(Domingo
XVI - TO - Ciclo B – 2018)
“Jesús
vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin
pastor, y estuvo enseñándoles largo rato” (Mc
6,30-34). Jesús ve a la muchedumbre y se compadece de la multitud porque
“estaban como ovejas sin pastor”. La imagen de un redil de ovejas sin pastor es
la que mejor grafica la terrible realidad de la humanidad caída en el pecado
original desde Adán y Eva. Como ovejas sin pastor, desamparadas frente al lobo,
hambrientas, sedientas, a punto de morir por falta de quién las conduzca a los
pastos y aguas frescas, así es la terrible condición de la raza humana desde la
caída de Adán y Eva a causa de haber desoído la voz de Dios y haber oído y
obedecido a la Serpiente Antigua, Satanás y esta situación es la de toda la
raza humana, hasta la llegada del Buen Pastor, Jesucristo. Desde el pecado original
y convertida en enemiga de Dios a causa del mismo, la raza humana se encuentra
sola, abandonada a su suerte, acechada por el enemigo de las almas y sometida a
toda clase de males. El pecado original ha provocado la enemistad con Dios, la
pérdida del Paraíso, la pérdida de la
inmortalidad y de los dones preternaturales, además de la entrada de la
enfermedad, el dolor, la muerte, la discordia, la dificultad para conocer la
Verdad y para hacer el Bien, además de dejar a la humanidad inerme frente al
Lobo infernal que, arrojado del Cielo[1]
porque nada tenía hacer allí como “Padre de la mentira” (Jn 8, 44) y “homicida desde el principio” (Jn 8, 39-59), fue precipitado a la tierra, en donde “anda rugiente
como león buscando a quién devorar” (cfr. 1
Pe 2, 58).
Ésa es la situación que ve Jesús: ve a la multitud inerme,
como ovejas sin pastor; la ve enferma, débil, acechada por el enemigo de las
almas y por eso se compadece de ella y comienza a enseñarles cuál es el camino
de la salvación.
Jesús es el Buen Pastor y es Él el que, con el cayado de la
cruz, baja no desde un barranco, sino desde el cielo, para cuidar del rebaño
que el Padre le ha encargado, para ahuyentar al Lobo infernal, que es cobarde,
porque es valiente con las ovejas inermes, pero cuando el Pastor le hace
frente, huye. Él ha venido con el báculo de su cruz para derrotar para siempre
al Lobo infernal, para curar a las ovejas heridas, para llevarlas al redil, a
buen seguro, para conducirlas a los pastos abundantes de la gracia y al agua fresca
de la Buena Noticia de la salvación.
“Jesús
vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin
pastor”. Pero, ¿qué es lo que le sucede a las almas cuando están sin pastor? El
P. San Juan María Vianney, Patrono de los sacerdotes, tiene una expresión muy
gráfica que describe qué es lo que les sucede a las almas cuando se quedan sin
pastor: “Dejad a las almas sin sacerdotes y en diez años se volverán como
bestias”. ¿Por qué? Porque el sacerdote, obrando en nombre de Cristo y con el
poder de Cristo, les concede los sacramentos y con ellos la gracia sacramental,
que es la participación a la vida divina. Por lo tanto, con el sacerdote, el
alma vive una vida superior a la vida natural, vive una vida que no es
simplemente buena, sino que es una vida de santidad, porque por la gracia
participa de la vida misma de la Trinidad. A través del sacerdocio sacramental,
las almas son capaces de vivir la vida misma de Dios Uno y Trino, una vida que
es superior no solo a la del hombre, sino a la de los ángeles. Con la gracia que
imparte el sacerdote, el alma se vuelve más grande y majestuosa que el más
grande y majestuoso de los ángeles de Dios.
Ahora
bien, sin la gracia, los hombres dejan de vivir la vida divina porque esta no
les llega por los sacramentos, pero no se quedan solo en eso: comienzan a vivir
una vida natural, pero como la naturaleza humana está caída a causa del pecado
original, no puede perseverar en el bien sin la ayuda de la gracia y, por más
buena voluntad que una alma tenga, no puede perseverar más de un año sin
cometer pecado mortal, como dice Santo Tomás de Aquino, porque el alma se ve
dominada por la poderosa fuerza del pecado. Y una vez cometido el pecado
mortal, todo es cuesta abajo y barranco abajo, porque todo es pecado y más
pecado. Por más esfuerzos que un alma buena pueda hacer, la fuerza del pecado
es tan grande, que irremediablemente la arrastra al mal. Esta situación es el
equivalente a una oveja que, caminando desprevenida por el borde del barranco, se
despeña y cae barranco abajo, sufriendo en la caída numerosos golpes y
fracturas que la dejan inmóvil y sangrante en el fondo del barranco y, de no
mediar asistencia, le provocan la muerte en poco tiempo. Pero no solo eso,
porque una oveja así despeñada, con las heridas abiertas y sangrantes –eso significa
el pecado mortal- es fácil presa del Lobo infernal, que así como el lobo
creatura es atraído por el olor de la sangre, así el Lobo infernal es atraído
de inmediato por el estado pecaminoso del alma, para hacerla cometer más y más pecados
y así como el lobo creatura, frente a la oveja malherida e inerme, no tiene
dificultad en dar cuenta de ella clavándole sus dientes afilados en su tierna
carne, destrozándola en cada dentellada, así el Enemigo de las almas, en un
alma que ha perdido el horizonte de la Verdad, de los Mandamientos y de los
Preceptos de la Iglesia, la hace sucumbir ante la más pequeña tentación, porque
es el Padre de la mentira.
Cuando
no hay pastor –sacerdote católico- en una comunidad, toda clase de males se
abaten sobre ella: no solo aflora lo peor de la condición humana, porque el
freno a las pasiones es la gracia, sino que las almas se desorientan y en vez
de acudir a los frescos pastos y al agua fresca del manantial de vida que son
los sacramentos y la Palabra de Dios, se dejan seducir por toda clase de
teorías ateas, agnósticas, gnósticas, materialistas, anti-cristianas, que es lo
que sucede en nuestros días con la Nueva Era y así es como comienzan a crecer
las sectas, unas más peligrosas que otras, como la brujería moderna o wicca, el
gnosticismo, las sectas umbandas, el interés por los ovnis, la brujería, la
magia, la hechicería, y toda clase de errores, mentiras, medias verdades,
herejías, cismas, que hacen que las almas pierdan el horizonte de la vida
eterna y del Reino de los cielos, internándose en un mar espiritual de
confusión, de error, de mentira, de falsedad, que las conduce directamente al
Infierno. Ésa es la razón por la cual Cristo se compadece de la multitud,
porque está “sin pastor”, y al estar sin pastor, sin sacerdote católico, toda
clase de males espirituales se abate sobre las almas, que se encuentran débiles
e incapaces de reaccionar por sí mismas.
“Jesús
vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin
pastor”. Lamentablemente, en nuestros días, o los pastores huyen o son escasos
o muchas ovejas, irresponsablemente, se alejan del redil, y no se dan cuenta de
que así quedan inermes y sin defensas frente al Lobo infernal.
Comentando
este pasaje en el que Jesús se compadece de la multitud y luego llama a sus
discípulos “a descansar” después de predicar, un monje benedictino[2],
doctor de la Iglesia, dice así: “¡Si solamente la providencia de Dios hiciera
lo mismo en nuestra época, y que una gran multitud de fieles se precipitara
alrededor de los ministros de su Palabra para escucharlos, incluso sin dejarles
el tiempo de retomar sus fuerzas! ...Si se les reclamara a tiempo y a destiempo
la palabra de fe, se quemarían del deseo de meditar los preceptos de Dios y de
ponerlos en práctica sin cesar, de manera que sus actos no desmentirían sus
enseñanzas”. Es decir, San Beda afirma que el solo hecho de querer conocer la
verdad acerca de la salvación ya es obra de Dios y que si los fieles
respondieran a esta gracia, no darían literalmente tiempo a los sacerdotes para
descansar, porque el solo deseo de conocer los preceptos de Dios los llevaría a
querer conocer cada vez más y más todo lo relativo a la salvación, apartándose
del mal camino.
Pero
es un hecho que hoy, los consejeros de los gobernantes ya no son los sacerdotes,
como sucedía hace siglos, sino que los consejeros de los gobernantes son los
brujos y como la multitud hace lo que hacen los gobernantes, también la multitud
acude en masa, en un movimiento de apostasía jamás visto, a los brujos y
hechiceros, quienes son sus consejeros y ya no más los sacerdotes.
“Jesús
vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin
pastor”. Jesús nos está viendo, nos ve, desde la Eucaristía, pero no solo
externamente, sino que nos ve desde lo más profundo de nuestro ser y ve cosas
de nosotros mismos que ni siquiera sabemos que existen. ¿Qué pensaría Jesús de
nosotros, de cada uno en particular? ¿Estaría satisfecho con nosotros, al
comprobar que acudimos a los sacerdotes para recibir la gracia sacramental
que nos hace participar de la vida
divina? O, por el contrario, ¿experimentaría la misma compasión, al ver que no
acudimos a los sacerdotes, para alimentarnos de la Eucaristía dominical y que
en vez de la Eucaristía, preferimos los pastos envenenados de la Nueva Era?
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