(Domingo
XXVII - TO - Ciclo B – 2018)
“Que
el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mc
10, 2-16). Los fariseos le preguntan a Jesús acerca de la licitud del divorcio,
basándose en el permiso de divorcio que Moisés les había otorgado. Jesús les
responde con una negativa, afirmando implícitamente que Él viene a restaurar el
antiguo orden creado por Dios: Dios ha querido, desde la eternidad, que el
matrimonio esté constituido por el varón y la mujer de forma tal que “formen
una sola carne”, es decir, que sean una sola cosa indisoluble o, dicho de otras
maneras, uno con una y para siempre. Jesús les aclara que si Moisés había dado
permiso para el divorcio, eso era “por la dureza de sus corazones”, pero eso
ahora forma parte del pasado porque ahora Él, que es Dios, viene para otorgar
la gracia santificante, la cual hará realidad el designio y el diseño de Dios
para el matrimonio: que el matrimonio sea entre el varón y la mujer y sea
indisoluble.
Jesús,
que es el Dios que creó al varón y a la mujer para que se unieran en matrimonio
indisoluble ahora viene, encarnado, para prohibir el divorcio y, por medio de
la gracia sacramental, restituir el matrimonio al orden querido por Dios desde
el inicio: el varón debe unirse a la mujer y entre ambos constituir un vínculo
indisoluble, que se disuelve sólo con la muerte de uno de los cónyuges. Es decir,
la indisolubilidad del matrimonio y la característica del matrimonio de ser la
unión entre el varón y la mujer, provienen de Dios, no es un invento ni del
hombre ni de la Iglesia, sino que es Dios quien quiso, desde toda la eternidad
-cuando ideó crear al género humano-, que la unión entre ambos fuera
indisoluble y fuera entre el varón y la mujer. Cualquier otra unión que no respete
estas características, se encuentra fuera de los planes divinos y es por lo
tanto pecaminosa.
Ahora
bien, Jesús viene a hacer algo todavía más grandioso que el simple hecho de
restaurar el orden querido por Dios desde siempre –la indisolubilidad
matrimonial y la característica de estar formado por la unión entre el varón y
la mujer-: viene a darle al matrimonio una dignidad que antes de su Encarnación
no la tenía y esa dignidad consiste en ser el matrimonio de los esposos
católicos una imagen del matrimonio místico entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa.
En efecto, desde su Encarnación Él, en cuanto Hombre-Dios, se une a la Iglesia,
su Esposa, constituyendo así la unión esponsal, mística y sobrenatural entre el
Cordero y la Iglesia Esposa, formando lo que San Pablo llama “gran misterio” (cfr.
Ef 5, 2. 21-33).
Ahora,
por medio del sacramento del matrimonio, los esposos católicos quedarán unidos
de tal manera a este matrimonio místico entre Cristo y la Iglesia, que el
matrimonio será la prolongación, en el tiempo y en el espacio, ante la historia
y los hombres, del matrimonio místico, sobrenatural, entre Él y la Iglesia: el
esposo participará de la esponsalidad de Cristo Esposo y la mujer de la
esponsalidad de la Iglesia Esposa. Cristo es el Esposo de la Iglesia Esposa y
este desposorio místico existe antes que cualquier matrimonio humano y a partir
de Él, en virtud de la unión de los esposos por el sacramento del matrimonio, todo
matrimonio entre los esposos católicos será una prolongación y una imagen
visible de este matrimonio entre el Cordero y su Esposa. Por eso Jesús eleva al
matrimonio entre el varón y la mujer a una dignidad superior a la de los
ángeles y es lo que da el fundamento sobrenatural acerca de la indisolubilidad
matrimonial y acerca de la fecundidad esponsal, porque así como Jesús es fiel a
su Esposa y la Iglesia es fiel a su Esposo Jesús, así los esposos católicos
deben ser fieles entre sí y así como la unión esponsal entre Cristo y la
Iglesia es fecunda, porque se incorporan hijos de la Iglesia por el bautismo
sacramental, así los esposos cristianos deben ser fecundos en su prole.
“Que
el hombre no separe lo que Dios ha unido”. La unión esponsal sacramental entre
el varón y la mujer va mucho más allá de sus características naturales, la
indisolubilidad, la fidelidad y la fecundidad: cada matrimonio católico es un
misterio que hace referencia a un misterio insondable, la unión esponsal entre
Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, siendo los esposos una prolongación, hacia
la sociedad y la historia, de la unión esponsal entre Cristo Esposo y la
Iglesia Esposa. Ésa es la razón de la altísima dignidad e importancia del
sacramento del matrimonio, dignidad e importancia que no son ni comprendidos ni
valorados por el hombre que vive sin Dios. Pero no es el mundo sin Dios el que
debe comprender, valorar y vivir esta sublime realidad del matrimonio católico,
sino los mismos esposos católicos y el modo de hacerlo es viviendo en la
santidad esponsal, único modo de responder a la grandeza y majestad con la que Cristo
ha dotado al matrimonio sacramental católico.
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