de vida y de amor no de una persona humana, no es el soplo de un hombre común, es el soplo del Dios Viviente y por eso mismo es la espiración de la Persona-Amor, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad. Jesús, tanto como Dios y como Hombre, es el Espirador del Espíritu Santo[5], y por eso el don que hace a la Iglesia es un don personal suyo, es un don de su Persona Divina. A diferencia de la oración sacerdotal antes de la Pasión en la Última Cena, en donde Jesús implora al Padre el envío del Espíritu Santo, sino que ahora, resucitado, Él en Persona lo sopla, lo espira, lo concede, lo dona Él mismo en Persona.

Porque significa vitalidad, soplo de vida, es que Cristo dona al Espíritu Santo a través del soplo; esto significa que es de Él, de la profundidad de su Acto de Ser divino trinitario, de donde brota el Espíritu Santo desde la eternidad, como soplo de Espíritu de vida divina. Y puesto que Cristo es Dios-Hombre, esto es, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios, el Espíritu Santo, procede como soplo de amor eterno del Corazón de Cristo, del Sagrado Corazón de Jesús, que es también el Corazón del Padre; de esta manera el Espíritu Santo como soplo del Divino Amor, surge de la espiración del único Corazón de Dios, el Corazón del Padre y del Hijo y surgiendo de ambos, lleva en Sí mismo toda la vida y todo el amor de las Divinas Personas de la Trinidad. Al comunicarse entre sí el Espíritu Santo -el Padre dona el Espíritu Santo al Hijo y el Hijo ama al Padre desde la eternidad, con el mismo Espíritu Santo, con el mismo Amor Divino- el Padre y el Hijo viven el uno en el otro; entre el Padre y el Hijo, hay un donar y recibir eternos, un aliento infinitamente vigoroso y vivo, que sopla de uno al otro y sale de ambos; la transmisión mutua del Espíritu entre el Padre y el Hijo se da por el latido de un corazón infinito que arde en el ardor supremo del amor; el Espíritu Santo que ambos se transmiten, es la llama flameante de una infinita hoguera de amor[6]: el Espíritu es fuego santo de Divino Amor y por eso se manifiesta y se simboliza su descenso sobre la Iglesia como llamas de fuego. Es este Amor substancial, amor con el cual se aman eternamente el Padre y el Hijo, lo que dona Jesucristo a su Iglesia en Pentecostés. El Espíritu Santo soplado sobre los Apóstoles se manifiesta visiblemente y se simboliza como lenguas de fuego, significando la combustión y la quema del mundo antiguo y la purificación por el fuego de la divinidad, que santifica todo a su contacto, elevándolo puro y santo para Dios.

“Sopló sobre ellos el Espíritu Santo”. Al soplar con su divino aliento sobre la Iglesia Naciente, Jesús no dona a su Esposa simplemente una protección especial; tampoco es simplemente los dones del Espíritu Santo, los cuales son en sí mismos un tesoro de valor inapreciable: lo que Jesús dona con su soplo junto al Padre, es algo infinitamente más grandioso que una protección para su Iglesia o que los dones del Espíritu Santo, dona a Persona Tercera de la Trinidad, la Persona del Divino Amor, el Espíritu Santo; es decir, no dona sólo los dones del Espíritu, sino al Espíritu mismo.

La razón de este don es para que el Santo Espíritu de Dios una, en el Amor Puro y Santo de la Tercera Persona de la Trinidad, a los hombres con Dios, haciendo de ellos un solo cuerpo y un solo espíritu y esta unión se produce por medio de la sunción del Cuerpo Eucarístico de Cristo, es decir, a través de la Comunión Eucarística. Cristo dona a la Tercera Persona de la Trinidad no solo para que el Espíritu conceda sus dones y sus virtudes al alma, sino para que el alma de los miembros de su Iglesia, sea incorporada a Cristo y se haga su Cuerpo y sea animado por su mismo Espíritu, para que el Espíritu se haga Alma del alma, así como es Alma de la Iglesia; lo dona a su Iglesia para que sea posesión personal del alma que lo recibe y para que el alma se goce y se alegre por esa posesión. “Sopló sobre ellos el Espíritu Santo”.

Por último, debemos considerar que Pentecostés sucedió en el pasado, en el tiempo y en el espacio, en un momento determinado de la historia humana, pero no por eso debemos pensar que Pentecostés ya pasó, y que para nosotros como Iglesia nos queda sólo hacer memoria o imaginarnos el envío del Espíritu Santo. Cada vez que ingresa a nuestras almas por la Sagrada Comunión, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús sopla el Espíritu Santo sobre nuestras almas, renovando así el día de Pentecostés para el alma, y esto no sucede de manera imaginaria, metafórica, o simbólica, sino real y substancial, porque por la Comunión recibimos a la hipóstasis misma del Espíritu Santo, recibimos al Espíritu Santo en Persona. Esa es la razón por la que rezamos así en la oración colecta de la Misa de Pentecostés: “La comunión que acabamos de recibir, Señor, nos comunique el mismo ardor del Espíritu Santo...”[7]. “La comunión que acabamos de recibir...”: cada comunión eucarística es como un nuevo y pequeño Pentecostés personal, en donde del Corazón Eucarístico de Cristo es espirado en un soplo de amor el Amor substancial del Padre y del Hijo, el fuego del Espíritu Santo, que busca incendiar al alma en el fuego santo del Divino Amor.  

 



[2] Cfr. Divo Barsotti, Il Mistero Cristiano nell’anno liturgico, Libreria Editrice Fiorentina, Florencia 1956, 241.

[3] Cfr. Barsotti, ibidem, 241.

[4] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 111.

[5] Cfr. Èmile  Mersch, La théologie du Corps Mystique, Tomo II, Desclée de Brower, Paris2 1946, 124.

 

[6] Cfr. Scheeben, Los misterios, 110.

[7] Cfr. Misal Romano, Oración colecta para la Solemnidad de Pentecostés.


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