(Domingo XXVIII - TO - Ciclo C – 2022)
“¿Sólo este extranjero ha
regresado para dar gracias?” (Lc 17, 11-19). Jesús realiza con su poder
divino un milagro de curación corporal: cura la lepra de diez leprosos. Sin embargo,
después de la curación, sucede algo que indigna a Jesús y es el hecho de que de
los diez curados, sólo uno, que no era hebreo, regresa para agradecerle el
milagro de la curación. Los otros nueve, habiendo recibido también el mismo
milagro de curación, no se molestan en regresar para dar gracias a Jesús. Esta muestra
de ingratitud, de indiferencia y de desprecio hacia el milagro realizado por Él
y a su Amor por ellos, porque Jesús no los cura por obligación, sino solo por
Amor, es lo que motiva la amarga pregunta de Jesús: “¿Sólo este extranjero ha
regresado para dar gracias? ¿Dónde están los otros nueve?”-
Ahora bien, no debemos pensar
que los nueve leprosos curados son los únicos ingratos e indiferentes para con
Jesús. La ingratitud de los leprosos curados, para con Jesús, continúa en
nuestros días y acentuada casi al infinito, puesto que la inmensa mayoría de los
católicos, luego de recibir los Sacramentos de iniciación cristiana -Bautismo,
Comunión, Confirmación-, no regresan más a la Iglesia, y si alguno regresa, es
o para reprocharle a Jesús porque no le va bien en la vida -algo de lo cual
Jesús no es responsable, por lo que el reproche es injusto-, o bien regresan
para pedir algo que necesitan, que generalmente es algo relacionado con la
salud, con el trabajo, con el dinero, con el bienestar material. Incluso muchos
de los que acuden con cierta frecuencia a la Santa Misa y también a la Confesión
sacramental, acuden solo para pedir, pero nunca o casi nunca para adorar, para
dar gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a la Santísima Trinidad por todos los
bienes recibidos. Algunos podrán decir que no han recibido bienes materiales,
ni siquiera espirituales, porque están transitando por un período de tribulación,
más o menos prolongado, pero a estos tales hay que decirles que Jesús ha
realizado en ellos milagros infinitamente más grandiosos que simplemente curarlos
de una enfermedad crónica como la lepra: con el Bautismo, les ha quitado el pecado
original, los ha sustraído del poder del Demonio y los ha convertido en hijos
adoptivos de Dios; con la Eucaristía, les ha concedido su Cuerpo, su Sangre, su
Alma y su Divinidad, es decir, en la Eucaristía se les ha entregado en Persona,
con todo su Ser Divino y a cambio solo ha recibido desprecios, indiferencias,
ingratitudes y ofensas; con el Sacramento de la Confirmación, han recibido a la
Tercera Persona del Espíritu Santo, al Amor de Dios, que los ha convertido en
templos suyos vivientes y a cambio, muchos cristianos han convertido sus cuerpos
en moradas de demonios; con el Sacramento de la Confesión, ha derramado su Sangre
Preciosísima sobre sus almas, perdonándoles sus pecados y colmándolos de la
gracia santificante y a cambio, Jesús ha recibido como respuesta la maldición
sobre su Sangre y el pisoteo y desprecio de la misma.
“¿Sólo este extranjero ha
regresado para dar gracias?”. Según los datos estadísticos, en Argentina los
católicos registrados en libros de bautismos mantienen un promedio de ochenta
por ciento del total de la población; sin embargo, la asistencia dominical a
Misa, la recepción del Sacramento de la Confesión, la recepción del Sacramento
de la Eucaristía, oscila entre el uno y el dos por ciento de ese total. Con toda
razón, la Santa Madre Iglesia, con lágrimas en los ojos, repite hoy con amargura
la misma pregunta de Jesús: “¿Dónde están mis hijos, los bautizados, que han
abandonado el Templo de Dios y no se alimentan de la Sagrada Eucaristía ni
piden que la Sangre de mi Hijo les perdone los pecados en el Sacramento de la
Confesión?
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