Solo la Iglesia Católica tiene una fiesta litúrgica en la
que se exalta la Santa Cruz. Cuando miramos la Cruz con nuestros ojos y nuestra
razón humana, nos viene a la mente una pregunta: ¿acaso la Cruz no es un
instrumento de muerte? El que está crucificado, ¿acaso no sufre no solo la
humillación más grande que alguien pueda sufrir y esto en medio de los dolores
más desgarradores que jamás nadie pueda soportar? Cuando miramos la Cruz con
nuestra mirada humana, nos preguntamos: ¿por qué exaltamos la Cruz? ¿No es
acaso exaltar y glorificar la muerte, la humillación, el dolor? ¿Se puede
exaltar la Cruz? ¿No es un despropósito exaltar la Cruz? Si respondemos a estas
preguntas con los solos razonamientos de nuestra mente, entonces de inmediato
la respuesta es negativa: no, no podemos, de ninguna manera, exaltar la Cruz. Ahora
bien, la Iglesia exalta la Santa Cruz, por lo que nosotros también debemos
exaltarla, como buenos hijos de la Iglesia. Entonces, la pregunta es: ¿por qué
la Iglesia exalta la Cruz, con lo cual estamos obligados a exaltarla, si
representa a la humillación y el dolor en sí mismos? Puesto que la Santa Cruz
es un misterio sobrenatural, la respuesta a las preguntas no puede nunca ser
satisfecha con el uso de la sola razón natural. Tratándose de un misterio
sobrenatural, debemos acudir a la razón sobrenatural, que proviene de la
Sabiduría divina, para poder encontrar la respuesta a la pregunta de por qué
exaltamos los católicos a la Santa Cruz.
En otras palabras, la respuesta al por qué de nuestra Exaltación
de la Santa Cruz, la encontramos solo con la iluminación del Espíritu Santo,
porque tratándose de un misterio sobrenatural, solo se puede obtener una
respuesta con la Sabiduría sobrenatural de Dios. No con nuestra razón, sino con
la luz del Espíritu Santo, podemos saber la razón por la cual exaltamos a la
Santa Cruz.
Ante todo, la Sagrada Escritura nos dice que Aquel que
cuelga en la Cruz –aunque aparente necedad y falta de fortaleza a los ojos de
los hombres- es Sabiduría de Dios y Fuerza de Dios, porque el que cuelga de la
Cruz es Dios Hijo encarnado y no un hombre más entre tantos: “Nosotros
predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los
gentiles; pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos-: fuerza de Dios y
sabiduría de Dios” (1Co 1, 23-24). El
que cuelga de la Cruz es nuestro Dios, que reina desde el madero: “Nuestro Dios
reinará desde un madero”[1]. Ésa
es la razón por la cual la Liturgia de las Horas afirma que Jesús “subió al
árbol santo de la cruz, destruyó el poderío de la muerte, se revistió de poder,
resucitó al tercer día”. Si no hubiera sido Dios Hijo encarnado, no podría
haber destruido a la muerte con su poder divino y no podría haber resucitado al
tercer día. Jesús, también como dice la liturgia, al morir, mató con su muerte
a nuestra muerte, dándonos a cambio la vida divina, siempre según la liturgia
divina: “la cruz en que la vida sufrió muerte y en que, sufriendo muerte, nos
dio vida”. Y la vida que nos dio, no es la restitución de esta vida terrena,
sino la Vida divina que brota de su Corazón traspasado, la Vida de Dios que
brota de su Acto de Ser divino trinitario.
Entonces, exaltamos la Santa Cruz porque al ser el Hijo de
Dios encarnado, Jesús en la Cruz es la Fuerza y la Sabiduría de Dios, además de
ser su Misericordia Encarnada, Misericordia que se derrama inagotable sobre
nuestras almas con la Sangre y el Agua de su Corazón traspasado, lavando con la
Sangre y el Agua nuestros pecados: “¡Cómo brilla la cruz santa! De ella colgó
el cuerpo del Señor y desde ella derramó Cristo aquella sangre que ha sanado
nuestras heridas”[2].
Jamás encontraremos la respuesta a la pregunta de por qué
exaltamos y adoramos la Cruz, si solo pretendemos responder con nuestra sola
razón. Sólo el Espíritu Santo, que Dios Trino concede a quienes se postran de
rodillas ante la Cruz con un corazón contrito y humillado, puede darnos la respuesta
adecuada.
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