(Domingo XXXII - TO – Ciclo B – 2018)
“Esa pobre viuda ha echado en el arca de las
ofrendas más que nadie (….) Porque ha echado todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 38-44). La parábola de la viuda
que da como ofrenda solo dos insignificantes monedas de cobre es un claro
ejemplo de cómo Dios no juzga por el exterior de las personas, sino su
interior. En efecto, a los ojos de los hombres, los ricos, que dan limosnas de
mucho porte, dan más que los pobres, porque el hombre se fija en la cantidad,
pero no en el corazón del hombre. Vistos con los ojos humanos, quienes más
cantidad de dinero daban a la ofrenda del templo eran los ricos, porque
“echaban en cantidad”. A los ojos de los hombres, la pobre viuda da algo
insignificante, porque pone en la ofrenda solo dos monedas de poco valor. Pero
a los ojos de Dios, las cosas son muy distintas: Dios sabe que los ricos dan
mucho, pero dan de lo que les sobra, no de lo que tienen para vivir; en cambio,
la viuda pobre da muy poco, pero en realidad es muchísimo, porque lo que da es
todo lo que tiene para vivir –por ejemplo, es como si nosotros pusiéramos, en
la ofrenda dominical, lo que tenemos para el almuerzo o la cena-. La viuda nos
enseña así que con Dios hay que ser generosos, porque Dios ve el corazón y Dios
no se deja ganar en generosidad: de hecho, de la escena, la que es agradable a
los ojos de Dios es la pobre viuda, a pesar de que dio muy poco en apariencia,
mientras que los ricos, que en apariencia dieron mucho, no son tenidos en
consideración por Dios. Esto nos enseña que Dios ve el profundo del hombre y no
la apariencia, pero además nos enseña otra cosa: la viuda da de lo que tiene
para comer porque ama a Dios y confía en Él y sabe que Él no la dejará
desprotegida; los ricos, que dan mucho pero de lo que les sobra, en realidad no
aman tanto a Dios y no tienen tanta confianza en Él, sino en sus riquezas; de
lo contrario, darían mucho más, hasta agotar sus tesoros, como lo hizo la
viuda. Entonces, lo que cuenta en las ofrendas, es sí la cantidad, porque no es
lo mismo que dé diez quien puede dar mil, ya que eso indica avaricia y apego al
dinero, pero también cuenta el amor, porque para dar todo lo que se tiene para
vivir, se necesita un gran amor a Dios y una gran confianza en Él como Padre
Providente.
Esto mismo se aplica para los católicos, pero no
solo para el dinero, sino también para el tiempo y para el talento: muchos dan
a Dios –si es que dan- el tiempo –el dinero, el talento- que les sobra, el
tiempo que les queda luego de dedicarse a sus pasatiempos y a las cosas que les
agradan, para recién luego darle a Dios las migajas de algún tiempo dado con
mezquindad y en cuanto al talento, lo mismo: ¡cuántas necesidades tiene la
Iglesia, de sus hijos con tiempo y talento! Pero la gran mayoría de sus hijos,
con tiempo y talento, le dan a la Iglesia –a la Parroquia- sólo migajas, cuando
se las dan. Y encima se creen como los ricos del Evangelio y piensan que con
las migajas que dan a Dios, Dios les queda debiendo. Otros, por el contrario,
son como la viuda, que dan a Dios el tiempo que les hace falta y no solo el
tiempo, sino también el sacrificio y el dinero material y el talento que tienen,
porque confían en Él y lo aman y así se sacrifican por la Parroquia, que es
sacrificarse por Dios y su Casa. Cada uno de nosotros elige qué dar a Dios, si
dar mucho en apariencia, pero en realidad nada, como los ricos del Evangelio, o
dar poco en apariencia pero en realidad darlo todo, como la viuda pobre a quien
Dios alaba.
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